Fui un bruto. Hace unos meses consulté Internet para la compra de unos pasajes. Me llamó la atención uno de los avisos de Google de una agencia de viajes.  Hice clic y, sí, excelentes ofertas de hoteles y recorridos. Di unos datos en línea y al minuto ya tenía en mi correo respuesta. Aunque sonaba un poco extraño, me solicitaban copia de mi tarjeta de crédito (incluyendo los tres numeritos del respaldo), del pasaporte y no recuerdo qué más, para finiquitar la transacción.

El correo tenía las imágenes del logo de la agencia, de modo que confié.  Tal vez lo único raro era el lenguaje del e-mail, con algunos errores gramaticales para tratarse de un país de habla española.  Escaneé y mandé la información requerida. A los cinco minutos, entré de nuevo a la página y ¡zas! Descubrí que los logos en realidad no coincidían. Algo así como cuando los Pollos de la 22 en Bogotá eran famosísimos y algunos se dieron a la tarea de de crear nuevos establecimientos cambiando el «de» por «en». Sólo que aquí se trataba de una banda internacional del «ciber – crímen».

«Chuzaban» la información que los clientes de la agencia (que era real y legal) remitían y suplantaban y pedían la información necesaria para emprender operaciones fraudulentas. Obvio, en pánico, llamé de inmediato al banco y bloqueé la tarjeta, aunque estoy seguro de la risa que les provocó la respuesta de otro estúpido, el suscrito,  que cayó.

Con miles pasa a diario. El cuento de la clonación de la tarjeta. A mí me ocurrió, hace unos ocho meses. «Llamamos para confirmar la compra de unas llantas en Villavicencio», a lo que respondí que estaba lejos y que no tenía el poder de la ubicuidad.

O llegan las cartas de una viuda de algún importante señor de Nigeria que necesita ayuda para tramitar una herencia de US $ 20 millones y sólo requiere de información bancaria (conozco un par que respondieron ilusionados) para realizar algunos trámites. O las notificaciones del premio de 100 mil dólares…

Está pasando estos días con las chuzadas a los correos electrónicos en el DAS-gate. Pocos hablan del cuento, porque seguimos pegados a la idea de que las chuzadas se concentran en los teléfonos fijos y en los móviles. La gente, olímpicamente, trasmite información personal a través de la red. Correos a las redes (Facebook y muchas otras redes sociales) que son fácilmente interceptables.

En Colombia debe haber más de 15 millones de cuentas de correo electrónico. Sólo por el lado de la familia Microsoft hay ya cerca de diez millones. Sumemos Gmail, Yahoo y otros, y seguro superamos los 15 millones (que entre otras, coincide más o menos con la cifra que el Ministerio de Comunicaciones da sobre el número de usuarios de internet en Colombia).

El cíber – crimen existe y es cada vez más peligroso. La gran facilidad con que uno puede comunicarse hoy tiene su lado oscuro y es que abre «mercados» cada vez más amplios a personas y bandas que, sin necesidad de pistolas, cometen atracos a diario violando la confidencialidad de la información, su integridad, suplantando identidades. Y eso que no hemos hablado del robo a la propiedad intelectual y del tráfico de pornografía infantil, delitos de amplia ocurrencia.

Rafael Orduz
Director Ejecutivo
Corporación Colombia Digital
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