Algunas reflexiones en torno al debate que volvió a calentarse por el uso de los estadios, y en respuesta a una carta abierta que me ha enviado mi colega y amigo Alejandro Marín.
El domingo 19 de febrero, Alejandro Marín, locutor y programador de La X, y amigo en medio de esta escena de la industria musical -tan enredada como es posible-, melómano siempre proactivo y mejor conocido en las redes sociales como @themusicpimp, publicó en su blog esta carta abierta dirigida a mi, acerca del tema de los estadios como escenarios. Intuyo que la dirigió a mi porque me ha visto muy agitado en este debate en estos días (por esta Twitcam con empresarios y el profesor José Tapias, exdirector del IDRD), pero los destinatarios idóneos deben ser los empresarios y el Distrito. Ojalá la lean, es su reflexión del tema, en la que, para resumirla muy brevemente, apuesta mejor por un escenario de conciertos nuevo para que nos olvidemos del tema del estadio.
Me gustaría comentar cada tema, punto por punto, a partir de lo que conozco de este problema y, luego, si me lo permiten, dejar claridad en torno a la complicación ética del periodista que se mete a dar estas batallas. Me disculpo por la extensión de esta entrada.
Vamos al grano:
1. Construir un nuevo escenario: ¡Por supuesto! Yo también quiero, como Alejandro, que se construya un escenario nuevo, especial para la música y los espectáculos teatrales de grandes dimensiones. Uno que sea digno de los asistentes. Creo que es algo que soñamos y nos merecemos todos los que asistimos regularmente a espectáculos. Uno en el que no nos de miedo ir al baño. He publicado varias notas en EL TIEMPO acerca del tema (un estudio de casos y de lo que quieren los bogotanos), pedaleando a ver si algún día nos dan la dicha.
Y he tenido que tragarme la desilusión, como lo han hecho todos aquellos amantes de la música que con sus boletas nutren las arcas de impuestos de la ciudad, al ver que ninguna administración distrital ni los empresarios de conciertos son capaces de ponerse de acuerdo. Vivimos en una ciudad en la que todo el mundo tiene una opinión y eso termina trabando cualquier proyecto. Todos quejumbrosos, especialmente los empresarios: Cuando Ocesa, la empresa mexicana que puso su avanzada en Colombia, se lanzó a proponer alternativas de escenarios (algunos temporales, otros con aforo de 22.000), los otros empresarios de la competencia la frenaron con el argumento de que esto podría derivar en un monopolio. Luego, ante la propuesta del Distrito de zonas alternativas, los problemas volvieron a salir a flote y el espacio de El Tunal fue descartado sin discusión.
Cuando ya ha habido cercanías de acuerdo en las reuniones del POT (Plan de ordenamiento territorial), han aparecido terceros: un ecologista que argumenta las razones del impacto ambiental, o simplemente una congregación de vecinos de la zona que no quieren que su barrio se ingeste con roqueros. Y si no hay acuerdo, pues hasta ahí llega cada propuesta.
Una de esas propuestas contemplaba la participación de un tercer inversionista, un patrocinador inmenso. Si mal no estoy, uno de esos nombres contemplados fue Movistar (que ya construyó la Arena Movistar en Chile -foto de la derecha-). Esa fórmula ya ha funcionado en el resto del continente: las empresas de telefonía y telecomunicaciones, como Claro! o la misma Movistar ya han patrocinado festivales como el Rock in Rio, y hay arenas que llevan su nombre, pues fueron el pulmón para construirlas. Algunas de mis fuentes me dicen que cuando esta firma le presentó al Distrito su intención de participar en un proyecto, no hubo claridad ni concenso. De nuevo, otra oportunidad perdida.
Por otro lado, pienso que construir un escenario de conciertos con aforo de 35.000 o más podría ser la concepción de uno de los mayores elefantes blancos de la ciudad. Un ‘bocato di cardinale’ para los Nule, pero una mole de cemento que sólo se llenaría una vez cada… ¿dos años? Contemos cuántos artistas podrían meter en Bogotá 35.000 personas con un valor de boletas superior a, digamos, 150.000 pesos (pensando que a mayor aforo, menor costo)… probablemente alcancemos a contar los nombres con los dedos de las manos. Temerario el momento en el que venga U2, el inmenso mito detrás de toda esta polémica… «¿Y ahora qué hacemos? ¿a quién traemos?», se preguntarán.
En ese sentido, lo más lógico parece ser construir un escenario de menor aforo pero que sea utilizado por un mayor número de espectáculos. Que sea digno para recibir a un Depeche Mode tanto como a un musical de ‘Cats’ o a Vicente Fernández. Pero entonces volvemos al mismo problema: Allí no se presentarían ni U2, ni Madonna, ni Paul McCartney… Ellos exigen estadio.
Mi punto es: Así se construya un nuevo escenario, esto no excluye la necesidad de que los estadios se presten eventualmente para conciertos.
Pero lo que es más triste de todo esto es:… ¿Realmente sí podemos creerle a alguien cuando dice, sea en campaña política o simplemente para calmar las voces de protesta, que se construirá un escenario nuevo?
2. Es LEY, el Estado conmina a las Alcaldías a la realización de conciertos en los estadios: Es cierto que llevamos ocho años desgastándonos en la discusión de volver a hacer conciertos en El Campín. Nos hemos desgastado todos. Pero eso no significa que el tema no tenga desenlace. El primer paso para ese desenlace lo dio la Ley 1493 de Espectáculos Públicos, sancionada ya por el Presidente Santos en diciembre de 2011, que define entre otras cosas los parámetros en los que deben funcionar los escenarios de conciertos. Y un punto, el parágrafo del artículo 15, dice básicamente que las autoridades distritales deben facilitar el uso del estadio para espectáculos de artes escénicas. Le pone un límite a ese uso: «sólo un evento al mes, y respetando los cronogramas de las actividades deportivas previstas».
La segunda puntada la dio la Ministra de Cultura en su última rendición de cuentas ante el Presidente Santos: «Esos estadios se refaccionaron con recursos públicos y por eso no pueden estar solo al servicio de unos clubes», refiriéndose a Millonarios y Santafe, en Bogotá, y a los otros a los que les caiga el guante en las demás ciudades.
Por último, y esto es importante tenerlo claro, la política del Estado y de los Distritos busca, por encima de cualquier cosa, la inclusión social. Eso es letra con sangre. Es la razón por la que hay festivales «al parque» de todo: porque todos deben ser incluidos, o al menos, verse incluidos. Un gobierno hoy no se puede dar el lujo de segregar y reconocer públicamente que los bienes que administra les pertenecen a unos y no a todos.
Entonces, creo que quienes estamos buscando que se preste el estadio para conciertos estamos amparados por la Ley. Por ende, no creo que sea una locura seguir insistiendo en que queremos ver a Paul McCartney en el estadio. Es lo más cerca que hemos estado en 8 años. Cartel Urbano tiene una petición en línea que espera engrosar con el apoyo de los melómanos.
3. ¿Por qué no se presta El Campín realmente? Los que quieren conciertos se preguntan qué tiene de especial la grama de este estadio que no tienen todos los campos de fútbol del planeta. Básicamente, es igual a todas las gramillas. Eso significa que debería reaccionar igual ante un cobertor plástico, como los que se usan en otras partes. Pero no, este cobertor no pasó la prueba técnica que se hizo durante el periodo (o lo que hubo de periodo) del Alcalde Samuel Moreno. Y se sepultó el tema.
¿Cuál es el problema de fondo? Hay varios y son complejos.
Pero también hay que advertir que, al menos en Bogotá, el otro gran problema de fondo lo generaron algunos de los mismos empresarios. Resulta que dentro de las veces en las que se hicieron conciertos y se destrozó la grama, en algunas ocasiones las firmas aseguradoras (que son el supuesto respaldo del contrato) no respondieron por los daños. José Tapias, exdirector del IDRD, me contó que hay alegatos que nunca se resolvieron y el Distrito tuvo que responder por daños generados en conciertos de los que no respondió nadie. Sobre esto, la única esperanza que tenemos a futuro es que el registro de productores de espectáculos ante el Ministerio de Cultura, que crea la nueva ley, enderezca a los empresarios. Que los que son serios lo sean aún más, y los que no son serios, desaparezcan o evolucionen.
Sobre esto, yo voy a conservar para siempre el video de la Twitcam en el que la alianza entre empresarios Ricardo Leyva, Alfredo Villaveces, Juan Pablo Ospina y Fernán Martínez (además de Ocesa) le aseguran al público que se comprometen a cumplir las pólizas y entregar los estadios en buenas condiciones.
4. ¿Endiosar a las figuras del pop y el rock al límite de cambiar las leyes por ellos? Este es un punto muy válido que propone Alejandro Marín: reflexionar en torno a si ellos se merecen tanto esfuerzo de nuestra parte, si al parecer no somos
dignos de verlos en vivo en un sitio que no sea un estadio. Estoy de acuerdo con que hay que bajar a las estrellas del firmamento en el que las pusimos. Como decía Banksy en el disco que intervino de Paris Hilton: «Cada disco que compras me aleja más de ti».
El tema es que, así el mundo esté girando hacia una relación más horizontal entre los músicos y el público, aún hay muchas figuras que todos soñamos ver algún día. Yo no me considero en capacidad de decirle a alguien que deje de soñar con ver a uno de los dos Beatles vivos simplemente porque «si pone tantas condiciones, no nos merece». Creo que sí nos merecemos hacer ese esfuerzo, y sí ha hecho don Paul una carrera lo suficientemente meritoria como para que nosotros demos ese salto de fe.
Por otro lado, ya hemos visto conciertos que creíamos que tendrían aforos inmensos y resultó que desinflaron todos los cálculos. Ozzy Osbourne no metió más de 18.000 personas, y era uno de los más esperados en la historia de la música contemporánea. Ese factor, el numérico, debe influir en todos los cálculos y sueños que tengamos.
5. No se trata de defender a unos negociantes. Es cierto: los empresarios de conciertos están moviendo sus fichas para lograr estos avances. Rodearon al congresista Simón Gaviria durante el borrador de la Ley 1493. Ellos no están pensando en «esto es lo que el público necesita», su modus operandi se basa en los negocios, por eso se llaman «empresarios», no «ángeles de la caridad». Atribuirles alguna especie de misión social sería pecar de total ingenuidad.
Sin embargo, su negocio, el que los enriquece, es el de traer los artistas, que son al final quienes cumplen los sueños de quienes los esperaban.
Quiero dejar en claro que no estoy metido en este tema por ningún lobby o contraprestación. Me metí a calentar el debate de que presten los estadios porque creo honestamente en la necesidad de que los presten. Porque llegan muchos mensajes de gente preguntando «Hey, Carlos, cuándo viene este o aquel». Ese es mi interés, pero nadie me paga ni me compensa por hacerlo. Tengo contacto profesional con los empresarios de conciertos, pero bastante lejos estoy de iniciar amistades. No voy a sus fiestas ni cocteles. De hecho, me he agarrado verbalmente con algunos de ellos, en pro de defender esa independencia.
La manera apropiada en la que los empresarios deberían retribuir toda esta atención de los medios y del público, además de una Ley escrita casi a su medida, espero que se manifieste en que los precios de las boletas bajen.
6. Si el fútbol es bueno o es mediocre en Colombia, ese no es el tema. El deporte piernipeludo despierta muchas emociones en mucha gente, más allá de su calidad. Coincido con Alejandro Marín en que no hay que satanizar el fútbol y decir que ‘para qué estadios con esos equipos tan malos’. Al fin de cuentas, estos clubes han definido la idiosincrasia de un país cuyo deporte nacional es el fútbol. En eso, Constaín está totalmente errado. Pero si nos vamos por los radicalismos, sería más lógico, entonces, tomarse la Plaza de Toros de Santamaría, el día en que la práctica de matar a estos animales desaparezca de una buena vez, como se espera que lo decidan las generaciones venideras, más centradas que nosotros.
Agradezco a Alejandro y a quienes continúen este debate.
Suerte y pulso.