El estudio del DNP y lo que presentó NatGeo sobre cómo la gente bota miles de toneladas de comida a la basura, es quizá una de las consecuencias más grandes de haberle dado la espalda a la educación al consumidor y haber causado la sensación de abundancia.

La verdad es que compramos más comida de la que necesitamos, y por eso la desperdiciamos. Todo comienza con el problema de las economías de escala, pasa por los códigos de consumo y llega inevitablemente a nuestras propias irresponsabilidades. Revisemos el proceso.

Cuando hacemos mercado, pensamos en la forma de comprar muchas cosas en un solo viaje para evitar ir al supermercado o a la tienda muchas veces, para evitar perder el tiempo, y esto es fatal para el proceso de compra de alimentos y mucho más para su consumo. Compramos comida que pensamos podríamos usar durante el mes, y a lo largo de este nos olvidamos qué habíamos traído a casa, bien sea porque lo pusimos en un sitio donde no lo vemos fácilmente, o bien porque consumimos otras cosas por fuera de casa, que hace que no tengamos hambre cuando volvemos de estar en la calle.

Cocinar es un proceso muy divertido para muchos, pero algo agotador también, y el solo hecho de pensar que se debe cocinar algo, hace que las personas prefieran pedir algo a domicilio, o bien comerse una fruta, un paquete, una barra de cereal o incluso solo un vaso de leche en la noche, pese a tener la nevera y la alacena llena de cosas que le gustan, porque él mismo las compró.

El reto de la abundancia es saber administrarla como escasez, y eso no nos lo han enseñado. Tener mucha comida, hace que pensemos que la comida es barata e incluso la despreciamos porque la consideramos de “persona pobre”, como ocurrió con las frutas y verduras en los noventa en casi toda América, donde era mucho mejor visto comer comida procesada que fresca, y por eso se causó una cultura falsa que decía que si alguien comía fruta o vegetales era porque era no tenía el dinero para comprar comida mejor, y ese código ha sido muy difícil de transformar.

Hoy no podemos ir a cine y comprar palomitas o comer hamburguesa sin papas a la francesa, y si pensamos un segundo la situación, no tiene ninguna lógica ver una comida comiendo maíz, ni mucho menos comer más carbohidratos cuando se come un sánduche que casi tiene todo el universo de alimentos; pero estamos codificados de esta manera, porque así aprendimos a comer las cosas, y salir de estas costumbres es muy complicado. Recuerdo bien en un viaje que hice a los parques de Disney hace ya más de 10 años que, al acercarme a la caneca a botar los desperdicios la caneca de basura me decía sarcásticamente algo así como, “ven, dame esas papas francesas, que a mí me gustan mucho”, mostrándome que sabían que la gente botaba muchas de esas papas, porque no se las comían, pero las seguían vendiendo.

Entonces el comprar de más para evitar más viajes de compra, el comer lo fácil para no cocinar lo que ya hemos comprado, el pedir combos sin saber por qué lo hacemos, se suma a que no estamos pendientes de las fechas de vencimiento de los productos ni de la condición de las frutas y verduras que tenemos, y cuando nos damos cuenta, no nos queda otra opción que botar todo a la caneca.

Este es un tema muy complejo en el mundo, porque tiene que ver con la mala distribución de los recursos (y no me refiero al ligero debate de la distribución del ingreso o la riqueza), sino a que esta ineficiente situación se debe a temas logísticos y políticos. Estados Unidos es el principal productor de trigo y maíz del mundo, pero no puede exportarlo a todo el mundo porque hay problemas políticos y comerciales que se suman a las tradiciones culturales de regiones donde no se consume esto, pero la gente muere de hambre. En Colombia, han pasado cosas iguales, como cuando hay abundancia de leche y debido a nuestras propias normas no queda otra opción que botarla en los potreros, porque el Estado no tiene un mecanismo para administrar esos superávits, y las normas limitan las acciones sobre esto.

Si a esto se suma, que no sabemos qué es una dieta de 2.000 calorías al día, ni mucho menos si debemos consumir 2.000 calorías al día en Colombia, según el trabajo que hacemos, la edad que tenemos y la ciudad donde vivimos, el tema se pone más difícil por la malnutrición, o la catástrofe de ver cómo mueren niños en La Guajira de hambre, por una lucha cultural y por una corrupción asesina mientras se arrojan más de 9 millones de toneladas de comida a los rellenos sanitarios.

Seguiremos botando la comida en las casas y en los restaurantes hasta que no comprendamos cada cosa que hacemos. Vemos la comida como basura, porque no la valoramos, porque tenemos mucha, pero el día que un niño se pregunte por qué carajos come papas con la hamburguesa, o el día que comprendamos que debemos comprar poca comida para tener en casa, dejando atrás el instinto de acumulación y el efectivismo de las economías de escala, será el día en que veremos la comida como lo que es y no como basura.