No soy feminista, ni he sido partidaria de los enfoques de género pues en muchos casos resultan reforzando lo que pretenden combatir: la exaltación de una condición especial, y por este camino, la discriminación. Sin embargo, casos dolorosos de feminicidio favorecidos por la indiferencia social y la negligencia del poder público, ponen de manifiesto que la agresión a la que estamos expuestas las mujeres no es un problema menor, ni es el fruto de la histeria de una colectividad.
La agresión hacia la mujer es real, y no sólo se manifiesta en violencia física o económica, sino también en expresiones cotidianas irrespetuosas que muchos emplean de manera indiscriminada, y tal vez inconsciente, por un mal entendimiento de lo que puede ser la coquetería o la simpatía, desde una óptica machista.
¡Qué exageración! dirán algunos. ¡Ahí están haciendo uso de su condición para mostrarse como víctimas! Dirán otros. Pero la realidad es que, afrontar un día como mujer, es transitar un camino en donde cada dos pasos se encuentran gestos que tienen un sutil mensaje con el potencial de amedrentar.
Les pregunto a los hombres como se sentirían si en una reunión de trabajo su nombre fuera reemplazado por “mi vida” o “lindura”; si, aun usando ropa formal y discreta, las miradas se desviaran todo el tiempo a cada rincón de su cuerpo; o si recibieran en una conversación de negocios frases camufladas con sugerencias no muy santas, incluso a modo de chiste o de ocurrencia.
¡Créannos! este tipo de interacciones no son una forma correcta de ejercer la ´galantería´, ya que ubica a la contraparte en una condición psicológica de inferioridad y vulnerabilidad. Estos códigos inapropiados usados de manera repetida en los espacios sociales, tienen un doble efecto: menguan la seguridad y la autoestima de quien los recibe; y empoderan a potenciales agresores físicos y materiales que, allanado el camino, llegan a protagonizar hechos tan graves e irreversibles como los que enlutan por estos días al país.
Una autoestima golpeada, es una puerta que se abre para el abuso. Un abuso permitido, es una patente de corso para la multiplicación de agresiones que dejan heridas letales, en el cuerpo y en el alma.
Si queremos generar un cambio real, y proteger la vida y los derechos de todas las colectividades, el enfoque no sólo debe ser de sanción judicial. La protección a la mujer empieza por proteger su autoestima, y en esto, los códigos sociales y culturales son más potentes y tienen mayor alcance que los códigos penales y de policía.
¡Respeto, señores! Es el mensaje que la colectividad de mujeres. El mejor piropo y el gesto de galantería más eficaz, es la interacción basada en la cultura y en la protección de la autoestima propia y del interlocutor.
Epílogo: En una cultura audiovisual, cantantes, actores y líderes de redes sociales muchas veces tienen mayor influencia en la formación de los niños que los mismos padres y educadores. Por esta razón, el debate sobre la responsabilidad de las ´expresiones artísticas´ no debe dejarse de lado. Cómo articular la responsabilidad y libertad en las industrias del entretenimiento, es un tema que resulta importante e impostergable.