La cosa es simple: con un billete de $50.000, no compramos las mismas cosas que comprábamos cuando fue lanzado en el año 2.000; porque en estos 16 años, en promedio, una cosa que costaba $1.000 en el año 2.000, hoy cuesta $1.966, es decir, el doble.

A petición de El Tiempo y Portafolio, en RADDAR se hizo un cálculo simple: ¿Cuántas cosas podemos comprar hoy con un billete de $50.000 y cuantas en el año 2.000?, y nos dimos cuenta que casi se puede comprar la mitad de las cosas que comprábamos hace 16 años (como se ve en la gráfica). Al corregir el billete de más alta denominación, por uno del doble, las cosas vuelven a la misma situación de comienzo de milenio, permitiendo facilitar algunas transacciones, y complicando otras, dando una extraña sensación de riqueza en la gente, causando el temor de gastar esa cantidad de dinero y en muchos casos convirtiendo en imposibles muchas transacciones, como montarse a bus, comprar un dulce en la calle o tomar un taxi.

Siempre que se lanza un billete de alta denominación vienen los debates sobre las vueltas, el costo de vida, la pobreza y el salario mínimo. El comercio levanta la mano y dice que los costos que tendrán que asumir para aceptar el billete serán enormes, se habla de quitarle tres ceros a la moneda y los taxistas se molestan.

Lo curioso es que todo eso tiene solución, si la economía fuera más formal, la gente estuviese bancarizada, y los pagos se hicieran con tarjetas débito, no tendríamos tanto lío; aunque ese es debate de otro día, no falta el que diga (y con razón) que los bancos son unos ladrones que, si la gente se formaliza, les cobran impuestos para que los políticos corruptos se los roben, y que aumenta el riesgo de fraude al usar esas tarjetas. Siempre es más fácil quejarse y culpar a los demás, que comprender las cosas.

El billete de $100.000 tenía que salir, porque las cosas son más caras, y se requiere que haya los billetes necesarios para hacer ciertas transacciones, o de lo contrario la gente tendrá en el bolsillo tantos billetes como un señor de una estación de servicio de gasolina.

Sin lugar a dudas, el tema de las vueltas es complicado, pero esto tiene un poco de culpa de todos, porque son muchos los que se suben a taxi, para una carrera que les va a costar $5.000, y la pagan con un billete de $50.000, y es muy probable que un taxista que, solo hace unas 20 carreras de $5.000 pesos al día, no tenga cómo darle vueltas.

Lo que pasa es que la gente saca plata de los cajeros electrónicos, y la maquina le da estos billetes, y de alguna manera hay que cambiarlos, bien sea en el taxi, en la tienda, con el vendedor ambulante o incluso en el mismo banco; mucho de este problema se soluciona si los bancos entregan una buena mezcla de billetes de alta y baja denominación en cada retiro; adicionalmente, estamos tarde en emitir una norma como la que existe en muchas ciudades del mundo, donde los taxis solo pueden recibir billetes hasta de cierto tipo de denominación, que para Colombia bien podría ser el de $20.000.

Así, hoy podemos tener en la mano una docena de billetes de $100.000, que es más o menos el ingreso medio de un colombiano, o bien un billete que es la sexta parte de un salario mínimo; si compráramos esto con el año 2.000, el salarió mínimo era de $260.100 y eso era más o menos 5 billetes de $50.000; hoy el mínimo es $689.500, que son casi 7 billetes de $100.000, lo que nos deja ver (al igual que la gráfica de los huevos y el arroz), que hoy podemos comprar más cosas que antes, porque el país ha mejorado mucho, pero nos quedamos en ver las pequeñas cosas que nos molestan y no los grandes logros que hemos tenido: los precios en 16 años se duplicaron, y el ingreso mínimo se multiplicó 2,5 veces, el salario promedio se multiplicó tres veces, y la pobreza se redujo; más esto no se puede decir en voz alta, porque la gente inmediatamente lo piensa como un tema político de un solo gobierno y no como un logro económico de todos los colombianos.

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