Son pocas las relaciones entre alumno y profesor que comienzan con amor a primera vista, en muchos de los casos es un proceso que suele comenzar con un pulso para demostrar quién es el más fuerte, y termina con un estudiante rendido ante un dictador o un maestro expulsado por la rebelión de la granja.
Durante ochos días hábiles fui profesor en Chigorodó (Antioquia), y debo decir que fue, pútamente difícil. Muchos de los que lean éste articulo los invito a recordar su etapa en el colegio… y ahora que la multipliquen por 10 y más o menos tendrán un indicio de lo que es dar una clase llena de jóvenes y niños que no han desayunado, dormido un mínimo de ocho horas, que sueñan con ser narcotraficantes o actores porno y que su programa de televisión favorito es Sin tetas sí hay paraíso y el Señor de los cielos.
Llegar a clase era escuchar ¡Profeeeee! gritos, acusaciones, ¡Profeeeee! Ver golpes, insinuaciones sexuales, lapiceros en forma de puñal como un simple juego que en realidad era un ensayo por si toca defenderse algún día en la calle. Todo eso viví en ocho días, sin embargo también conocí a una campeona Nacional de bicicross, a una promesa del levantamiento de pesas y a un prodigio de la natación. Asimismo me encontré con jóvenes que podían lograr textos argumentativos cuando estaban motivados, ver sonrisas cuando se ganaban un punto positivo que siempre había sido negativo, pero lo que más vi son personas que necesitan una oportunidad para cambiar su realidad.
En ocho días fui un dictador y también el humano expulsado por la rebelión de la granja. En los dos años que se vienen espero encontrar el equilibrio perfecto para ser simplemente como me dijo mi coordinadora y lo dijo Eduardo Galeano “Mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo«.
Siendo adulto nunca hubiera imaginado que ser profesor no es un trabajo, es una forma de vida o mejor, de perder la vida. Suena cruel decir: perder la vida, sin embargo es cierto. Durante los próximos dos años que se vienen perderé las comodidades de una ciudad como Bogotá, la comida y mimos de mi mamá, el apoyo de mi papá, la tenacidad de mi hermana, la juventud de mi hermano y las primeras palabras de mi sobrino.
Quiero perder mi vida por la simple razón de convertirme en la herramienta para que otros puedan mejorar las suyas. Quiero que Juan José, Manuel, Jeremy, Dylan, Samuel, Wendy, Mauren, Cartagena, Francisco, Dana, Michael, Armando, Jarry, Lina, Paula, Juan Pablo y todos los estudiantes que conocí y conoceré tengan una oportunidad no de ser los mejores, sino de ser lo que ellos quieran. Como yo que quiero ser profesor.