Estuve toda la semana pasada en Medellín, dictando un curso dirigido a mipymes sobre cómo hacer publicidad a través de motores de búsqueda en Internet (léase Google), y fue una experiencia muy agradable.
Medellín Digital, un programa de la alcaldía de Medellín, UNE y Fundación EPM, invitó a la Corporación Colombia Digital a replicar en la capital mundial de la arepa el proyecto que habíamos ejecutado el año pasado para un grupo de empresas de Bogotá y para la asociación de fabricantes de bocadillo de Vélez, Santander.
El curso lo dicté en la sede de Confama del barrio Aranjuez, ubicación que no me decía mucho, porque antes de esta ocasión no había estado en Medellín sino dos veces: una, con mis papás y mis hermanos, de pasada para Cartagena, cuando yo tenía por ahí unos ocho años, y la segunda, hace siete años, cuando me fui de fin de semana para allá, aprovechando que mi gran amigo El Tigre Ruiz estaba viviendo en esos lares.
El caso es que no tenía muchos referentes en Medellín, y Aranjuez no me decía nada. Así que en mi recorrido desde El Poblado, donde quedaba mi hotel, fui pasando por sitios cuyas fotos había visto en revistas o Internet: el Jardín Botánico con su famoso orquideario, el Parque Norte, el Parque Explora. Después de subir un trecho por un barrio popular, llegamos a unas instalaciones muy lindas, con bibliotecas, salas de computadores, canchas deportivas, piscinas, servicios médicos, todo en una construcción antigua, recién restaurada. Allí me recibió Luis Alzate, el encargado de la sala de navegación, quien me contó la historia de esas instalaciones: se trata del antiguo manicomio departamental, que fue restaurado recientemente por Confama, para brindar servicios de educación, recreación y salud al sector de la comuna nororiental de Medellín.
Dicté mi curso a empresarios y emprendedores de la ciudad, muchos de los cuales nunca habían ido a este lugar y no conocían estas instalaciones. Lo único que conocían era la mala fama del sector. Yo, como cachaco desprevenido, ni siquiera tenía esos prejuicios, porque no ubicaba bien en dónde estaba. El mismo Luis, y algunos de los asistentes al curso, me dieron un marco de referencia: ese sector en el que estábamos había sido en años anteriores escenario de frecuentes enfrentamientos armados entre diversas bandas. Algo muy distinto a lo que yo pude apreciar: niños aprendiendo a nadar en las piscinas bajo la mirada de sus padres, jóvenes escolares navegando por Internet en las salas de computadores, pequeños escuchando con atención cuentos en la biblioteca infantil, personas de todas las edades leyendo el periódico o consultando libros en la sala de lectura.
Me impresionó ver cómo la imagen que de este lugar tienen en Medellín dista mucho de lo que yo encontré allá. Y esta impresión se afianzó cuando subí por el Metrocable y fui a visitar el Parque España: lo que encontré fue un barrio lleno de vida, de estudiantes en uniforme saliendo de los colegios, y una hermosa biblioteca con servicio de guardería para los niños y salas dedicadas a diferentes proyectos, como el de “Mi Barrio”, que busca recuperar la historia del sector, a partir de los relatos de sus primeros habitantes, para generar sentido de pertenencia.
Así fue como mi semana de comuna nororiental me permitió ver de cerca cómo poniendo a disposición de una comunidad cosas muy simples como libros, una sala de computación, o instalaciones deportivas, puede ayudar a cambiar radicalmente la forma en que la gente se ve a sí misma, sus dinámicas sociales y sus proyectos de vida.
Sin embargo, de vuelta en Bogotá, cuando le cuento el cuento a un paisa, abre los ojos alarmado y me dice: “Pero tené cuidado, no caminés por ahí, ¡esa zona es muy peligrosa!”
Por: Sergio Pérez León
Imagen tomada de: commons.wikimedia.org/wiki/Image:Torres_Metro…
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