Ahora los colombianos preguntamos si una empanada tiene gluten, qué tanto sodio tiene una papa salada, qué tan dulce es una agua de panela y cuántas calorías tiene. Porque se ha puesto de moda estar pendiente de la calidad de los alimentos que comemos, pese a que por años los comimos y no caímos muertos al hacerlo.

Todas las comidas en el mundo tienen componentes nocivos para el organismo humano, si se consumen en exceso; lo que pasa es que hoy sabemos gracias a investigaciones científicas que muchos de estos hacen daño y estamos más pendientes del tema.

¿Que las gaseosas hacen daño? NO, no hacen daño. Hacen daño si se toman muchas. ¿Que la carne de res hace daño? NO, no hace daño, y lo que dijo la OMS fue que aumenta las probabilidades de cáncer de colón de 0,1% a 0,2% en la población adulta. ¿Que el sodio hace daño? NO, lo que pasa es que causa retención de líquidos si se consume en exceso. Y así sucesivamente.

¿Que hoy comemos peor que hace unos años? SÍ, eso sí. El triunfo de las economías de escala en las industrias de alimentos y en los restaurantes, hacen que muchas de las cosas que hoy comemos sean menos saludables, pero lo curioso es que hoy tenemos mejor salud que nunca, nos enfermamos menos y morimos más viejos. ¿Dónde está la trampa? En que como buenos negativistas exagerados, volvemos demonios perversos lo que desde siempre ha estado en nuestra dieta, con el fin de buscar a los responsables de nuestros problemas alimenticios.

Si tenemos sobrepeso – y yo lo tengo – es por culpa nuestra, de cada uno, de nuestras debilidades, falta de carácter y disciplina; pero es más fácil decir que fue la industria alimenticia la culpable de engordarnos, porque no nos avisó que lo que consumimos en exceso es malo. Como si nunca hubiésemos sabido que todo exceso es malo.

Hoy se habla de poner un impuesto a las gaseosas en Colombia para bajar su consumo, por un tema de salud pública, ya que estas bebidas tienen una mayor propensión a causar obesidad; esta situación abre la puerta a medir calóricamente y nutricionalmente nuestra dieta diaria a base de carbohidratos (la sagrada papita y el suculento arroz), y a poner en examen al ajiaco, el mondongo, la bandeja paisa, la changua, las empanadas y el sancocho para ver si son saludables o no. La respuesta es obvia: ¡Sí, sí son saludables! Si se comen en porciones pequeñas y en frecuencias bajas.

Lo que pasa no es que la comida que comemos nos haga daño, es que no sabemos comer. Toda mi generación que hoy puede tener cerca de los 40 años, tomó gaseosa en la tienda de barrio, comió Chitos, mascó chicle, lamió paleta y almorzó donde la abuela y pidió repetición. Esa misma generación, que fue deportista y muy activa, jugando desde tarro en el barrio hasta fútbol en el colegio, hoy es más sedentaria y consume menos calorías, y debe ajustar sus hábitos alimenticios; lo que no significa que deje de tomar gaseosa o mascar chicle.

Es bueno el debate que se está dando, pero como muchas veces ocurre, ya está llegando al extremo del negativismo y más parece el reencauche de las campañas financiadas por las industrias de los vegetales que dieron vida a Popeye, o bien la campaña de Got Milk, que terminó demostrando que no es tan bueno que los adultos tomen tanta leche.

Lo que debemos hacer es volver a aprender a comer, y enseñarles a nuestros hijos a hacerlo. Dejen que los niños coman chocolate, tomen gaseosa y disfruten un paquete de papas, pero en la justa medida, en el momento correcto, y equilibren eso con alimentos naturales; sí, yo sé que el mercadeo de las gaseosas es muy superior que el del banano, pero algo tenemos que poder hacer.

Lo que la evidencia ha mostrado es que el semáforo de calorías que tiene Inglaterra o Ecuador, no ha causado mayor efecto, porque la gente sigue comprando el producto, y sí se ha prestado para que algunos productores hagan trampa y vendan cosas diciendo que son otras. En México, se puso el impuesto del 12% a las gaseosas y las ventas cayeron un 3%, pero la obesidad se mantiene, porque siguen comiendo las tortas de jamón del Chavo del 8. Cuando el Estado se mete a regular precios o consumos, inevitablemente las cosas salen mal: se crean mercados negros, la gente se siente motivada a consumir por el simple hecho de hacer lo prohibido y no se logra un cambio cultural real.

El truco es simple: debemos volver “cool” el tema de comer mejor, como ya se logró en Colombia que las maratones lo fueran, y educar a los consumidores a comer bien; lo que significa mercar bien, cocinar correctamente usando los condimentos para lo que son y cuando son, y sin duda, a servirnos porciones decentes, y no como los platos que servía la abuelita.

Si seguimos en los extremos en los que andamos, estaremos llegando a una sociedad pre-anoréxica, donde pesaremos los alimentos, mediremos las calorías que tienen, pesaremos nuestros desechos biológicos, para saber si logramos el “equilibrio” alimenticio, pasando de la nutrición a la obsesión y dañando aún más la calma de las personas.

 

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