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Quiero empezar definiendo lo que para un colombiano es un celular “flecha”:
¿Recuerda el Nokia 1100 que ¡hasta linterna tenía! o el Motorola C115 con su moderno diseño y tamaño que cabía en cualquier bolsillo? Bueno, pues esos teléfonos a prueba de todo son los que coloquialmente llamamos celulares “flechas”. Increíblemente resisten golpes y caídas, pero además cumplen con su cometido: hacer y recibir llamadas.  ¿Por qué flechas? Porque el dicho dice, que “las flechas las tiene cualquier indio”  (Por aquello de su bajo costo).
Ahora bien, por el otro lado están los famosos “smartphones” que más allá de su sofisticado nombre son teléfonos con capacidad para conectarse a Internet, intercambiar datos, tomar fotografías en alta resolución, entre otras cosas.
Pero, ¿qué tantos usuarios le sacan el provecho a esas características “inteligentes”?  Lo digo porque conozco a muchas personas a quienes su empresa de servicios móviles les obliga a tomar planes de datos o redes sociales, cuando no usan ni su correo electrónico; y todo esto porque dentro del inventario solo tienen disponibles “smartphone” (respondiendo a políticas comerciales y de mercado). 

flecha.jpg

Por ejemplo, mi tía salió de hacer su reposición con un Iphone4 que solo usa para contestar y hacer llamadas. ¿No sería mejor una “flecha”? o por lo menos un equipo más sencillo. Claro, mi tía también puede aprender a usarlo y sacarle el provecho, pero aquí es donde está el dilema, ¿realmente ella está interesada en hacerlo? 
De hecho, este no es un tema de edad, tengo una amiga que tiene un BlackBerry donde la función más sofisticada que usa es la de tomar fotos, pero no tiene idea de cómo descargarlas o compartirlas; ¡y ella tiene como 30! Entonces, aquí estamos hablando del grado de apropiación, no de edad. 
En este caso, se ajusta perfecta una analogía que escuché hace poco, en la que se compara el conocimiento de un idioma, con el uso y apropiación de las tecnologías. Ha escuchado cuando alguien califica el conocimiento de un idioma con: “lo entiendo, pero no lo hablo” o “lo leo, pero no lo escribo”. Eso mismo aplica para el uso de la tecnología: “lo enciendo, pero no lo uso”, “lo compro, pero no sé usar aplicaciones”.
Aquí lo importante no es si puedo o no pagar por tecnología, lo que importa es si los usuarios realmente están aprovechando el potencial de los equipos. ¿Deberían acaso las empresas de telefonía móvil tener talleres de formación sobre el uso de  smartphones?, así como nos venden el aparato, también deberían preocuparse porque el usuario saque el 100% de provecho. Y esto no les cuesta mucho (a las empresas de telefonía, por supuesto), de hecho tal estrategia o iniciativa podrían implementarla en sus programas de responsabilidad social empresarial.
No solo es vender y repartir celulares o computadores, el “meollo” del asunto es qué tanto saben y aprovechan los usuarios la tecnología.
No tome decisiones por moda, elija lo que realmente necesita y a lo que va a sacar el 100% de provecho; ya sea una flecha o un  smartphone. 
*Imagen tomada de Getty Images

Laura Ayala
Coordinadora Gestión del Conocimiento
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Me encantan, estos avances. Me encantan.

The interpreter (para nosotros, La intérprete, y como cosa rara, el título en español significa lo mismo que en el idioma original) es un filme dirigido por el estadounidense Sydney Pollack, estrenado en cines en dos mil cinco. El guión condujo a Pollack a grabar en las propias instalaciones de la ONU (localizadas en territorio internacional dentro de Nueva York), una historia con tintes políticos que recuerdan la situación más o menos reciente del actual presidente de Zimbabwe.

Estaba viendo hace unas horas cierta película francesa realizada exclusivamente para televisión hace unos años, no muy conocida por cierto, y me asaltó una duda que tenía desde hace un tiempo y que se avivó luego de ver La intérprete. La duda es la siguiente:

Lo más seguro es que todos conozcamos el aviso que aparece, usualmente escondido al final de los créditos de algunas películas, que dice lo siguiente, palabras más, palabras menos: "Los hechos relatados en esta película son puramente ficticios y no deben relacionarse con eventos pasados, actuales o futuros. (...) Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia."
Yo me pregunto: luego de ver una película que parece un documental acerca de una situación actual, ya sea ésta una realidad o no, ¿qué sentido tiene recurrir a este mensaje, si de cualquier manera los espectadores van a hacer la relación?

Es claro, hay que decir, que no todo el mundo tiene por qué captar estos parecidos. Pero los que sí los captan, lo comunican a los demás, y al final la película pasa a verse como lo que realmente es: una crítica por parte del realizador hacia una situación en particular. Punto. No importa qué tan imparcial se pretenda ser, haciendo uso del mencionado avisito.

En fin, no entiendo esta actitud, si de verdad algunos pretenden protegerse bajo dicho mensaje. Quisiera creer que lo colocan no porque no pretendan dar la cara luego de dar la opinión, sino porque es una especie de requisito, un asunto legal de obligatoria aparición al final de todos los créditos de todas las películas de todos los géneros. Aunque al final, sólo quien tuvo la idea de escribir la historia como quedó escrita es quien sabe qué opinión tiene.

Él y sólo él.

-

Sobre la película, hay un dato lingüístico interesante; se creó un lenguaje nuevo (lo llamaron "Ku"), con sus propias palabras, conjugaciones, reglas... es decir, un lenguaje aparte, sostenible por sí solo, basado en lenguajes existentes en el sur de África, pero que "aunque sería reconocido por habitantes de la zona (...), los confundiría", debido a su estructura gramatical, leo por aquí. En todas partes encuentro que el creador de este lenguaje es Said el-Gheithy, director del Centre for African Language Learning en Londres. En general, no encuentro muchas críticas positivas para la película, pero a mí me gustó.

Me encanta leer la columna Contravía, escrita por Eduardo Escobar. Y la de hoy termina con una reflexión que encuentro parecida a cierto diálogo de La intérprete. Aquí va el diálogo, para terminar y dejar de ocupar su tiempo, estimado lector. Lo traduzco burdamente, pero espero que se mantenga la idea.

Silvia Broome: (...) Siempre que alguien pierde a un ser querido, quiere vengarse de alguien más, o de Dios, a falta de alguien. Pero en África, en Matobo, los Ku creen que la única manera de poner fin al dolor es salvando una vida. Si alguien es asesinado, luego de un año de duelo se realiza un ritual llamado "la fiesta del ahogado". Se hace una fiesta durante toda la noche, junto al río. Al amanecer, el asesino es montado en un bote. Se lleva al agua y se le tira allí, amarrado, para que no pueda nadar. Entonces la familia doliente debe tomar una decisión; pueden dejar que se ahogue, o pueden lanzarse a salvarlo. Los Ku creen que si la familia deja que el asesino se ahogue, se hará justicia, pero pasarán el resto de sus vidas de duelo. Pero si lo salvan, entonces admitirán que la vida no siempre es es justa, y a cambio ese acto los liberará del dolor.


dancastell89@gmail.com

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