El sexo es una delicia. Lo pueden llamar pecado y buscarle todo tipo de cosas malas, pero es una de las cosas más ricas de la vida. Casi todas las personas del mundo lo hacen, lo disfrutan, lo sueñan, lo desean, lo envidian o lo ansían profundamente, porque no solo es parte de nuestra naturaleza, de nuestro instinto, sino porque es tan grato, que nos pone felices de solo pensarlo.
Para mí el sexo es simple: es una batalla sin cuartel, donde cada uno busca la forma de darle al otro el máximo placer, y gana el que lo logre, y así obviamente la cosa es maravillosa, porque ambos reciben lo máximo y dan lo máximo.
Lo complejo del sexo es encontrar el momento, saber qué decir, cómo insinuar, cómo crear la situación, cómo causar el deseo. Más aún, si es la primera vez que se va a estar con esa persona, porque uno no sabe qué le gusta, qué no, qué desea, qué no haría por nada del mundo y qué le encantaría que le hicieran. Nunca es fácil saber en dónde hacerlo, qué música poner o cómo ir vestido, porque la primera vez es una cita a ciegas entre dos pieles que se desean, pero que tienen miedo del encuentro.
Comenzamos intentando lo obvio, lo conocido, lo que sabemos que puede gustar, pero en el camino debemos comenzar a leer las señales que nos da la pareja, que no siempre es un sí o un no, ni mucho menos que sea tan explícita en pedir algo, sino en mandar pequeñas insinuaciones, para ver si el otro desea complacerlo o deja que se le brinde placer de cierta manera.
Todos somos pervertidos, y no solo tenemos fantasías sexuales, sino cosas que nos gusta hacer o que nos hagan, que comentadas a un amigo o en una reunión causarían revuelo, sonrojamiento, vergüenza o incluso señalamientos morales, aunque por dentro algunos se mueran de la envidia, la curiosidad y el deseo profundo de hacer lo mismo. Lo que pasa es que pedirle eso a la pareja es un tema más complejo y requiere confianza y comunicación, pero cuando la pareja lo entiende, no solo está dispuesta a hacerlo, sino a contar lo que ella quiere.
Hay cargas culturales muy duras. El tema de la religión, de la higiene, de la homosexualidad, de los paradigmas de belleza, y hasta de los mitos de las fantasías, como el de estar con dos personas a la vez, lo que puede ser lo máximo para muchos y un encarte para otros.
El sexo es quizá uno de los campos donde el mercadeo más puede aprender, porque el objetivo general es claro, pero el específico no. Los momentos de tenerlo parecen obvios, pero no siempre. La forma de hacerlo es la misma por miles de años, pero hemos encontrado formas de variarlo continuamente para que no sea repetitivo, y hasta se han escrito manuales sobre el tema.
El sexo es uno de los campos en que el ser humano más ha avanzado, incluso más que en la moda y la comida, y sin duda mucho más que en la vivienda. Hoy hay desde el sexo tierno de adolescentes hasta fetiches de calabozos completamente complejos, dejando ver que hay todo tipo de gustos en este tema.
Fuera de eso, cuando la gente tiene sexo se le nota, por la cara de ponqué o picardía que ponen; aunque algunos pueden hacerlo y lograr que nadie se dé cuenta, causando que sea un secreto, y eso lo hace mucho más interesante, potenciando un buen polvo con un secreto y si fue en un sitio público como la oficina, la cosa tiene niveles de adrenalina brutales.
Ya quisieran las marcas lograr cosas así, porque estarían siempre en la vida de las personas; sin embargo esto no va a pasar hasta que no piensen en los consumidores como si quisieran tener sexo con ellos, darles el máximo placer, intentar cosas para saber qué les gusta, escucharlos, preguntarles, indagar, coquetearles y anticipar la sensación del momento de tenerlo, proponerles cosas que ya han hecho, que nunca harían, y esas que inclusive son prohibidas (sin ser ilegales). Incluso hay personas que estando con una pareja, le son infieles porque les hace falta el sexo, un buen polvo, la emoción, la adrenalina, o incluso porque pese a ser felices con su pareja, encontraron un nuevo amor.
El mercadeo debe lograr ser como el sexo: no quedarse en lo obvio y lo esperado, sino llegar a una relación tan profunda entre marcas y consumidor, que cada polvo sea distinto y espectacular, pero a veces solamente nos quedamos con acostarnos con nuestro consumidor como cumpliendo con los deberes maritales.
El sexo es tierno, sucio, duro, alevoso, salvaje, romántico y hasta extremo, mientras nuestros productos son solamente productos. Debemos aprender del sexo como entender qué se quiere hoy, que no fue lo mismo de ayer, pero por medio de la misma cosa. Tenemos que pensar cómo llenar de placer a ese consumidor y que se muera de ganas de volver a estar con nosotros, pero eso solo lo logramos si le mostramos que nos morimos de ganas de estar con él, de darle todo y lo mejor, de hacer un juego previo sin precedentes, porque sin duda los orgasmos comienzan a gestarse desde la primera insinuación del juego.
A “tirar” con el consumidor, pero con una condición: siempre debemos satisfacerlo plenamente, y dejarle la gana de otro encuentro, y eso solo pasa, si nosotros quedamos con las mismas ganas, porque el sexo se hace con ganas, y eso te lo ganas.