Muchas empresas tecnológicas saben quiénes somos, qué hemos hecho, cómo estamos y a dónde vamos.
Desde el presente mes de enero de 2017, iniciado con los repetidos deseos de felicidad y buenos propósitos, podríamos echar la vista atrás por momentos y detenernos en nuestro historial digital de 2016. Tarea difícil, ¿no? Hoy también les invito a pensar.
Nos es casi imposible saber la cantidad de mensajes enviados por Whatsapp u otras redes, el número de emoticones añadidos, las aplicaciones consultadas, los vídeos vistos (subidos o descargados), los gifs usados, los “amigos” ganados o perdidos, los “me gusta” marcados, los mensajes compartidos, los tuits y retuits, los seguidores, las fotos en Instagram, los mensajes en SnapChat . Añadamos otras posibilidades de comunicación no citadas aquí.
Si recordáramos otras andanzas con la tecnología digital y fuéramos más allá, podríamos mostrar las rutas marcadas en mapas y aplicaciones, las webs consultadas, los anuncios vistos, quizá si hemos alquilado un apartamento en Airbnb, un recorrido en Uber, una serie en Netflix o HBO, una compra en Amazon, una reserva en Booking, una consulta en TripAdvisor, o los millones de entradas en Google. Son meros ejemplos que se pueden extrapolar a otras muchas opciones digitales al alcance de un clic.
¿Qué les regalamos?
Nuestro histórico digital casi es inabarcable para nuestra memoria pero no así para quienes viven de nuestra incesante vida digital. Los grandes servidores situados en estratégicos puntos del planeta fagocitan datos sin parar. El principal punto donde nos analizan es en la ciudad de Ashburn (Virginia, EE. UU.), por donde circula el 70 % de todo el tráfico de Internet, con una empresa líder que también alquila sus servidores a otras líderes: Amazon Web Services. ¿Les suena esta otra faceta de Amazon? Los cerebros electrónicos nos vigilan por medio de algoritmos, cookies (sí, esas que nos aparecen en las webs) y supercookies y, en especial, con la inteligencia artificial. Los programas web crawlers o arañas web que rastrean la red sin parar son fuente inagotable de conocimiento, la mayoría gratis.
Muchas empresas tecnológicas están procesando los datos que les regalamos continuamente: saben quiénes somos, qué hemos hecho, cómo estamos, a dónde vamos, dónde nos encontramos, deducen nuestros posibles intereses y nos los ofrecen, hasta adivinan lo que haremos. Mientras el big data es el gran poder y fuente incesante de negocios, detrás de estas empresas se esconde una concepción concreta del mundo, un modelo económico, una ideología más o menos sibilina, con una filosofía que no es inocua ni inocente.
La tecnología no es aséptica, se interpreta y se proyecta su poder de muchas maneras, con opiniones que quizá nos sorprendan: nos puede ayudar a humanizar el mundo actual, nos condena a la dependencia, se puede considerar a la revolución tecnológica como gran estafa, puede llegar a sustituir a la democracia o incluso que la tecnología es nuestra ideología (George Siemens). Interesantes ideas para plantear en los centros educativos, conocer el punto de vista del alumnado y concretar actuaciones. Si son docentes, háganlo. Si son padres o madres, también. Comprobarán cómo muchos adolescentes y jóvenes son más reflexivos de lo que a veces pensamos.
Recomiendo, entre otras, algunas lecturas para entrar en materia: el excelente dossier que acaba de publicar el diario catalán LA VANGUARDIA, titulado “El Imperio de Silicon Valley y su nuevo orden mundial”(con textos de autores como Tom Fletcher, Evgeni Morozov, Manuel Castells o Ramón López de Mántaras, entre otros), el libro del filósofo israelí Yuval Noah Harari, “Homo Deus. Breve historia del porvenir” (con apuntes sobre el futuro del “Homo Sapiens” debido al poder de las tecnologías del siglo XXI: la biotecnología y los algoritmos computacionales), Jürgen Habermas y su libro “Ciencia y técnica como ideología” y otras opiniones de expertos con puntos de vista diversos que enriquecen el tema: Nicholas Carr, Byung-Chul Han, etc.
¿Qué ideología tiene la tecnología?
Deduzcamos directrices a partir de hechos concretos. Países como China controlan el acceso a Internet de sus ciudadanos. Bajo la dicotomía entre seguridad ante el terrorismo y libertad individual, la tendencia es el apoyo y el visto bueno al control de mensajes, a la anulación de cuentas y al rastreo de conversaciones. Facebook compra datos a terceros para mejorar la segmentación de la publicidad y los anuncios que le ofrece a cada usuario. Esta misma red social ya en 2017 ha censurado una imagen de la estatua de Neptuno en Bolonia por ir desnudo, por ser “explícitamente sexual”. La red de mayor impacto mundial es centro de atención de multitud de estudios, por ejemplo el titulado “Facebook: narcisismo y resistencia en una época postideológica”.
En Silicon Valley surgen ingenieros y pensadores que pretenden decidir cómo vivimos, más allá de lo que consumimos. Quieren cambiar el mundo y también las reglas que hay hasta hoy, pero sus propietarios usan determinadas ingenierías financieras para pagar impuestos donde haya una fiscalidad más favorable a sus astronómicas ganancias. Y, en medio, aparecen Julian Assange y Edward Snowden.
Resumamos algunos aspectos:
• Ideología desde la propia tecnología y su estructura organizativa: condicionantes de nuestras decisiones por medio de algoritmos y aparentes regalos de uso. Conclusión: todos necesitamos ya la llamada “Alfabetización de Datos”.
• Ideología informativa: determinado control y sugerencias de noticias, filtrados de temas y parcelas de la actualidad, destacados publicitarios, orientaciones no inocentes, censuras.
• Ideología económica: decisiones empresariales, inversiones, alianzas, compras, los importantes cambios en el mercado del trabajo con nuevas relaciones laborales, el rol del consumidor, los negocios detrás del colaboracionismo, a menudo limitado a optimizar la lógica del capitalismo. Condiciones laborales de los proveedores, trabajadores y personas que desplazan porque la competitividad les obliga a perder su trabajo. Los robots no protestan.
• Modelos sociales y orientaciones para influir en comportamientos personales, a menudo apoyados en el pingüe negocio de la ya citada economía colaborativa. Algunos sociólogos han creado términos como el mito del “ciberfetichismo”, que promete un cambio radical de vida.
Este portal y este texto también forman parte de la tecnología digital y de las formulaciones anteriores. No obstante, prometimos hacer pensar y en eso estamos.
Si consultan las tendencias tecnológicas para 2017, se encontrarán con que se repiten las ya mencionadas y aún hay más. Decisiones a tener en cuenta: la entrada en vigor en Francia del derecho a la desconexión de los mensajes laborales en horario de ocio.
Le invitamos a compartir sus reflexiones y a que nos instruyan, si lo desean, con sus interesantes puntos de vista en el hashtag de Twitter: #redesyrealidadeseducativas.
Vivimos inmersos en la tecnología, hoy menos que mañana. Creemos en sus grandes beneficios, somos conscientes de sus peligros pero los parámetros ideológicos personales deberían ser de fabricación propia, no de un algoritmo.
Evaristo González Prieto
Profesor y periodista, licenciado en Ciencias de la Comunicación, profesor de español, director y gestor del proyecto TIC de la Institución Educativa pública Torre del Palau, de Terrassa (Barcelona – España).