Hoy culmina el sexto Estéreo Picnic. Ha sido una fiesta superior a las expectativas de mucha gente, aunque también con problemas que vienen por añadidura con respecto a la logística en una ciudad que reacciona a un evento de estas características, que transforma la movilidad y que despierta, hay que decirlo, la envidia de quien no está en ese campo gozando y no puede aceptar que otros sean felices. Pero más allá de todo eso, el evento tiene un impacto en la proyección cultural de la ciudad.
La tarima principal, en el primer día de Estéreo Picnic 2015, el de menor asistencia: escenario lleno.
Tenemos un festival musical alternativo en grande, que no tiene mucho que envidiarle a Coachella, Lollapalooza o Rock in Rio. Claro, tiene muchos ingredientes por mejorar, pero el camino recorrido por Estéreo Picnic merece un reconocimiento. Incluso, este año fue superior a un boicot en redes sociales, a la mala prensa y hasta a una comunidad innoble de taxistas que intentó usarlo de chivo expiatorio contra Uber. Todo eso pasa en un festival para más de 20.000 personas.
Y si, es una iniciativa privada. A algunos, a veces, les ralla esa idea: pagarles tanto dinero a unos empresarios. Resulta que los socios de T310 son empresarios colombianos, de hecho jóvenes melómanos no muy diferentes de los asistentes a estos tres días de fiesta. ¿Por qué no reconocerles su esfuerzo y su éxito?
También se le critica por ser visto como un evento esnobista para gente que quiere que otros la vean con sus últimas fachas hipster. Puede ser, pero, ¿no hace eso también parte de ser joven? Es decir, el sentido de pertenencia a una generación, el identificarse con una forma de vestir, es decir, sorpresa sorpresa: todo el mundo lo hace, desde los metaleros que siguen todos la idea de Rob Halford de envolverse en cuero negro, hasta los hippies que en los años 70 llenaron el parque de la 60, o los punks que siguieron a La Pestilencia y se pusieron crestas y taches. Tal vez las motivaciones son muy diferentes, pero ¿a quién le compete juzgar eso?
Los mercaderes son necesarios
20 años de festivales al Parque (Rock, Salsa, Jazz) nos han dado felicidad en múltiples formas y momentos, pero también crearon una cultura muy complicada, que relaciona música con gratuidad y con ‘obligatoria’ promoción estatal, como si el Distrito tuviera que ser un empresario de conciertos o un promotor de bandas por el hecho de que pagamos impuestos. Hay clínicas necesitadas, hay calles rotas, hay políticas de seguridad social que seguro podrían aprovechar más ese dinero, así que imponerle a la ciudad la misión de hacer conciertos internacionales es un descaro supremo.
Así nos parezca la monetización de la música, lo cierto es que los conciertos de artistas que cobran desde 8.000 hasta 300.000 dólares por presentación deberían ser manejados por la industria privada, los empresarios de conciertos, cuyo negocio es ese, y cuyos riesgos de inversión son los de su capital y no los de las arcas de la ciudad.
Es ese un buen punto de partida para entender la importancia de los festivales privados como Estéreo Picnic y su evolución. No ha sido un esfuerzo único: también se cuentan el desaparecido Nem-Catacoa, el Soma, el Car Audio Rock Festival o los de música electrónica como los capítulos de Summerland, Tomorrowland, entre otros. Pero el Estéreo Picnic ha demostrado un punto de equilibrio y de permanencia, con seis versiones a cuestas, cada uno superior al anterior en cifras y dimensiones.
He tenido la oportunidad de cubrir como periodista los seis Estéreo Picnic. En el 2010 se presentaron 8 artistas en una única tarima, en un día. Este año fueron 60 actos, en tres tarimas, en tres días. Pero más allá de los números, lo que he visto es un efecto creciente de incidencia en la escena musical: primero, empezó a ligar también las estaciones de radio, comerciales y no comerciales, con su apuesta alternativa.
Segundo, ha promovido que las bandas nacionales se preparen para el festival y produzcan nuevo material apto para las condiciones de un festival que le cobra más de 300.000 pesos a un asistente por una boleta. Eso le significa al artista hacer apuestas y mejorar su nivel, e incluso algo muy valioso: crear una propuesta visual, pues todas las bandas tienen a su disposición las pantallas y el sistema de sonido necesario para presentar un buen espectáculo. Eso no es común, eso no ocurre en Rock al Parque, por ejemplo.
Al evitar la gratuidad y darle valor a la asistencia, Estéreo Picnic también enseña a la gente la idea de que un festival no es simplemente pararse a ver unas bandas, sino gozarse una experiencia extensa de fiesta, con juegos, mercados de diseño, espacios para echarse al prado a holgazanear, o lo que sea. Incluso, así suene irrelevante, el hecho de que tenga comodidad para ir al baño o para comer en un restaurante decente. Quienes asistimos a conciertos desde el siglo pasado, sabemos que estas condiciones casi nunca están garantizadas.
En cuanto a lo musical, hay una apuesta importante por mostrarle al público músicas que no conocía e incluso que pueden derrumbar nuestros paradigmas de lo que debe ser una banda en vivo. Tomemos como caso la presentación de la banda británica Alt-J, este año: un show bajo en revoluciones, no bailable sino más espiritual, de crear atmósferas sonoras que requieren concentración y compenetración del oyente. El público estuvo ahí, escuchó sus canciones y sus vuelos sonoros, y no se fue. Una banda de estas características en otro escenario, uno gratuito, habría sido abucheada. No siempre la música se trata de estar a toda velocidad sacudiendo la cabeza, también hay espacios para la introspección. Educar a un público para recibir una propuesta semejante requiere trabajo, y Estéreo Picnic lo ha hecho.
Y el festival en sí mismo ha vivido sus procesos internos en los que ha evolucionado. El haber superado la mala prensa por gente que consideró el cartel de este año como un fracaso (y que redujo la asistencia pero igual fue masivo y había ríos de gente por todo el terreno), fortalece a los empresarios y al público mismo: no hay que creerse las malas vibras de un eco en Internet.
Por supuesto, también tiene muchas fallas. Una que consideré grave de esta edición fue el tercer escenario, en el que se dispusieron bandas que tal vez, al criterio de los curadores del festival, no iban a convocar mucha gente. Y no lo hicieron, en parte, por culpa de esa tarima, mínima en dimensiones, atravesada en el corredor de caminantes entre los dos escenarios grandes, que recibía de frente toda la potencia de sonido de las bandas que se presentaban en el escenario principal. A veces, los músicos del Club Social no se podían oír y se desconcentraban. Vi en los rostros de los músicos de la banda Planes la desesperación por esta situación. Eso no le hace el favor a los músicos emergentes, todo lo contrario, los condena a sentirse simplemente eso: emergentes y nada más.
Pero por todos estos factores, Estéreo Picnic ha puesto la posta muy alto y se merece seguir creciendo. La ciudad necesitaba un evento así, digno de comparación con los de todo el mundo
Suerte y pulso.