El planeta hoy tiene el hedor de la muerte. Los misiles lanzados por Estados Unidos Unidos a las bases aéreas sirias, como respuesta al cruel ataque a la población civil con armas químicas cuyo presunto autor es el gobierno de Bashar al-Assad, quien cuenta con el apoyo de Rusia por su posición geoestratégica y su papel importante en el transporte de petróleo ruso hacia el mediterráneo, han elevado el nivel de alarma sobre los alcances posibles del escalamiento a corto plazo de este conflicto.
Y no es que no sea necesario enviar una respuesta contundente a un gobierno que durante más de seis años ha estado masacrando, sin piedad, a la población a la que pretende representar para perpetuarse en el poder. Lo execrable es que, tal como me lo mencionó un amigo chileno canadiense, Mario Aguirre, el ataque a las bases aéreas haya sido aprobado con fines de incrementar la menguada aprobación política interna de Trump, y no con fines humanitarios. De esta manera,»es un ataque emotivo, con un objetivo de impacto en la opinión pública a través de las comunicaciones y que empeoró las condiciones para encontrar soluciones diplomáticas a la guerra civil siria»
Instrumentalización descarnada y dolorosa: ese parece ser el destino de muchos pueblos inocentes asentados en territorios codiciados por Estados ricos y con poder militar.
Mientras este genocidio anunciado avanza, la Organización de las Naciones Unidas, principal organismo internacional encargado de velar por la seguridad y la paz mundial, sigue siendo un convidado de piedra. Las negociaciones propiciadas por esta organización progresan, pero no conducen a acuerdos, y las declaraciones de Alto el Fuego se violan todos los días.
¿Cuántas más tragedias se necesitarán? ¿cuántas más víctimas tendrán que caer para que se comprenda que la ONU tiene las mismas falencias que su antecesora, la Sociedad de las Naciones, y que se requiere de una estructura moderna, representativa, ágil y efectiva para superar esta anarquía global?
En la situación actual, en donde están en juego aspectos geoestratégicos y de poder, la sola buena voluntad de la diplomacia no basta. Desde la comodidad de la sede del Consejo de Seguridad en Nueva York, las connotaciones de dolor humano y de tiempos para la toma de decisiones, son muy diferentes a las que se respiran en las calles de Palmira, Alepo, Daraa y Homs, o en las costas del mediterráneo, a las puertas de Europa.
La salida a este conflicto no puede seguir siendo permitir que los Estados, motu propio, envíen un misil y luego, simplemente, durante meses, den la espalda a la población asentada en esos territorios; o que financien grupos terroristas para defender sus intereses en el exterior, y que luego reaccionen violentamente cuando los mismos grupos atacan a sus ciudadanos.
El orden global requiere de un ordenamiento global. Y esto no da espera.
Epílogo: La historia ha demostrado que la extraña lógica maquiavélica de la guerra, es contagiosa y se retroalimenta. Puede más el agotamiento, que la razón civilizada. En este contexto propio de las obras de Dante, ¿cómo sembrar en las nuevas generaciones semillas de paz?
A modo de apéndice: Mario Aguirre subraya, con razón, que el apoyo del congreso en pleno de esta medida, exceptuando pocas voces disidentes, sumado al aprendizaje adquirido por los resultados de la propuesta de reforma migratoria y el Obamacare, puede indicar un cambio en la estrategia de política interna y de la lucha de fuerzas entre Bannon y Kushner en la Casa Blanca. El tiempo lo confirmará.