La señora María de 75 años vive con su hija y su nieto. Ella es quien está en la casa todo el tiempo con el muchacho, que tiene 17 años. María, con frecuencia se pregunta qué hace ese muchacho todo el día en el computador y un día decide confrontarlo. El joven, que se llama Pablo con mucha paciencia se sienta a explicarle a su amorosa abuela que es lo que hace todo el día y el relato es el siguiente (Con los audífonos de su Ipod en los oídos):

«Mira abue, si ves esta pestaña de acá, pues por ahí estoy chateando con Lily, el gordo, la flaca y piojo, con ellos hablamos de la fiesta del fin de semana pasado que estuvo súper. Acá, donde dice Facebook estoy colgando las fotos de La novia del Beto, que es una mami, pero se emborrachó el fin de semana y no te imaginas lo que hizo». La abuela, sorprendida, pregunta: «¿Mijo y a qué horas estudia?». Él con un tono muy seguro le muestra a su abuela, que está adelantando una investigación en Google para poder saber cuál es la composición molecular de un átomo, encontró como cinco documentos y que los está leyendo.

La abuela agradece tan amplia explicación y sólo queda con una certeza, el muchacho no está haciendo nada malo, pero la verdad no le entendió mucho. En la noche, cuando su hija llega, la abuela está un poco confundida y empieza un discurso amplio: «Mija, yo no me quiero meter en la educación de su hijo, usted sabe que ese no es mi problema, yo ahora solo me dedico a consentirlo y que el muchacho esté bien, pero yo estoy la verdad estoy muy preocupada. Ese muchacho no se concentra, hace mil cosas muy complicadas y al final seguro no saca ninguna bien. En mi época, uno si estudiaba, se encerraba en el cuarto, con buena luz, sin ruido y nadie lo molestaba y así uno sacaba adelante sus materias, que era la única preocupación. Eso de las charlas y la música, se dejaba para después. Pero ese muchacho, ese hace de todo y seguro al final nada le sale bien. Mija, la verdad hay que tomar cartas en el asunto».

La mamá con tranquilidad, escribiendo un informe en el computador y un mensaje de texto a su novio, le dice: «Son otros tiempos mamá y lo único que le puedo asegurar es que es el mejor del salón, sus profesores todo el tiempo me lo dicen».

Esa es la realidad, los tiempos han cambiado. Hoy en día los códigos de pensamiento y procesamiento de los jóvenes son diferentes, ni mejor ni peor, solo diferente. Los cerebros o tienen más conexiones, o son más maduros, pero la gente de hoy, en el camino hacia la excelencia, desarrolla habilidades que antes eran impensables.

¿Mayor ocupación? Pues como psicóloga aún no tengo la respuesta, solo sé que la adaptación al medio, tan nombrada y trabajada por Darwin, hoy está en su mayor expresión. La nueva sociedad obliga a que las personas atendamos a mayor cantidad de estímulos, nos compromete a ser autodidactas, críticos y partícipes de los avances tecnológicos, nos exige y el que no de la talla poco a poco va saliendo del mercado.

Es una realidad para los no tan mayores. Tengo 31 años, una hija que no sabe que existe una cámara fotográfica que no muestra las fotos que fueron tomadas hace algunos segundos, juega Wii y ya domina el mouse y aún así, en ocasiones me es difícil poder codificar tantas cosas al tiempo, pero esta nueva forma de desarrollo tecnológico me ha obligado a exigirme para poder estar un poco a la delantera de la tecnología. No la domino, pero tengo la certeza que cada día necesito aprender más para poder sobrevivir en el caótico mundo contemporáneo.

No podemos concentrarnos en ver el lado negativo de estas nuevas formas, solo debemos, adaptarnos y sacar provecho de ellas, para aprender cada día más de las oportunidades que nos ofrece.

Ana Cecilia Mejía
Directora administrativa
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