Hace un par de años quizá, recuerdo haber visto un día por la calle a una persona hablando sola y riendo. No era propiamente porque estuviera loca o algo así, pero en ese momento no entendí bien de qué se trataba. Luego en alguna serie de televisión americana vi como una de las protagonistas estaba en el supermercado y lo mismo se repetía, hablaba sola, sólo que en esa ocasión me di cuenta que un delgado cable iba de su oreja a su bolso, es decir, estaba usando un manos libres.

¿Quién se iba a imaginar que pudieras tener contigo un teléfono y llevarlo a todos lados y además de eso, hablar por él haciendo cualquier cosa que se te antoje?

No olvido las primeras versiones de celulares. Oh por Dios, que cosas más grandes, pesadas y antiestéticas. Pero eso sí, orgullosos de poder «chicanear» ante los amigos que teníamos un celular y ellos no. Quien iba a pensar que no sólo existiera la tecnología, sino que en Colombia hoy en día, sea raro que alguien no tenga un celular.

De hecho es muy factible que estemos muy cerca de que haya más celulares que teléfonos fijos, cifra que en otros países del mundo ya fue superada hace mucho tiempo.

Finlandia (La casa matriz de la marca pionera y más conocida de aparatos móviles Nokia), otros países de Europa, Estados Unidos y Japón son los países donde encontramos de a 2 o 3 celulares por persona.

Ahora, mi reflexión va más allá de cuántos lo usan: ¿Es bueno o malo estar siempre disponible?

En el Transmilenio, bus de servicio público o cualquier lugar donde estés rodeado de personas, se puede ser un testigo silencioso de la vida de cada uno. No vamos a negar que con el celular se nos acaba nuestra privacidad, si así lo decidimos. Siempre es posible enterarse de la vida del que va a tu lado, las discusiones con los novi@s, las conquistas de los donjuanes, problemas económicos o excusas por impuntualidad, como la popular y conocida: «Que pena contigo llegar tarde, si es que voy metido en un trancón» y en realidad apenas está esperando el bus.

Y ni hablar de los ringtones que hay, con tanta variedad es una discoteca ambulante. Se destacan por edades y géneros, desde rancheras, pasando por reguetón, salsa, balada pop, trance, hasta las frases célebres de los personajes del momento.

Este dichoso aparato que muchas veces nos saca de apuros, en una emergencia se puede ubicar a las personas rápidamente, sirve en algunas oportunidades como un dispositivo de seguridad, llamadas en lugares apartados o averiguar la ubicación de nuestros seres queridos, recordando aquella propaganda de televisión «¿Sabe usted donde están sus hijos en este momento?».

Ahora con la conectividad que tiene, podemos ahorrar tiempo haciendo transacciones bancarias, leyendo el periódico, recibiendo y enviando mails, se puede hacer de todo, o bueno, casi de todo.

Pero el celular en algunas ocasiones se vuelve un aislante del mundo, se han perdido las conversaciones alrededor de la mesa durante la cena, disfrutar de una película en el cine, en reuniones laborales, en plena clase o en la misa, suena un celular y no falta el que se atreve a contestar; el descanso de la noche puede verse interrumpido por un mensaje de texto o por un «amigo» insomne que quiere compartirnos su inquietud.

Algunos afirman que al menos una vez han estado a punto de estrellarse por hablar por celular mientras conducían un carro, una moto, un camión o incluso un bus. Tan es así que ni siquiera se puede disfrutar con tranquilidad de una «escapadita», una tarde de intimidad en algún recóndito lugar con tu pareja, porque llama el jefe o la mamá.

La tecnología, los sistemas, los medios de comunicación y muchas cosas más han sido pensadas para ser bien utilizadas entonces, depende de nosotros, de la necesidad, de la utilidad que le demos a este maravilloso aparato y de priorizar lo que es importante y lo irrelevante. Está entonces en nuestras manos decidir cuánto de nuestra intimidad nos dejaremos arrebatar por este aparato.

Ximena Álvarez
Asesora del proyecto IYF
Corporación Colombia Digital
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