Con la gran masificación de los smartphones, sorprende que aún existan personas que se rehúsan a pasarse a esta tecnología. A pesar de las innumerables utilidades que tienen (para la muestra lean este blog), me resisto a portar uno de estos dispositivos, a menos que sea completamente necesario. Aún no he descubierto un motivo lo suficientemente convincente como para tomar esta decisión.
Lo bueno de mi ‘stupidphone’ radica en su sencillez. Su estructura básica me facilita manejarlo y su material es fuerte y resistente a golpes, caídas y demás torpezas de los seres humanos. En los dos años que llevo con él, jamás se ha bloqueado o alguna aplicación ostentosa ha obstaculizado su funcionamiento. Ni siquiera su batería, desgastada y sobreutilizada ha desfallecido y funciona como si fuera la primera vez, aspecto que rara vez se ve en un smartphone.
Con mi móvil tengo lo que necesito: calculadora, despertador, recordatorios, directorio de contactos, mensajes de texto y lo más importante, llamadas. Así es, llamadas duraderas, que no se caen por problemas en la red o con el wi-fi; y con un sonido claro y contundente. Buena recepción es todo lo que requiero, porque finalmente un teléfono desde el que no se pueda llamar con efectividad no es más que un «carcacho»… o un smartphone como algunos de esos que andan por ahí.
En mi casa y en mi oficina, poseo por lo pronto toda la conectividad que requiero. Mi ‘stupidphone’ me provee de herramientas prácticas de comunicación como una llamada o un mensaje de texto. Evita que cuestiones laborales o trivialidades relacionadas con redes sociales inunden mi cotidianidad de manera permanente. Me brinda un lazo con el mundo exterior, pero en una medida justa, sin invadir mi privacidad ni evitarme disfrutar de eso que llaman realidad y de lo que muchos parecen olvidarse.
Y ni qué hablar de la seguridad que brinda sacarlo en la calle. Con mi móvil convencional y poco llamativo, poseo un privilegio que aquellos con un smartphone no se pueden dar: contestar llamadas en cualquier sitio que me plazca. Sí, estoy en desacuerdo con la inseguridad que existe, con el exceso de vejaciones que sufre el ciudadano común y con las medidas que todos debemos tomar para evitar que un desafortunado incidente como un atraco, suceda. Sin embargo, es cierto que un Nokia como el mío resulta menos apetecido que un iPhone. Contestar el teléfono, si se trata de un smartphone solo se recomienda hacer a través de un manos libres o en sitios cerrados, lo que de cierta manera, es casi equivalente a tener un teléfono fijo con muchas aplicaciones.
Puedo vivir sin invertir una cantidad significativa de dinero en un teléfono inteligente y en su respectivo plan de datos por un rato más. Mi ‘stupidphone’ se mantiene vigente para mí, porque me ofrece todo lo que necesito por el momento. Por lo pronto, me niego a dejarme llevar por la presión de las tecnologías cambiantes de hoy, que se devalúan con cada lanzamiento. Por ahora, me quedo con la tecnología ‘vintage’ de mi Nokia 2730.
Ángela Bohórquez Suárez
Comunicadora Social – Periodista
angela.bohorquez.s@gmail.com