Son muchas las guerras que hoy vivimos: del agua, petróleo, tierras, y riqueza, pero ninguna más intensa e interesante que la del talento, porque no se refiere a recursos doblegables al poder y riqueza, sino al enorme reto de potencializar y retener la enorme riqueza que tienen las personas, dándoles un entorno para su desarrollo y la libertad para lograrlas.
Hace años las personas pertenecían a las organizaciones, con un compromiso eterno, en la idea de un justo intercambio de lealtad por seguridad y libertad económica, entregando todo su potencial, tiempo e interés a una institución que velaría por ellos, los capacitaría, desarrollaría, les giraría por una carrera de ascenso, donde las competencias y las capacidades, tanto técnicas como sociales, darían forma a ese camino. Así, muchas generaciones entregaron su tiempo y esfuerzo a grandes organizaciones, recibiendo a cambio un salario, compensaciones, vacaciones, educación, formación, apoyo, identidad y respaldo para sus proyectos de vida. Esto formó el mundo empresarial que hoy existe y los cimientos de casi todas las economías. La persona era vista como parte integral de la organización, donde se le promovía su talento y desarrollo, a cambio de su lealtad con el proceso.
Pero el juego cambió. El talento ya no se puede retener solamente por lealtad, lo que hace que continúe una guerra que transformará completamente el entorno empresarial.
Muchas de las empresas comenzaron con un foco fabril muy fuerte, porque sus fundadores eran industriales, que a finales de siglo XIX y comienzos del XX, dieron origen a sus organizaciones fundamentados en el producto que fabricaban y en los procesos para hacerlo. Tiempo después, estas instituciones se vieron abocadas a importantes necesidades financieras, para fundamentar su expansión y crecimiento, poniendo al equipo financiero a la par del director de operaciones, generando el primer gran cambio en la dirección empresarial, donde se reconocía que el acceso a recursos era tan importante como producir, lo que cambió el alma de muchas empresas y las llevó a ser, a veces, más financieras que productoras.
Consolidado este proceso, y con la creciente expansión de las empresas, el crecimiento poblacional, la apertura de mercados, los cambios sociales y culturales, se evidenció que un proceso común como las ventas tomaba relevancia estratégica, porque ya no bastaba con producir bien y tener los recursos para asegurar la sostenibilidad y la rentabilidad, sino que el crecimiento de la empresa dependía directamente de aumentar las ventas del producto, a más clientes, a precios diferenciados, en diferentes canales por medio de diversas propuestas de valor, porque el mercado se ha diversificado tanto, que se debía cambiar la forma de vender para continuar creciendo. Así, los directivos comerciales, se unieron a dirigir de manera estratégica la organización.
En los últimos años esto continuó evolucionando hasta que las empresas lograron tener producciones eficientes, finanzas sanas y un crecimiento continuo y sostenible, mas el entorno comenzó a acelerar su cambio, porque los consumidores comenzaron a cambiar su lealtad a los productos, por la búsqueda de nuevas experiencias y satisfacciones. Ya tener un buen producto, bien producido, con los recursos idóneos y un plan de ventas claro no era suficiente, y lentamente el mercadeo comenzó a ascender en la visión estratégica de la organización, permitiendo cambiar muchos de los paradigmas que tenían estas longevas organizaciones, y hacerlas entender que ya no se hacen productos para el mercado, sino soluciones de necesidades para el consumidor; es decir, que ya la organización no debía tener un foco fabril, ni financiero, ni comercial, sino un espíritu en función de las necesidades de las personas.
Este viaje de las empresas de ser plantas de producción, pasando por ser bancos y opciones rentables de inversión, llegando a ser mecanismos de comercio, hasta llegar a poner el foco en las necesidades individuales, hizo que se pasará del interés de unos pocos, al beneficio de muchos, y esto ha transformado al mundo; sin embargo en toda esta historia siempre estuvo sentado en ese equipo directivo, una persona a la cual se le hacía caso omiso en muchos casos, y que en la medida en que la transformación se aceleraba, advertía a tiempo un cambio enorme y sin freno que se venía gestando: los empleados ya no son los mismos, y debemos prepararnos para eso.
Ese Director de Recursos humanos o Gestor de Talento, o cómo se le llame antes o ahora, siempre estuvo al tanto de lo que pasaba en el mercado, y comprendió que como el consumidor cambió, también lo estaban haciendo sus empleados, y peleó firmemente con los directores de planta para mejorar las condiciones de sus trabajadores, exigió mejores condiciones laborales y financieras para sus empleados, buscó la forma de crear mecanismos variables e incentivos para que las fuerzas de ventas estuviesen motivadas, y siempre encontró la forma de capacitar a sus equipos humanos para estar al nivel de las demandas del mercado; y de manera silenciosa, transmitió los cambio que se veían en las personas a las que se les hacían los productos, hacia las necesidades de los trabajadores, no solo para que fuesen productivos y eficientes, sino para que ellos también se desarrollarán.
Hoy este juego es más complejo. Cualquier empresa puede tener productos sin necesidad de producirlos; se pueden conseguir recursos en el sector financiero o por medio de donaciones colaborativas en línea; se venden productos en un entorno de omnicanalidad cada vez más dinámico, y el consumidor continúa evolucionando en las formas de satisfacer sus necesidades, retando continuamente las propuestas de valor y la innovación en las compañías; a lo que se suma, que los llamados empleados, ya nos son simplemente un recurso que se emplea para cumplir con la meta de la empresa; por el contrario, finalmente son reconocidos como el insumo más importante de la organización, porque son los que toman las decisiones, los que se arriesgan, los que trabajan, lo que producen, los que venden, los que estudian el entorno continuamente, y los que demuestran cada día que las empresas no son innovadoras, las innovadoras son las personas que día a día proponen nuevas soluciones a los viejos problemas.
Vemos todos los días las luchas por los insumo para producir, el dinero para financiar los procesos, la batalla abierta en los canales y supermercados, en las pantallas de video y los espacios de consumo, y silenciosamente la guerra por el talento llegó a los titulares y ser la principal preocupación de las empresas; esas mismas empresas que siempre supieron que producen soluciones para las personas, por medio de personas, pero la rutina había convertido a sus trabajadores en empleados, y no en talentosas personas que causan el proceso.
Hoy un empleado dura en promedio 3 o 4 años en una empresa, cuando su padre duró cerca de 15 años y su abuelo estuvo toda la vida; simplemente las personas ya no quieren ser empleadas, quieren ser potencializadas, capacitadas, escuchadas, aprovechadas y sobretodo valoradas, y eso hace que esta guerra del mundo empresarial – que no tiene nada de nueva, sino que ahora es diferente – sea el eje fundamental de las decisiones organizacionales. Las empresas ya no emplean a las personas, sino que administran talentos, y las personas ya no son parte de una compañía, sino que saben que son la mejor ventaja que se puede tener. La guerra continúa, y lo más seguro es que las personas le ganen a las empresas.