Jorge Drexler, el cantautor uruguayo, narra en la canción «La infidelidad en la era de la informática«, de cuyo coro me robé el título de este blog, una historia de amor y celos en la cual un amante celoso se entera de la traición de la que es sujeto a través de «aquel mensaje que no debió haber leído».
En este caso, la amante infiel simplemente escribió un correo y el hombre celoso entró en su esfera privada, lo leyó y se enteró de aquello que sería la causa de su sufrimiento. Pero en el mundo informatizado y en red de hoy, a diario estamos no simplemente generando mensajes de correo electrónico, sino que estamos registrando nuestros datos personales (cuál es nuestro número de cédula, en dónde trabajamos, en dónde vivimos, nuestro número de teléfono, de celular, nuestra trayectoria académica y laboral), informando acerca de nuestros gustos, comunicando quiénes son nuestros amigos, qué películas hemos visto, a qué sitios hemos ido, qué fotos nos hemos tomado, a qué políticos apoyamos y cuáles nos causan repeluz.
Y no es sólo la información que voluntariamente ingresamos a la Red, sino toda aquella que la Red misma recoge a medida que navegamos por ella: a qué páginas Web entramos (y con qué frecuencia, y a qué horas, y desde qué lugar, y con qué tipo de navegador), cuánto tiempo duramos en ellas, en dónde hacemos clic, qué palabras buscamos, qué productos compramos.
Toda esta información permite a las personas comunicarse más rápida y eficientemente unos con otros, hallar gente interesada en temas afines, rehacer amistades, generar nuevos contactos, conseguir trabajo y encontrar nuevos socios para proyectos. A las empresas les permite conseguir nuevos clientes, saber qué quieren y qué buscan esos clientes y ofrecer productos acordes, ofrecerle a la gente exactamente lo que busca, en el momento en el que lo necesita, además de otras mil opciones.
Esto convierte a Internet en el reino de las infinitas posibilidades para el individuo y el consumidor, que puede relacionarse al instante con millones de personas y empresas, formar redes y establecer relaciones, sin importar la distancia. Pero esas infinitas posibilidades las tiene también quien se hace dueño de toda la información de la gente, para diferentes usos, desde los más loables hasta los más viles (no soy yo quien definirá cuáles son loables y cuáles viles, pero las posibilidades están ahí).
De esta forma, a la vez que se nos ofrece el reino celestial de la libertad sin fin, se crea también la posibilidad del infierno de la tiranía de las bases de datos. Ya los grandes aglomeradores de información, como Google (que desde su creación implícitamente reconoce el riesgo al que se enfrenta, al elegir como eslogan de la empresa «Do no evil»), están generando polémica, bien sea por guardar la información de las personas más tiempo del que las leyes de privacidad lo permiten, como ha sucedido en la Unión Europea, o por colaborar con la censura, excluyendo algunos resultados de búsqueda para usuarios chinos, a petición del gobierno de la República Popular. Y con la innovación constante surgen nuevos retos, como el que representa la nueva herramienta Latitude, que combinando Google Maps, la telefonía móvil y la tecnología GPS, permite conocer la ubicación exacta de una persona en cualquier momento (pero no se asusten: hasta el momento, sólo de aquellos que se inscriben en la herramienta y la ponen en marcha).
¿Quién tiene acceso a la información que voluntariamente suministramos? ¿De qué forma la usan? ¿Durante cuánto tiempo la guardan? ¿Qué mecanismos existen para garantizar el respeto a la privacidad? ¿Hasta dónde y para qué fines es correcto que las empresas y el gobierno utilicen esta información?
Estas son algunas preguntas que nos debemos ir planteando, más aún en un país como Colombia, en el que las chuzadas extralegales y la intromisión indebida en la pivacidad son pan de cada día y en el que hace unos años la base de datos de la Registraduría fue vendida a una empresa privada.
Y es que así como día a día nos hacemos más hábiles en el uso de las TIC para nuestro bienestar y se van volviendo ellas parte esencial de nuestras vidas, de la misma forma debemos tomar conciencia de la importancia de nuestro rol como ciberciudadanos y comenzar a ser activos en la defensa de nuestros derechos, que incluyen el derecho a la privacidad, así como en el ejercicio de nuestros deberes como ciberciudadanos responsables, entre los cuales se incluyen el respeto por la opinión del otro y la tolerancia frente a la diferencia.
Me viene a la mente otra canción, esta del grupo de finales de los ochenta»Information Society», que dice:
I wanna know
what you’re thinking
there are some things
you can’t hide…
I wanna know
what you’re feeling
tell me what’s on you mind.
(Information Society -What’s on your mind?)
Sergio Pérez León
Coordinador de TIC y Sector Productivo
Corporación Colombia Digital
sergioperez@colombiadigital.net
www.colombiadigital.net
Imagen tomada del siguiente enlace:
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