Porque el ‘bling bling’ también se vale en las TIC.
La estética de la ostentación, el exotismo y la exageración sumada a un tinte de gusto extravagante por todo lo anterior dan como resultado aquello que popularmente se conoce como ‘lobería’. Aquella estética tan particular que pareciera ser fácilmente identificable a simple vista aunque no tan fácilmente definible.
La vemos por las calles, nos la cruzamos en los semáforos e incluso se pasea por algunas oficinas, y ahora, sigilosa pero no por ello discreta, se ha colado en la tecnología, y para probarlo aparecen los celulares con incrustaciones de cristales (Swarovski en el mejor de los casos).
En lo personal, puedo entender lo ‘lobo’ como resultado de una serie de factores sociales, culturales y económicos que derivan en ello, más allá de eso me reservo mi opinión sobre su estética; sin embargo, me causa gran curiosidad entender en qué momento la tecnología se volvió loba.
Cuando hablo de ‘tecnología loba’ me refiero a aquella creada específicamente para exhibirse bajo un grito no tan digital de ‘aquí estoy’. Tiempo atrás tener el televisor de tantas pulgadas o un equipo de sonido con tanta potencia podía entrar en esta categoría (o tal vez solo el hecho de hacer alarde de estos es lo que se ganaba el apelativo de ‘lobo’), pero ahora las mismas características simbólicas se ven en aparatos que usamos a diario, e incluso los llevamos con nosotros: computadores con su propias luces de discoteca incluidas, dispositivos antirrobo que funcionan más que por su tecnología por la alerta visual que emiten y aleja a cualquiera.
¿En qué momento los dispositivos tecnológicos dejaron de ser simples aparatos para convertirse en accesorios que complementan y reflejan nuestras preferencias estéticas?
En este caso quiero separar la funcionalidad de la estética, los diseñadores y amantes de la creatividad dirán que estas se interrelacionan y estoy completamente de acuerdo en que así habría de ser, pero solo por esta vez quisiera poder decir que un aparato funciona porque sus componentes internos (la tecnología en sí misma) responden a las necesidades y expectativas del usuario, más allá del envoltorio que lo recubra.
¿Las características de innovación y eficiencia de un iPhone podrían desplegarse en un aparato que no hubiese sido aprobado por el ojo crítico del señor Jobs? Al menos para esta discusión pensaré que así es.
Entonces, ¿qué es lo que lleva a un creador a dejar de diseñar carcazas neutras, limpias, incluso simples, para empezar a incrustarle botones con forma de Hello Kitty o audífonos relucientes de pedrería o incluso un teléfono completo hecho de oro compacto?
Piezas como estas podrían encajar perfectamente en el mundo del espectáculo, es verdad. Punto para los diseñadores. Pero de ahí a convertirlas en objetos de calle, que se comercializan abiertamente para que el mejor postor las luzca es otra historia.
No estoy segura de con qué mirada acercarme a la ‘tecnología loba’. Mi celular actual ni siquiera llega a ser de última generación y difícilmente me compraría un teléfono con piedras que formen mi nombre (por economía y por gusto personal), pero supongo que hay quienes, por los mismos factores, lo harían sin pensarlo dos veces.
Entonces ¿será que no es ‘lobería’ sino simples cuestiones de estética que sobrepasan la funcionalidad y convierten los aparatos en tótems que hablan por sí mismos y reafirman el mensaje dicho por el resto de piezas que arman el rompecabezas que con altiveza grita ‘aquí estoy’?
Mi celular apenas dice en voz baja ‘fuera de servicio’.
Adriana Molano Rojas
Especialista en Comunicación y Cultura de FLACSO – Asesora de Comunicaciones y Contenidos
*Imagen tomada de http://carsandluxury.blogspot.com/2012/10/iphone-de-diamantes.html