Ingresa o regístrate acá para seguir este blog.

copeton
Bogotá no es solo trancones, esta maravillosa ciudad es mucho más que una malla vial deteriorada, es la casa de muchos que no nacieron acá, y para mi caso en particular, es la ciudad donde nací.

Yo no nací en el mar, ni en tierra caliente, ni mucho menos en los bastos y hermosos llanos orientales; corrí entre dientes de león y al despertar, el canto al amanecer de los copetones me alegra el día, y me recuerda lo hermosa que es mi ciudad.

Mi ciudad es maravillosa, y no es solo una mole de cemento, como algunos se refieren a ella. Por diversas razones, muchos arquitectos han continuado con la tradición de esas fachadas en ladrillo rojo, que encanta a los extranjeros y llena de vida a una urbe, que está muy lejos del mar, y no solo más cerca de las estrellas, sino de las nubes y nubarrones que me acompañan desde niño, y que siempre aparecen en semana santa y en pleno Halloween, haciendo particularmente divertida la tradición de pedir dulces y llegar a casa a tomar agua de panela para evitar una gripe.

Si, gripe, no gripa. Decimos chino y carajo, y así los costeños nos molesten por hablar como hablamos, por vestirnos como nos vestimos, por comer lo que comemos y por bailar como bailamos, somos cachacos de verdad, que tomamos jugo de mora y brevas con arequipe, y si bien como decía mi abuela, aprendimos a comer helado gracias a los costeños, también aprendimos de los paisas a comer frijoles, de los santandereanos a tomar changua y de los vallunos a comer pan de bono y que nos perdonen por meterle bocadillo.

Ser cachaco es una identidad única, de personas más tradicionales, más calmadas que las del resto del país, porque somos de los pocos que vivimos a más de dos mil metros de altura, y no debemos gritar por la brisa del mar.

Nos encanta el sonido de la lluvia, y su olor ligero a menta, que esconde a los copetones con las mirlas, y que hace brotar más dientes de león en los prados de nuestros parques.

Uno de los momentos que más me gusta de mi cotidianidad es bajar manejando por un puente mirando al oriente, y ver mi montaña bogotana en el horizonte; esa montaña me encanta, al punto que a veces solo me subo a la circunvalar para verla y vivirla, sentir el olor de los árboles, el ruido de las cascadas y ver ese color verde que nos tranquiliza.

No es un trancón o una mole de cemento, es una ciudad viva, llena de historias que se escribieron por siglos en La Candelaria, como el grito de la independencia o cualquier historia de amor en La Puerta Falsa o en esas calles donde Bolívar huyó de un atentado. Ha visto miles de horas de cine de muchas parejas de novios, desde el Teatro Opera hasta Unicentro, que nos dieron pie a ser la ciudad que recibe el Festival Iberoamericano del Teatro, y que en los diversos espacios del arte se nos ha permitido caminar con nuestros seres queridos por museos envidiables, y que podemos cerrar el día mirando su inmensidad desde Monserrate.

Aburrirse en Bogotá es una decisión personal, porque es una ciudad activa cada día a cada hora, donde inclusive la ciudad entrega sus vías al deporte medio día a la semana, y su Plaza de Bolívar a todo tipo de marcas y manifestaciones. Una ciudad que puede ser un gimnasio enorme, con dos parques urbanos incomparables – El Nacional y El Simón Bolívar -, o que puede ser y ha sido la voz de la democracia nacional y de la historia de nuestra nación desde el centro de la ciudad.

Ahora que llueve, muchos son los que se quejan por el frío, pero son muchos otros los que ponen fotos en sus redes sociales recordando con nostalgia su infancia, donde la niebla nos cobijó la madrugada, y ocultó las garzas que vuelan a esa hora en esta bella ciudad.

Nací entre copetones, dientes de león, montañas mágicas, mirlas, brevas, mora, ajiacos, música de la gata golosa y el hermoso color de los ladrillos, y me siento orgulloso que me digan cachaco y se burlen de mi por mis palabras, mi forma de vestir, mis maneras conservadoras y tradicionales, que algunos llaman buenas maneras, y para mí no fueron otra cosa que las costumbres que vi en mi casa y en mi barrio, y que defienden el rol de la caballerosidad y disfruta la feminidad.

Les escribo a todos, a chachacos, a invitados, a extranjeros y a todos los que la quieran conocer; a las gentes de todas las regiones que la han hecho su casa, que han visto nacer sus hijos acá y que han visto sus sueños volverse realidad. Les escribo porque hoy Bogotá nos necesita, la hemos olvidado y maltratado, la hemos vuelto más gris de lo que debe ser, y triste pese a conocer el sonido de su risa.

Admiremos esos copetones y sus cantos, regalemos dientes de león y soplemos sus semillas sobre otros; caminemos sus parques y admiremos ese rojo del ladrillo que Salmona tanto disfruto. Gocemos esa maravilla de tener todas las estaciones en un solo día, comenzando con la niebla helada en la sabana, el sol abrazador de medio día, los vientos sobre los ríos y quebradas cantando por entre los edificios, y bendigamos la lluvia y el granizo que nos caracteriza y, sobre todo esa brizna ligera de agua de las tardes, que nos recuerda que caminamos cerca de los páramos.

No les pido que cuiden la ciudad, y que al amen como yo la amo, lo que les pido es que se la gocen, que la vivan, que aprovechen sus oportunidades y que permitan que sus familias tengan el placer de crecer en esta hermosa ciudad, que me vio nacer, que vio nacer a mis hijos y que sobretodo me ha dado la oportunidad de volver mis sueños realidad.

Bogotá, desde 1538… y para rato…

@consumiendo

www.camiloherreramora.com

Compartir post