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He decidido nombrar este blog como el “Campamento de los mojados”, porque si bien la expresión se refiere especialmente a los inmigrantes que cruzaban la frontera de México a Texas de manera ilegal, nadando por el río Bravo, muriendo en el intento; también se generalizó desde que el New York Times hizo la primera alusión al término en 1920, que abarcaba a todo aquel que tuviera que cruzar fronteras y territorios sufriendo las peores peripecias y normalmente siendo deportado y violentado en cualquier lugar al que llegaba.

Por supuesto, el sentido literal de la expresión tampoco se escapa del todo de la realidad, pues los mojados ya han aguantado más de un mes de lluvias, que parecen azotarlos sin descanso, pero que no les hacen flaquear las ganas, la motivación y un verdadero patriotismo con el que pocos de nosotros nos identificaríamos. Estas personas son mojados por donde se les mire, usted verá por dónde agarra el significado.

Por ahora, dejémoslo en que para mí eso son…así no más… en el sentido amplio de la palabra, de quien lo ha dejado todo, su hogar, su familia, y ha emprendido un viaje sin retorno con no más que una valija y una dirección postal para cambiar su vida o con un sueño todavía más grande, el de cambiar el curso de la historia misma. Y que lo diga Olga Giraldo, quien viajó desde el Putumayo, seguida de aventuras que sólo Homero en la Odisea podría igualar, pues parece realmente cosa de dioses que alguien decida atravesar un país por el remordimiento de no haber podido votar el 2 de octubre en su región.

Cuenta entonces, sin que la voz le tiemble; pero con la mirada al piso como a quien nunca se le ha permitido mirar a los ojos, cómo caminó horas para salir de su pueblo y llegar a la ciudad más cercana. Luego vendió su celular para conseguir un pasaje que la acercara a alguna otra, bordeó las carreteras con el dedo alzado rogando a los camioneros, desconfiados por tantos años de violencia, que la llevaran hasta Bogotá. Y, cuando finalmente llegó, después de más de tres días de aguantar hambre, pudo aliviar su tristeza al ver que un puñado de personas la esperaban con los brazos abiertos, con comida, canciones y, sobretodo, con buena energía y disposición para presionar al gobierno.

Así que de nuevo, son mojados porque ya no se trata de quién votó o no votó, de quién dijo sí o dijo no, sino de un deseo, que vibra apenas uno pisa el campamento, de que como tantas cosas en este país no se caiga la ilusión de muchas víctimas desoladas por el conflicto, de muchos ciudadanos que se imaginan una sociedad más sana, de muchas personas que quieren que esto no se prolongue y que las FARC no sea de nuevo la que ponga y quite presidentes en Colombia. Porque eso ha sido fácil, lo difícil es que los medios de comunicación tengamos que contar cosas que no sean violentas, que los políticos deban cambiar el discurso y hablar de las tantas Olgas en el país que no tienen ni siquiera como moverse dentro de su propio pueblo, que la sociedad quede impactada cuando ya no le pueda achacar a la guerrilla todos sus males, y empiece a reconocer en sí misma un cáncer que llevaba años emergiendo, lento pero constante, su indiferencia.

Cuando todos vean que nos hemos olvidado de la educación, de los niños que día a día mueren en la Guajira y en todo el país, de los feminicidios, de la desigualdad laboral, de la precaria condición de las ciudades y de la falta de garantías para los campesinos, del amor y la tolerancia; ese día sí vamos a tener miedo, porque entonces ¿Qué vamos a contar si las Farc no están ya en el panorama?.

Así que independientemente de lo que usted piense de esas 150 personas que dejan sus familias y hogares cada noche para regresar al asfalto de la Plaza de Bolívar, ya hay antecedentes de otros campamentos que han funcionado para presionar cambios políticos históricos, como por ejemplo, el movimiento de los Indignados en España, que motivado por la Primavera Árabe prendió también la iniciativa mundial de algunos otros, como el Occupy Wall Street en Estados Unidos, Yo soy 132 en México, Occupy Gezi en Turquía, y cientos más de manifestaciones alrededor del globo que tuvieron implicaciones ciertamente meritorias, desde tumbar presidentes, cambiar políticas de Estado, hasta conseguir ciertas garantías sociales y de participación.

Y bueno, cómo olvidar nuestro caso si a su vez está precedido por alguien grande, el “profesor Moncayo”, como le decía la gente de cariño, quien caminó más de 1000 kilómetros desde Nariño hasta Bogotá en 2007 para exigir la liberación de su hijo, Pablo Emilio, que había sido secuestrado por las Farc desde 1997. Con las ampollas propias del transeúnte llegó a la Plaza de Bolívar y se asentó 45 días en una carpa hasta que por presiones del alcalde del momento y del gobierno nacional tuvo que retirarse; sin embargo, hasta el día en que liberaron a Pablo en 2010 cargó con unas cadenas de hierro al cuello, como símbolo de protesta, por la incompetencia de las autoridades para agilizar el proceso de liberación.

Finalmente, después de un recorrido rápido, eso es lo que puedo decir, esos son los mojados, como he decidido llamarlos, un espejo molesto, fastidioso, incesante para algunos; pero necesario para saber qué sucederá cuando veamos que las FARC solo era una hoja en ese inmenso pastizal que ha estado seco y respirando apenas durante siglos, y no durante 60 años, como nos quieren hacer creer.

Los mojados, al sol inclemente tan propio de la tierra fría, y también a las lluvias torrenciales que los han acompañado casi todos estos 43 días, no se quejan, no desisten, no se secan. Limpian sus carpas, emprenden la rutina, crecen y crecen (empezaron 7 van 150), y nos hacen sentir vergüenza a cada instante a los que como yo los contamos desde la comodidad del sofá, el techo y el calor, y desde la sequedad caliente de la indiferencia.

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Algo he aprendido del Periodismo y de la Literatura y es que no son profesiones, oficios o prácticas, son vocaciones ligadas a un amor inmenso por la sociedad y, sobretodo, por las historias. El periodista entrega su vida a las letras, igual que el literato. El primero, es un intermediario de los tantos muchas veces silenciados, y el segundo es un ladrón de realidades. Por mi parte, como estudiante de ambas, me declaro una eterna enamorada de este estilo de vida, y desde ya prometo entregarlo todo a la curiosidad y a la búsqueda de relatos.

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