A propósito del acto terrorista ocurrido el fin de semana pasado en la ciudad de Bogotá, me permito publicar en este espacio una reflexión hecha a finales del mes de marzo (ver abajo), y en la que plasmo mi opinión sobre el uso del terror como arma de guerra.

Lamentablemente, desde esa fecha, el número de sucesos terroristas ha seguido creciendo, sin tener contemplación de región, credo, género o raza.

En todo caso, la conclusión de la reflexión sigue estando vigente: el arma más letal está en nuestro interior, no en el entorno. Esa arma se llama miedo, y no es otra cosa que la suma de nuestras inseguridades y de la incapacidad de vivir en el presente de manera consciente. 

No minimizo el impacto que tienen los ataques indiscriminados de grupos de desadaptados -sean de la corriente que sean- que con cualquier excusa vomitan su desarmonía interna en forma de violencia, afectando al primero que encuentran en su camino. Salud y vida, parafraseando a Antanas Mockus, son sagradas, por lo que todo acto dirigido a vulnerarlas, merece el grito de repudio de toda la sociedad.

Sin embargo, es en la posibilidad de domar o no el miedo, donde se expande o se controla la onda destructiva derivada de estos actos. Fortalecer la autoconfianza y desarrollar la disciplina de anclaje al presente, resultan importantes para emanciparnos de los grilletes del temor.

Es hora de mirar a los terroristas en su verdadera dimensión, y reconocer que son parte de una minoría que está enferma del alma y que no ha desarrollado las habilidades para interactuar  de frente, con ideas y argumentos, como se requiere en un contexto civilizado. Frente a la locura, razón. Frente al terror, autoafirmación y disfrute exponencial del hoy.

Epílogo: Normalmente lo que ocurre en el entorno, es una invitación sutil para efectuar cambios personales internos y profundos. La libertad es una conquista diaria en donde el principal protagonista somos nosotros mismos. Cambiando las reacciones, cambiarán las acciones.

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24 de marzo de 2017 ¿Avanzamos hacia la neoesclavitud del miedo?

Nuevamente el terrorismo fue el protagonista del acontecer internacional esta semana. El ataque perpetrado el pasado miércoles 24 de marzo en frente del parlamento británico, que ha dejado 5 muertos y 40 heridos a la fecha, nos recordó que no hay ningún lugar seguro en el planeta.  De hecho, Perú, Irak, Siria, Kenia, Francia y Yemen, fueron también blancos terroristas en el mes de marzo, con lo que se evidencia que el miedo es el recurso más utilizado de presión social en cuatro de los cinco continentes.

Colombia no se aleja, desafortunadamente, de esta dinámica. A la par de los atentados terroristas que todavía se siguen presentando en el país, las múltiples agresiones físicas, económicas, religiosas, sociales, políticas, culturales, ambientales y de género que se producen a diario, combinadas con los altos índices de impunidad, han hecho de nosotros una “sociedad miedosa”.

Tememos a los ataques de ácido, a los acosos en el transporte público; a las consecuencias de defender la ética en espacios laborales y comerciales; a la vulnerabilidad derivada de ser transparentes; a ser fieles a nuestro pensamiento, convicciones y orientación de cualquier tipo; a opinar libremente y a disentir; le tememos a los políticos, a los empresarios y a los trabajadores, a los extranjeros y al vecino…Tememos todo el tiempo y a casi todo, y de una manera tan natural, que no somos conscientes de lo que pasa y de hasta qué punto estamos esclavizados por esta emoción.

De acuerdo con investigaciones realizadas en diferentes disciplinas científicas, el miedo es un recurso evolutivo presente en varias especies y que facilita la supervivencia. Desencadenada por procesos cerebrales de la amígdala, la emoción del miedo permite un alistamiento fisiológico autónomo e inmediato para responder, utilizando nuestro máximo potencial, a los peligros incrustados en nuestra programación genética o aprendidos por experiencia directa o indirecta.  El miedo “adecuadamente dosificado”, nos pone alerta y permite la defensa. Por el contrario “el miedo desbordado” nos hace vulnerables y débiles, y es uno de los motivos para que cedamos a otros nuestra libertad, a cambio de la promesa de seguridad.

La ciencia del Miedo -Discovery Channel

Por el miedo, históricamente, surgió el concepto de Estado, y aceptamos entregar parte de la riqueza a cambio de protección a través de leyes, justicia y ejército. Por el miedo también surgieron las religiones, en un afán de buscar soporte ante situaciones que consideramos fuera de control en vida,y como pasaporte al lugar ideal tras la muerte. Finalmente, por el miedo a la escasez, surgió la economía y el capitalismo, modelo dentro del cual vendemos nuestro tiempo de vida a cambio de productos para suplir necesidades creadas por el sistema y ganar ventaja en la competencia absurda de la acumulación.

No podemos, entonces, entender nuestra civilización sin abordar el miedo. Sin embargo, esta comprensión del papel regulador del miedo en algunos círculos sociales, ha llevado a forzar las situaciones a un extremo tal que estamos, sin darnos cuenta, avanzando a un estado de alienación  total.

El trabajador se somete al empresario y permite su explotación laboral, por temor. El ciudadano se somete al político y le da patente de corso para legislar sobre asuntos muy personales y que llegan a tocar su dignidad, así como para negociar a su nombre aspectos que terminan siendo ajenos a su interés o a su conveniencia, por temor. El honesto, calla actos de corrupción que deberían ser denunciados, por temor. En fin, cedemos día a día más nuestro libre albedrío de manera inconsciente a aquellos que han aprendido a hacer una adecuada “gestión del miedo”.

¿Estamos, entonces, avanzando irreversiblemente hacia la neoesclavitud del miedo? Frente a este escenario apocalíptico, en la ciencia podemos encontrar alguna luz esperanzadora. Si bien la amígdala cerebral detona autónomamente la emoción del miedo, esta puede ser controlada a partir del análisis lógico realizado por el hipocampo con base en una valoración de capacidades personales y magnitud de la amenaza externa.

En términos sencillos, si bien estamos condicionados genéticamente a reaccionar ante el miedo, una educación responsable basada en la autovaloración personal y que redimensione adecuadamente las posibilidades, capacidades y habilidades individuales, llevando a su justo lugar a las estructuras preestablecidas así como a otros agentes y el entorno, puede ser la llave que permita poner límite a la explotación de unos grupos humanos sobre otros, desatando una alquimia paradigmática en los modelos en los que está cimentada la sociedad, en un camino más justo y equitativo.

La educación para la autovaloración personal y la adecuada gestión del riesgo es, a todas luces, necesaria. Me pregunto ¿Qué tan preparados estamos para poner en marcha esta educación, en un país en el que los docentes son poco valorados y a los estudiantes se les considera no solo de nombre sino en la práctica “alumnos”, es decir, personas sin luz?

Epílogo: Dice Al Gore, en una cita compartida en su twitter por el ex Secretario de Transparencia Camilo Enciso, “demagogia significa explotar nuestros miedos para lograr beneficios políticos”. Ya vimos cómo funciona perfectamente este mecanismo en el pasado reciente de nuestro país, en lo que atañe al referendo por la paz. Es importante que se revise a tiempo esta dinámica para establecer a tiempo reglas para la contienda electoral y evitar que la emoción del miedo prime sobre la razón democrática.