Nunca he sido una persona muy apasionada al fútbol, pero cuando era joven y corría en el colegio, e intentaba jugar fútbol, era un hincha cómodo del grandioso América de Calí, que era campeón de Colombia, y donde las estrellas del continente brillaban con su uniforme, como brillaban las estrellas que dejaban en nuestro escudo.
Digo que fui un hincha cómodo, porque es fácil ser hincha el equipo campeón, mas no lo es tanto cuando eres un cachaco y todos tus amigos son seguidores de Millonarios y de Santa Fe, y están viviendo uno de sus momentos más duros en resultados.
Yo no sabía nada de fútbol, pero sí de la alegría que me daba ver cómo ganaban y ganaban partidos, casi a la par de los Bulls de Chicago, los Bravos de Atlanta o los Kentuky Chiefs del fútbol americano en esa misma época. Siempre es bello ver cómo aquello con lo que nos sentimos identificados gana, y es algo duro ver cuando pierde. Quizá porque necesitaba esa energía de triunfo en mi vida, me convertí en hincha cómodo del América, y de los Bulls, obviamente.
Hoy, ese América está muy mal. Juega en la B, y allí le va mal. Yo deje de ver el rentado nacional, y cuando me preguntan si soy hincha de algún equipo, siempre contesto: fui hincha cómodo del América, y me toca explicar que lo fui de niño, y hoy miro con tristeza lo que pasó.
Me sería fácil ser hincha de Millonarios o Santa Fe, o bien decirle a la gente que no soy hincha de nadie. Que solo veo fútbol cuando juega la Selección Colombia, o bien que me gusta ver la liga de campeones de Europa. Pero en el fondo sé que soy hincha del América de Cali, pese a ser cachaco y a que ellos hoy están en un muy mal momento, porque sé de las alegrías que me dieron, del orgullo que me brindaron y de cómo hacía propio sus triunfos.
Para que me entiendan los jóvenes, piensen en esta maravillosa Selección Colombia que nos llena de alegrías al ganar partidos, y que sentimos esos goles como nuestros, que nos duele cada lesión, y que no sentimos entrenadores definiendo como debe ser la alineación para el próximo partido. Así se sienten también los que vieron el Ballet Azul, el gran Calí de los setenta, el Nacional de los noventa, el Junior de pasados años, y hoy esos que ven a un Santa Fe brillando y recuperando las épocas del siglo XX.
Hoy, la cosa es más difícil. Los jóvenes colombianos son hinchas del Barcelona, del Milán, del Bayern, e incluso del Boca Juniors, porque el mundo se le abrió y les brindó un espectáculo enorme. Recuerdo haber leído alguna vez, que Daniel Samper Pizano le dijo a un amigo catalán en los setentas, que como él era hincha del gran Santa Fe del momento, sería hincha del Barcelona, que era un mal equipo en esa época, si intercambiaban aficiones. Que buen negocio se hizo ese día.
Aún no entiendo bien por qué somos hinchas de los equipos de fútbol, más allá se saber que podemos sentir el placer de ganar y sentirnos parte de un sueño colectivo, como ocurre con la Selección Colombia, y como tristemente se ve en las peleas y muertes de jóvenes por una simple camiseta, que solo representa un bello sueño, y algunos la han transformado en armaduras de guerra y en un motivo de odio y segregación.
Hoy, no sé qué amor por la camiseta darle a mis hijos. Mi hermano conquista a mi hijo de 5 años con la camiseta azul de Millonarios, mi esposa es hincha de su “Junior del Alma” como buena Barranquillera, y yo guardo con algún cariño la camiseta de Battaglia que algún día me regalaron, y sigo con el deseo de tener la del Tigre Gareca, la de Cabañas, la de Falcioni, de Willintón y la del Pipa, que la hicieron brillar tanto, que me iluminaron a mí de alegría.
Seguramente haré lo mismo que hago con los temas de pasiones y creencias, simplemente los dejaré libres para que encuentren su camino. Pero hasta el día hoy, Valentina es hincha profunda de la Selección Colombia Femenina de Fútbol y fiel seguidora de Yoreli Rincón, y Kike, es hincha del Gol Caracol, porque así es que identifica el fútbol de nuestra Selección; pero cuando salen a entrenar en el colegio, ella lleva el uniforme del Barcelona y el 10 en la espalda, y él camina de su mano, vestido de blanco, con el nombre de James en sus hombros, dejándonos ver que el amor por el fútbol sigue, y las grandes diferencias pueden caminar tomadas de la inocencia de la manos de los niños. Pasará el tiempo y veremos.