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Pues, Juan, habiéndonos extendido tanto en la charla anterior sobre la fe, volvámonos, ya sí, más científicos con esto del bien y el mal, según pretendemos con estas charlas de filosofía científica.

Cuénteme entonces, don Bruno, que estoy muy curioso.

El hecho, Juan, es que, en la creación, no hay ni bien ni mal.

La creación se basa y evoluciona, y es el resultado de una infinidad de contradicciones, y sin contradicciones nada de lo que hay, sería.

La distinción entre bien y mal es algo solamente relacionable con el hombre porque, en el momento en que el hombre, como única excepción dentro de la naturaleza, adquirió conciencia, fueron concebidos dentro del alma del hombre, por la naturaleza y para la supervivencia y continuada evolución del hombre hacia el perfeccionamiento de la creación, el bien y el mal.

Y eso, Juan, explica por qué el hombre es el único ser de la creación que ejerce el bien y el mal, y bastante bien ha hecho, pero bastante mal ha hecho también.

Pero aquí, Juan, está la belleza del asunto. El hombre, al adquirir conciencia, se encargó, de parte de toda la creación, de superar el mal y de hacer predominar el bien entre la especie. Y la lucha del hombre por imponer el bien sobre le mal en el espíritu consciente de la creación, que es el mismo hombre, se ha venido ganando.

Es que, Juan, el hombre ha pasado de estar en guerra prácticamente todo el tiempo a estar en paz prácticamente todo el tiempo.

El hombre ha pasado de no importarle para nada el bienestar del hombre como un todo, a esforzarse para que los necesitados tengan auxilio, sea quienes sean y estén donde estén.

Lo que reconocemos los hombres como bien o mal son no más que los instintos de supervivencia comunes a todos los seres vivientes, instintos con que el Hombre surgió de la inconsciencia a la consciencia.

El instinto de supervivencia del bien, que podemos resumir en el amor, no es más que el impulso de protección que el hombre siente arraigadamente por su pareja y sus hijos para asegurar la crianza de esos hijos y así la continuidad de sus genes, tal como lo sentía en la inconsciencia.

El Instinto de Supervivencia del mal, que podemos resumir en la competitividad, no es más que lo que el hombre está obligado a hacer, por malo que sea, para mantenerse a sí mismo, y a su familia, con vida, para así garantizar la continuidad de su genes, tal como estaba obligado a hacer en la inconsciencia.

Y de la continuidad de los genes del hombre depende la continuidad y la perfección de la creación.

Ese amor y esa competitividad del hombre, traídos por el hombre desde la inconsciencia y necesarios para garantizar la continuidad de la especie humana, se ampliaron con el tiempo más allá de la familia íntima, para garantizar la unión y, así, la defensa, supervivencia y superación de la familia extendida, representada inicialmente en su tribu y que fue extendiéndose a su pueblo y a su nación.

Ahora, Juan, el amor como instinto de supervivencia ha sido constante y creciente, fe de lo cual lo demuestra la enorme acogida entre la humanidad de sus religiones, todas las cuales persiguen la paz y la buena voluntad entre los hombres.

Y, por otro lado, Juan, la competitividad, como instinto de supervivencia ante la amenazante naturaleza, se convirtió en la lucha entre los pueblos para sus defensas, supervivencias y superación, fe de lo cual lo demuestra el incesante violento y forzoso dominio del hombre sobre el hombre a través de las guerras y las conquistas y en el obrar del hombre en su persecución personal o general del poder y enriquecimiento, con ello generando masiva muerte, sufrimiento, esclavización y destrucción, para mencionar algunos no más de los males de la competitividad.

Sobra decir, Juan, que la actualidad del hombre está en la competitividad entre el mundo libre y el mundo autócrata que está causando muerte y sufrimiento en Ucrania, por ejemplo, y que podrá llevar al hombre a un nuevo oscurantismo.

A mí, don Bruno, a veces me preocupa que el hombre ya hizo todo y que solo le espera un futuro de baja creatividad y descubrimiento, y que eso hará que pierda su pleno deseo de vivir, porque hasta ahora el hombre ha vivido con todas la ganas, ha vivido para romper todas la barreras económicas, sociales, científicas, artísticas exploratorias y de superación personal y general.

Eh, Juan, nuevamente haces un aporte clave, y tengo que admitir que yo he sentido lo mismo.

Es que, Juan, ¿qué le queda para hacer al hombre?

Pareciera que el hombre ya lo hizo todo Juan, y ¡qué bien y qué maravillosamente lo ha hecho!

Juan, uno siente que estamos cerca de haber hecho todo lo que quisimos hacer y de haber expresado todo lo que pudimos expresar.

Estamos cerca de que todos vivamos apartados de la naturaleza.

Podemos estar cerca de languidecer y desaparecer por falta de propósito y sentimiento de pertenecer.

A veces intuyo, Juan, que acabamos de cruzar el cénit del esplendor de la existencia humana.

¡Pero, Juan!, acabo de recibir un cometario a nuestra Charla sobre la fe que obviamente es hecha por una persona muy perceptiva, entendedora e inteligente y, además, como hace una perspicaz observación sobre la juventud de la raza humana que da fe y esperanza y ánimo, precisamente en cuanto a lo que acabamos de charlar de que al hombre no le queda más para hacer. A renglón seguido, la voy a publicar.

“Muy interesante la última charla sobre la fe y sobre Dios y, en especial, la comparación que hace entre el ego y el espíritu. Me puso a pensar el hecho que las religiones no han cambiado en nada por tantos siglos, a pesar del hombre tener mucho más conocimiento y entendimiento sobre todo. Y lo que uno aprende de las charlas es que puede ser incluso al revés, porque al tener uno más conocimiento y entendimiento sobre todo, más consciente es de que tiene que existir un Dios detrás. Preocupa que el hombre se esté alejando tanto de la naturaleza y de la creación, viviendo en ciudades y pegados todos a un mundo digital. Pero las juventudes siempre se rebelan, como dice en otras charlas, y yo creo que las próximas generaciones se van a rebelar de ese aislamiento y van a volver a la esencia de la creación”.

Es que lo que dice este seguidor nuestro, Juan, sobre la esperanza que da la juventud es demasiado alentador.

La juventud, representada por los adolescentes y pos-adolescentes, es el motor de la evolución humana, Juan.

Siempre ha sido así y siempre ha sido rechazada y discriminada la juventud por la adultez porque la adultez le teme al cambio que no sea producto de la misma adultez.

Pero mire no más, Juan, la revolución juvenil de los 60s que liberó al mundo, que lo transformó de blanco y negó a color, que acabó con tantos absurdos prejuicios entre los hombres y dio paso a una época de alumbramiento nunca antes vista en todos los campos del desarrollo humano.

Entonces, Juan, a pesar del calentamiento global y del enfrentamiento entre el mundo libre y el mundo autocrático y de todas las cosas negativas que podrían, en la actualidad, hacer retroceder al hombre en su camino hacia lograr el perfeccionamiento de la creación, veo una esperanza verdadera y lograble en la capacidad de la juventud de captar inconscientemente su realidad ante su presente y cambiarlo rotundamente a favor del ultimo bien de la humanidad y, así, de la creación.

Entonces, Juan, por ser pertinente a que el hombre se haya retirado tan extensiva y dañinamente para sí mismo de la naturaleza, me parece interesante contarle estos pensamientos que he tenido al respecto.

Siete de los que, pronto, serán nueve billones de humanos estarán próximamente viviendo en ciudades, escondiéndose de la creación. Siete de nueve billones de humanos viviendo en ciudades, como bebes en cunas, dependiendo enteramente del mas allá desconocido para mantenerlos con todas sus necesidades de supervivencia ¡Qué tan expuesta situación es esa!

Pero bueno, don Bruno, sigamos nosotros también por lo optimista.

Juan, en la lucha por la supervivencia, nada es malo, porque no podemos decir que la lucha del Hombre por su supervivencia ante la naturaleza, que se convirtió en la lucha entre los pueblos y los individuos por la supervivencia entre los hombres, sea mala, porque bien puede ser que ha sido necesaria para la supervivencia y continuada evolución del mismo hombre y, así, de la creación.

O sea, Juan, salimos de una creación, por naturaleza contradictoria, como especie heredera, por obligación, de esas contradicciones y, obligada a sobrevivir dentro de esas contradicciones, no solo inherentes en nosotros mismos, sino en toda la naturaleza en que existimos. De modo que, de nada se nos puede culpar como especie, y sí se nos puede atribuir haber luchado contra el mal y a favor del bien, características inherentes solamente a nosotros, y de estar ganado esa batalla a favor de la perfección de la creación.

El sentimiento de culpa, que no entendemos por qué lo tenemos más que atribuirlo a ser una de nuestras características, bien puede ser para salvar al hombre y llevar a la creación a su perfección.

Pero, don Bruno, cometemos terribles males, sabiendo que son terribles males, no más que para el aprovechamiento personal.

Sin duda, Juan, y mucho de eso se puede culpar al desbordamiento  de nuestro instinto natural de competitividad para la supervivencia. Pero el espíritu le está ganando al ego, Juan.

Bueno, Juan, hemos tratado de “sobrepasar la infinidad del pensamiento” (Shakespeare) con estas charlas de ciencia filosófica. Y, aunque eso lo hace a uno sentirse irrespetuoso con el creador, por lo cual le pedimos sincero perdón, creo que bien valió la pena el desvío.

Don Bruno, hemos dejado el tema del hombre y el bien y el mal en alto y, en nuestra próxima charla, ya sí pasaremos a mirar la ley de la naturaleza para el gobernar del hombre.

Casi que no, Juan, pero bien valió la pena y el esfuerzo.

 

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Charlas entre dos Colombianos de polos opuestos, pero con una atracción de imán entre ellos; Don Bruno, finquero, cursando su sexta década de vida, estudioso y erudito, y Juan, su mayordomo, cursando su cuarta década de vida, capaz, consciente e inteligente.

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