En los años cincuenta, para escuchar música, era motivo de orgullo contar con un tocadiscos, voluminoso, lleno de bombillos que tardaban en calentarse, que contaba con un panel, usualmente de tres botones, asignados para diferenciar la velocidad de los discos: 33, 45 y 78 revoluciones por minuto. Otro botón se utilizaba para dirigir el brazo, que por medio de una aguja en el extremo permitía escuchar la respectiva música. Escuchar, por ejemplo, la Quinta Sinfonía de Beethoven, podía realizarse en el formato de cinco pequeños discos que giraban a 45 rpm, grabados por lado y lado, que se colocaban uno encima del otro y que caían en la plataforma redonda para ser surcados por la aguja, uno después del otro.
También se podía oír mediante el último alarido, a saber, los discos de 33 rpm, de unos treinta centímetros de diámetro. Si se trataba de música popular, en los discos de 33 rpm cabían usualmente seis canciones por cada lado. Claro, a fuerza de escucharlos, terminaban rayados. «Parece un disco rayado» se le decía a una persona que repetía varias veces la misma historia en una conversación.
Los acetatos de 78 rpm siguieron saliendo durante los años sesenta. Cabía una pieza musical de tres minutos en cada lado. Así, año tras año, salían al público, generalmente en diciembre, las canciones exitosas en formato de 78 rpm. Me acuerdo de la Banda Borracha, la Pollera Colorá, Martha la Reina, o las canciones de Leo Dan, el argentino de Santiago del Estero («Ay amor divino…, pronto tienes que volve-eeer, a miiii») o de Enrique Guzmán.
De pronto, comenzando los setenta, el cassette, verdadera revolución que hoy hace reír a los nacidos después de 1980. Grabar antes de la aparición del cassette requería de costosos aparatos inmensos, carretas de cinta que se rompía con frecuencia. Con unos aparatos pequeños, oprimiendo el play y el rec, se podía grabar del radio o de un disco o, lo más importante, situaciones en vivo. Aparatos que mezclaban las dos funciones, tocadiscos y cassette, conquistaron el mercado de los usuarios tradicionales del disco a la vez que los introducía a la nueva tecnología.
El golpe de gracia al disco lo dio el CD, en la segunda mitad de los ochenta, y de ahí en adelante, ya todos sabemos lo que pasó. Aunque el CD todavía subsiste, proyectos como el desaparecido Napster, o Ares o Limewire, o Itunes y el Ipod dieron un vuelco a la forma de adquirir los contenidos musicales, a la calidad, y a la cantidad de información musical (o de cualquier tipo en audio) almacenable. En pocos años las tiendas de CD desaparecerán.
Un Ipod de 16 gigas, de muy reducido peso y tamaño, puede almacenar más de seis mil piezas musicales de alrededor de 3 minutos, equivalente a más de 500 discos de 33 rpm de los años sesenta. Se necesitan trece días, sin parar, para escuchar todo.
Todo el cuento va a qué procesos similares se presentaron con la máquina de escribir, los computadores de los ochenta para sólo procesar datos, y luego éstos en interrelación en internet. Web 1.0, 2.0, 3.0, computación en la nube, conocimiento generado y desarrollado en forma compartida a través de las redes sociales están a la orden del día. O procesos similares con el teléfono, para culminar en móviles que permiten trasmisión de datos por Internet, servicios de voz, TV…
No obstante, a la generación del disco de 33 rpm le cuesta mucho trabajo pasar de la simple fase de abrir internet, leer periódicos, bajar y responder correos. Crear e iniciar un blog, gratis y no dispendioso, suena a tarea imposible. «Ya no estoy para eso», dicen algunos. No entienden que el cuento está al alcance de la mano y que el mundo actual gira rápidamente, a más de 33, 45 y 78 revoluciones por minuto.
Rafael Orduz
Director ejecutivo
Corporación Colombia Digital