La idea de Dios, es quizá la mejor marca que ha tenido la humanidad en toda su historia. Esto me lo contaba un buen amigo – Daniel Espinosa – hace muchos años para explicarme el concepto de la marca, el mercadeo, la promesa de valor y los diferenciales en el mercado.

No quiero ofender a nadie en sus creencias, sino por el contrario resaltar el poder de una idea que cambió al mundo, gracias a la empresa más antigua del mundo: El catolicismo y El Vaticano.

Siempre he pensado que la marca es la representación abstracta de la promesa de satisfacción que le hacemos al consumidor, es decir la esencia misma de lo que hacemos y del por qué lo hacemos. En el caso de la fe en Dios, la esencia es impecable y es el eje de todo su discurso: El amor infinito de Dios.

Esa promesa, ese amor infinito, se representa en todas las acciones y extensiones de la marca. El mundo católico, hoy parece como la democracia moderna, si bien todos los partidos son demócratas, los hay desde izquierda a derecha, y de libertarios hasta autoritarios, como ocurre dentro del Vaticano y dentro de las muchas vertientes del catolicismo como el Opus Dei o los Jesuitas, o los Ortodoxos Griegos hasta los Anglicanos, mostrando una enorme capacidad de adaptación cultural y regional.

El catolicismo, el judaísmo y el islam que vienen de la misma raíz cultural, fundamentan su creencia en un solo Dios, absorbiendo miles de creencias de otras religiones, de poblaciones que han ido conquistando (con la palabra o la espada), como el rito del solsticio de invierno, que terminó siendo la natividad o el rito de la primavera griego, que hoy es la semana santa, tiempo que se define por la posición de la luna y no por la fecha, y por eso está vinculado a casi todos los carnavales.

El gran discurso no se centra en los ritos, pero éstos son fundamentales para mantener el posicionamiento de la marca, la penetración del credo y la captura y sostenimiento de la feligresía. Entre esos, están los sacramentos, que recientemente han tenido una férrea competencia, con su más acérrimo rival: la secularización, sobre todo de la ley, de las cosas desde lo civil y no lo religioso.

Un buen ejemplo de esto es el rito del matrimonio que, pese a ser un sacramento que no lo oficia el sacerdote, tradicionalmente se ha oficiado dentro de una misa, y nuestra tradición ha vinculado a esto una enorme recepción, un vestido blanco, un vals, una torta y otra cantidad de eurocentrismos que no podemos defender, más allá de decir “así se ha hecho siempre”; donde el vestido de novia para muchas mujeres, es el único día en que se visten como princesas, y por esto lo negocian. Pero otras, y otros, hoy prefieren casarse por lo civil, en una notaría, sin el rito o curiosamente después de una misa, como para mantener las tradiciones, sobretodo la del vestido y la fiesta; fiesta es comúnmente pagada por el padre de la novia, como un rezago de la dote, y es el espacio donde ambas tribus o familias se conocen y reconocen. Más en este proceso postmoderno de secularización, hay un sacramento que ha soportado todo ataque del servicio civil: el bautizo. Quizá la creencia en que un niño no bautizado es hijo del diablo o que si muere quedará en el limbo, es un mito lo suficientemente poderoso para lograr que la gente siga bautizando a sus hijos, manteniendo la penetración de la marca en el tiempo. Brillante jugada.

Todo eso se puede dar gracias a la gran promesa de la marca, que se fundamenta en el amor eterno del que hablaba. La promesa es simple: pórtate bien en vida y serás premiado por toda la eternidad. Es decir, que vinimos a esta vida como una prueba temporal y una escuela para vivir una vida de eternidad en el Señor. Lo que no sólo nos da una promesa futura, por medio de un esfuerzo presente, sino que fundamenta el discurso cotidiano de la iglesia a su feligresía: todo lo que hagas en tu vida está en manos de Dios. Es decir, que si haces las cosas bien, es gracias a Él, y si las cosas salen mal, es porque Él no quería que eso pasara; así, cuando pasan cosas terribles, como una masacre de niños por un dictador salvaje, el argumento gira entorno a que “Dios obra de formas misteriosas”, y con eso todo ángulo situacional queda salvado, y se tiene una plataforma de relaciones públicas inigualables.

Pero no está exenta a los escándalos. La pederastia, la corrupción, los hijos de los sacerdotes, el apoyo y cercanía con las mafias, son cosas que han perseguido siempre al Vaticano y a las otras vertientes, más el pecado es propio de los hombres, y los togados son hombres de Dios, débiles y tentables, y que viven en el marco del libre albedrío que se nos dio; por esto si pecan, estarán condenados al fuego eterno, pero si confiesan sus pecados y están arrepentidos de corazón, se les perdonará, con una penitencia o una bula Papal, para asegurar su vida en la eternidad. Condiciones que no sólo aplican a los “empleados” del sistema, sino a todos sus beneficiarios, lo que hace que, en los extremos de la vida, seamos profundamente creyentes, más por el miedo al fuego eterno, que por el deseo de conocer a Dios personalmente. Brillante.

En años pasados, el mundo se conmocionó por la aparición del libro “El Código Da Vinci”, donde se refutan muchas de las formas y creencias del catolicismo, y se ponía al Vaticano como uno de los grandes conspiradores del orden mundial, y pese al enorme ruido que esto hizo, con secuelas de películas, otros libros, reaparición de textos del pasado, la mitología del Priorato de Sión, los Masones, los Iluminati y otras figuras, que en un contexto mediático como el actual podría hacerle grandes daños a la marca, la fe quedo intacta. El Vaticano salió airoso y nada pasó, porque tuvieron la habilidad de quedarse callados, y cuando les preguntaron simplemente respondieron: es fácil hablar de la fe sin conocerla, pero gracias a la discusión si María Magdalena era o no la esposa de Jesús, las enseñanzas de Nuestro Señor y sus palabras están de moda, y todos atacan las formas y los ritos, pero todos afirman que lo importante es lo que el Señor dijo. Más impecable manejo de situación, imposible.

A esto se suma la llegada de Francisco, un Papa simplemente refrescante, un comunicador sin par, y un latino apasionado que cambió el ánimo hacia la iglesia, comenzando con el simple hecho de no ponerse los zapatos rojos, porque eran un símbolo inocuo.

Todos recuerdan la ternura de Juan Pablo II, más la verdad era que era uno de los ortodoxos más fuertes en la Iglesia, y que detuvo mucho de los avances del Concilio Vaticano II, liderado por Juan XXIII, donde se proponen muchas de las cosas que hoy Francisco hace, pero que fueron calladas por esa posición conservadora de la iglesia europea, que veía las ideas de Roncalli como las de un párroco de pueblo y de los países tercermundistas. Ese conservatismo le costó mucha feligresía a la iglesia, y dio pie al surgimiento a muchas iglesias que aprovecharon para ofrecer ofertas de valor similares de salvación, redención y paz interior; por esto la llegada del mediático y carismático Bergoglio, después del gran pensador y ortodoxo Ratzinger, que seguía la línea de la iglesia tradicional de Wojtyła, pero sin su carisma o capacidad política, da paso el retorno de las ideas liberales de Angelo Roncalli, que comenzó por pasar la misa al idioma de cada país. Todos ellos hombres de Dios, y unos CMO* impresionantes, que recibieron de su mercado, lo mismo que entregaron.

Así, sin ánimo de ofender a nadie, ver lo que el catolicismo ha logrado como ejemplo de mercadeo, sólo con el libro más vendido de toda la humanidad, la empresa más antigua del mundo, la red de sucursales más grande y capilar del planeta, es una buena reflexión sobre nuestra fe. No digo que ser católico sea bueno o malo, porque ha habido católicos increíbles y unos completamente salvajes que bajo el estandarte de la iglesia lideraron las cruzadas y el genocidio en América, ni tengo la capacidad teológica comprender por qué el Dios del viejo testamento parece vengativo y castigador, y en el Nuevo Testamento es dulce y paternal, ni mucho menos de meterme en el debate de decir cuántos mandamientos hay hoy, porque siempre se habla de 10, pero en el éxodo son 9, y todo el Deuteronomio lista miles de normas de Dios, y Jesús al final nos dijo que solo hay un mandamiento: amaos los unos a los otros como yo lo he amado.

Lo cierto es que es la única marca que ha permanecido en el tiempo, y con millones de seguidores, donde es irrelevante cuantos “amigos” tenga en las redes. Crearon una Fe, y el mundo es un poco mejor gracias a esto.

*Nota: CMO, Chief Marketing Officer, o Cabeza de mercadeo de la organización; porque no son los CEO, porque ese es rol de Dios.

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