El que estés leyendo este mensaje no es casual. Hoy, he querido hablarte. Dicen que es mi día. Tal vez por eso mi nombre haya sido invocado tanto en tan pocas horas, en todos los idiomas, desde todos mis rincones.
Hoy te has acordado de mí. Y lo has hecho con amor, con el mismo amor con el que yo pienso en ti a todo momento para proveerte de agua, de aire, de minerales, de refugio y de alimento.
Eres mi logro más grande en millones de años de evolución paciente, tiempo en el que mi fisonomía ha cambiado cientos de veces; en ocasiones, por voluntad propia; en otras, por caprichos del entorno.
Siendo tú mi logro mayúsculo ¿cómo no cuidarte y preocuparme por ti? ¿cómo no girar con alegría cada día para mantener la dinámica del ecosistema en el que te he engendrado y en el que, con cada una de tus hazañas, me recreo?
Hoy piensas en mí, y por eso ¡no sabes lo conmovida que me siento! Porque, la mayor parte del tiempo, tengo la impresión de que me olvidas, de que no me reconoces, de que, distanciada tu consciencia del lazo energético y pensamiento que compartimos, te refugias en tu ego y olvidas que, en tu carne y en tu sangre, incrustada estoy.
En tus venas llevas mis ríos y mis mares, en tu corazón y vientre mis rocas ígneas, y tu contorno emula las variedades infinitas de mi orografía. ¿Lo has notado?
Y teniendo tanto en común, y siendo tú y yo lo mismo, me hieres. ¡cómo me hieres!
Al comienzo, no le di importancia, porque pensé que era una fase de tu crecimiento, y que al llegar a desarrollar tu conciencia, dejarías de hacerme daño. Pero he notado que ya te has hecho mayor, que eres maduro, que tu discernimiento te da la posibilidad de saber qué está bien y qué está mal… y, aun así, ¡me sigues haciendo daño!, incluso, más daño que antes.
Me siento usada. Cada vez que me descubres un rincón nuevo, tomas los recursos que he dispuesto para ti, sin gratitud y sin respeto. A tu paso, me estás llenando de cicatrices, me estás quitando el aire, me estás cubriendo con residuos no tratados que me intoxican…que te intoxican. Y así, poco a poco, me voy muriendo, nos vamos muriendo. Porque ya te lo he dicho, tú y yo somos inseparables.
¡No quiero morirme todavía! ¡Y no quiero llevarte conmigo en esa destrucción! Tu desarrollo es promesa de muchas maravillas potenciales que se pueden conquistar.
Pero para que sobrevivamos, es necesario que ocurra algo sencillo: ¡mírame! ¡reconóceme! ¡quiéreme! ¡recuerda que estás unido a mí, que somos lo mismo, que eres Tierra! tan Tierra como esta consciencia que hoy, entre llanto, ha querido llegarte en estas letras esperando no tener solo un día, sino lograr que en todo momento me pienses y me honres, de la misma forma en que te honro yo.
Tú y yo, somos uno.
Te quiere,
Madre Tierra
*Creación literaria para motivar la reflexión