Sixto tiene 94 años y está fregado de salud. Uso un nombre diferente porque carezco de autorización para hablar de él. Cada día descubre que hay alguna parte del cuerpo que no le responde. Su mujer murió hace doce años y los hijos, todos ya abuelos, están repartidos en  todo el territorio nacional, aunque  uno, al que no ve hace más de veinte años, reside en Venezuela.  Vive de la pensión de los antiguos Ferrocarriles Nacionales, que le permite pagar una empleada que lo cuida, en una casa que pudo adquirir en los sesenta por el Banco Central Hipotecario. Hasta hace dos años conducía su viejo automóvil y hacía sus vueltas sólo. Ahora pasa semanas enteras sin salir de la casa y, a veces, de la cama.

Aunque las dolencias físicas lo mortifican a diario, su mente está intacta. Tiene la memoria de Bogotá en los años 30, cuando llegó del Tolima a una pensión en la calle 12, y también, la inmediata, la del último editorial de El Tiempo o el Nuevo Siglo, o la de los líos de las chuzadas telefónicas, que lo tienen escandalizado.  Es un liberal raro, de esos a los que le asoman lagrimones cuando habla de Gaitán o del primer gobierno de López, por allá en los treinta. Piensa que Uribe es más conservador que Laureano,  que el Polo es una masa aforme que va a perder las elecciones de Bogotá, y que el Liberalismo ya no existe.

Pocos lo visitan. Pero él dice que está hecho porque tiene su Internet. Cuando prende la pantalla aparece la imagen de una bisnieta de ocho meses, estrenando dos dientes, hija de la nieta que vive en Baltimore.  Los caracteres le aparecen al 150% y es un tigre usando Skype para conversar y verse con alguno de los nietos. Dice que tiene contacto con once de ellos por la red. Recibe fotos de todos y él se encarga de distribuirlas a los demás, aunque no a sus propios hijos porque, dice, éstos no saben usar Internet. A veces lo traiciona el mouse por un breve temblor en la mano derecha  y maldice porque abre el archivo o la página que no era, pero al cabo, llega donde quiere.

Se levanta cada vez más  tarde y después del desayuno prende el PC. Recibe y envía correos, se lee la prensa nacional y uno que otro diario en español, como el Miami Herald o El País. Toma un curso gratuito de inglés que ofrece la BBC y se arriesga a buscar amigas por Messenger. Encontró una veintitrés años menor, del Brasil, con quien coquetea en portuñol.  La chateada con alguno de los nietos es por la noche, antes de acostarse.

Como sus amigos han muerto casi todos, la red es la forma de estar al día, de hacer conocidos y de echar chismes acerca de sus hijos con los nietos.

Armó un escándalo tremendo porque hace unos meses la red se cayó, dizque porque un barco trozó el cable submarino cerca de la costa de Nicaragua. Por estos días le cuesta mucho trabajo levantarse y anda triste porque no puede sentarse frente a su PC como quisiera.

¿Quién le enseñó? Una joven médica que, después de la estadía de un mes en un hospital, en el 2002, se encariñó con él y prometió ir a su casa y organizarle la instalada y darle la primera instrucción. Dice que, aunque cree que se va pronto, él es una prueba de que loro viejo sí aprende y que nadie comprende la soledad de los viejos y la gran ayuda que puede prestar internet a los de la tercera edad.

Imagen tomada del siguiente enlace:
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Rafael Orduz
Director ejecutivo
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