Los consumidores comienzan a volver al pasado, a lo simple, a lo básico. La conciencia ambiental toma fuerza, buscando desplazar las soluciones causadas por las economías de escala, que lograron masificar muchos consumos que eran inasequibles para muchos, pero con un enorme impacto ambiental.
Por ley, ya no vamos a usar bolsas de plástico en los supermercados (Desde el próximo viernes rige norma para eliminar bolsas plásticas), y mientras tanto, las redes sociales empujan la idea de no usar más pitillos. Las bebidas embotelladas en plástico, comienzan a ser remplazadas por la tradicional botella de vidrio, y eso se suma a la enorme transformación mundial por un consumo más limpio.
¿Qué ha pasado? Quizá hemos tomado conciencia, o simplemente estamos asustados por el futuro del planeta. Lo que es curioso, es que las soluciones que estamos planteando, no son otras que volver a los hábitos de consumo del pasado: limpiar la cocina con trapos y no con papel de cocina, reenvasar productos y así reducir la generación de basura; dejar atrás las bolsas de mercado, los pitillos, los envases PET y muchas otras soluciones que el mercado causó para masificar productos, reducir precios y mejorar la salud pública, y convocar a nuestra pereza, a ser la dueña de nuestros hábitos de consumo.
Básicamente, volvemos a hacer las cosas como se hacían hace dos generaciones, antes de la explosión de la búsqueda de hacer las cosas más baratas para el mercado, porque no teníamos los ingresos suficientes para que muchos tuvieran más, sino que estamos estancados en un mercado donde pocos tenían acceso a mucho. Ante la llegada del cambio demográfico, la reducción de la natalidad y la longevidad, el ingreso en el mundo entero mejoró, y generó una mejor capacidad de compra, que conlleva a tener la disposición a pagar más por los productos, y a hacer las cosas a la antigua: con tiempo, cariño y paciencia.
Aunque muchas cosas volverán a ser como antes, no creo que se acaben los pañales desechables ni las toallas higiénicas, pero el papel de cocina y los pañitos húmedos, están en franca amenaza. Todos esos productos que generen basura son un claro enemigo para dos generaciones, los mayores de 65 años y los menores de 25 años. Los primeros porque les gusta hacer las cosas como las aprendieron, y saben llevar el envase retornable a la tienda; y los segundos, porque han visto como acumulan empaques, plásticos, papel, ropa e incluso tecnología obsoleta en sus casas, y las noticias del mundo les han mostrado que son ellos en parte responsables del consumo desmedido y del deterioro del medio ambiente.
Las personas entre los 25 y 65 años, somos diferentes en este sentido, porque estamos acostumbrados a los beneficios de lo fácil, de esa deliciosa comodidad que da un pitillo para tomarse una gaseosa, y evitar ensuciarse o contagiarse por cualquier tipo de virus o bacteria que haya tocado la botella, o la facilidad de limpiar el mesón de la cocina con un papel, y botarlo a la basura, en vez de tener un trapo y lavarlo regularmente. Mucho del consumo de plásticos y papel de esta población, nace de su pereza, de su asco, de su sensación de salubridad y sobretodo de su solvencia económica, ya que, al tener más dinero, no tienen ningún problema en pagar de más por cosas que usarán un minuto y serán basura por cientos de años.
Así, volvemos a las costumbres del pasado, porque hay más capacidad de compra y conciencia de los impactos de nuestras decisiones. Esto nos llama a una serie de reflexiones profundas sobre nuestro comportamiento como consumidores, donde si pensamos sobre cada cosa que consumimos y cómo lo hacemos, nos daremos cuenta que no tienen más justificación que nuestra propia pereza en hacer las cosas mejor, con la ventaja que tenemos, de poder pagar por ese tiempo que no queremos perder.
Antes muchas cosas eran más baratas, pero requerían tiempo para usarlas, hoy preferimos comprar ese tiempo y pagar por costos procesos de reciclado, bajo la excusa de la productividad, escondiendo en el fondo la pereza que nos causa hacer cosas cotidianas. Por eso algunos productos para sustentar nuestra pereza son tan costosos, porque incluyen en su precio, el valor del tiempo que nos ahorramos, e indudablemente estamos dispuestos a pagar por ello.
Personalmente, he luchado contra muchas de estas cosas compradas por la pereza, pero en particular contra un producto que no tiene tanta relación con ella, pero siempre he pensado que es un absurdo del consumo: el uso de papel regalo. En todos lados me he encontrado una fuerte resistencia a esto, porque a muchas personas les encanta. Sentir como rompen un papel, para descubrir algo escondido, es una sensación increíble, pero, a decir verdad, es un enorme pecado que cometemos, porque gastamos dinero, tiempo, papel, energía y muchas otras cosas, para simplemente darle un sentido de sorpresa a un regalo, por medio de un papel que, en menos de un minuto, pasa de ser la magia de una sorpresa, a un pedazo más de basura.
Ahora bien, es fundamental pensar el tema más allá, porque la caída en la demanda de estos productos, no solo tendrá efectos en nuestro comportamiento y manejo del tiempo, sino en la economía e incluso en el medio ambiente.
Un buen ejemplo de esto es la industria del libro, donde cada vez más se venden versiones digitales de estos, y muchos piensan que así están inclusive ayudando al medio ambiente, porque para hacer un libro de papel, se requiere talar árboles, al igual que con los diarios y revistas. Mas cabe considerar un problema que se causa: si se desmotiva el consumo de papel, se desmotiva la industria papelera, que lleva siglos sembrando arboles de manera programada en el mundo entero, generando un enorme beneficio en la captura de gas carbónico. Mientras tanto, las personas creen que usar su tableta para leer es más ecológico, sin pensar la cantidad de energía que esto demanda y el enorme problema de basura tecnológica que se crea, en particular con las baterías, que requieren miles de años para ser biodegradadas.
Por eso debemos volver al papel, al vidrio y a la madera en la medida de lo posible. El siglo XX fue un enorme consumidor de recursos no renovables, y todo apunta a que el siglo XXI, se fundamentará en el uso de renovables y en el renacimiento de las industrias fundamentadas los productos fecundados por la naturaleza, como el algodón para los textiles, desplazando el uso del poliéster.
Volvemos al pasado, por una conciencia del futuro. El consumidor vuelve a sus raíces, buscando satisfacer sus más complejas necesidades, con la disposición de pagar con mucho más que dinero.