El mercadeo parte de la premisa de satisfacer al consumidor, no de hacer lo que el consumidor dice; y esto es algo que la política debe aprender, porque cae en la enorme tentación de hacer lo que la opinión pública le dice, lo que los columnistas y analistas sugieren, y evita hacer cosas impopulares pese a ser necesarias.
Esto me recuerda la historia de Kodak, una empresa líder por años que prefirió seguir haciendo lo mismo, y murió por falta de innovación; lo curioso, es que era la dueña de la patente de las cámaras digitales, pero decidió no usarla, porque consideró que su negocio de rollos y revelado era más importante y que las personas no querrían tener fotos sin imprimir. Nunca se dio cuenta que llegaría el momento en el que muchos tendrían cada vez más fotos que podrían tomar libremente y que las podrían compartir sin costo. Este negocio, es un hermoso ejemplo para la política.
Hoy el mundo se debate entre seguir haciendo las cosas igual o aceptar que las cosas han cambiado. Evo Morales es un buen ejemplo; él siente que hace las cosas bien y los datos económicos están a su favor, pese a la incertidumbre mundial por el petróleo, pero los bolivianos le dijeron que no lo quieren volver a reelegir, simplemente porque respetan más su libertad de elegir que la condena de la continuidad. Por años el mundo tuvo reyes, que lograban hacer cosas buenas, pero la democracia nos permite cambiar de gobernantes continuamente, para evitar equivocarnos y caer en la ilusión que él que lo hace bien, lo logra solo por ser él mismo y no por los acontecimientos.
Si la política pública se hace bien, las personas deben cambiar; simplemente porque se han mejorado sus condiciones de vida y sus necesidades comienzan a ser otras, y esto hace que la innovación en política públicas deba responder a ese nuevo entorno; los partidos políticos han fallado en esto, porque se han quedado en plataformas programáticas, que son puntuales y temporales, y nunca defienden sus motivos sino sus acciones. Los liberales del mundo entero exigen la diversidad, pero han perdido la pasión de contar por qué debemos ser diversos y se quedan en un simple discurso que no motiva al cambio.
El mercadeo tiene mucho que enseñarle a la política. Estudia continuamente a los consumidores, y sabe que debe satisfacerlos de manera diferente continuamente porque estos evolucionan, pero también sabe que debe mostrarles nuevas propuestas de valor continuamente, para que conozcan nuevas y mejores formas de satisfacción a los problemas de siempre. Ni siquiera Coca-Cola se queda quieta, y está a punto de lanzar a nivel mundial “Zero-Zero”, una gaseosa sin azúcar, sin calorías y sin cafeína… básicamente una Coca-Cola sin Coca-Cola, porque sabe que alguna parte de su mercado la necesita.
El mercadeo no se queda quieto, es inquieto; mientras la política defiende su quietud, y esa es su condena: porque no ha comprendido que su electorado cambio gracias a él, solo espera una gratitud eterna por lo que se logró en el pasado.