En Brasil y en Venezuela se pide la salida de sus presidentes, porque los pueblos tienen los gobernantes que se merecen, y los gobernantes tienen los pueblos que causan.
Ambos países están sumidos en severas crisis económicas como consecuencia de sus decisiones políticas y económicas, que los tienen al borde de la destitución de sus presidentes, por ser incapaces de manejar las condiciones económicas en que se han metido.
Si bien el siglo XXI comenzó con que en muchos países de Latinoamérica ascendieran al poder gobiernos populistas, aprovechando los enormes errores de las fuerzas políticas de sus países, que afincaron su poder en la corrupción, la compra de votos, el desgreño estatal, con la consecuencia del abandono a las clases menos favorecidas. Situación que permitió “maquillar” de gobiernos de “izquierda” a una serie de fuerzas políticas populistas que fundamentaron su discurso en culpar a los políticos corruptos del pasado y se apoyaron en las riquezas generadas por el buen precio de los bienes básicos de exportación, logrando crear una sensación de mejoramiento del ingreso en sus países, vía esquemas subsidiarios, que no mejoraron el aparato productivo, sino que mantuvieron a la población “comprada” con ingresos falsos, causando una bomba de tiempo, que inevitablemente debía estallar: “si al ratón se le da leche, pedirá queso”, decían los abuelos.
Cuando una población de ingresos bajos, recibe múltiples subsidios del gobierno, y se les alimenta emocionalmente, diciendo que la culpa de su pobreza es por la clase dirigente del pasado, se genera un alivio enorme porque se liberan del peso de su propia responsabilidad, porque ya tienen un mejor ingreso sin tener que trabajar de más, y asumen que están condenados a su situación por las acciones de un tercero malvado que les quitó sus oportunidades. Pero, la verdad, es que cada quien es dueño de su destino, y son miles de ejemplos en el mundo entero, de personas que nacieron pobres y murieron ricas por su esfuerzo personal, pese a las enormes dificultades en sus países; inclusive, Maduro es un buen ejemplo de eso, pasando de ser conductor de bus, a Presidente de la República, o Dilma Rouseff, que era guerrillera y también llegó a dirigir su país.
Es muy peligroso para una persona depender económicamente de otra y más aún si cree que tiene menos oportunidades por culpa de alguien; porque esto hace que la responsabilidad nunca sea de esa persona, y que se programe para odiar a los culpables de su situación, y viva en función de exigir que se le mantenga como compensación por el daño causado. Esto es un esclavismo mental que se le causa a las personas, limitando su desarrollo, su capacidad de crecimiento y el cumplimiento de sus sueños. Por esto es que ni los gobiernos comunistas han funcionado en el mundo, ni los matrimonios donde el hombre mantiene a la mujer: cada quien es dueño de su destino y de potencializar sus capacidades.
Colombia, Ecuador y Bolivia, países que habían hecho la tarea bien y con buenos desempeños económicos, vieron cómo sus poblaciones no aceptaron la continuidad eterna de esos presidentes, y pidieron un cambio en el poder, pese a los logros alcanzados, dando un enorme ejemplo de democracia a continente. Pero, en Argentina ya cayó la línea populista llena de acusaciones de corrupción y mal gobierno, y Brasil y Venezuela van por el mismo camino.
Brasil está en una enorme encrucijada política y económica por las decisiones de sus gobiernos recientes, como la ejecución del mundial de fútbol y los juegos olímpicos, confiando que el precio de la soya y el petróleo seguirían altos, y creyendo que eran una enorme potencia mundial. Al final, si bien son una economía grande, también son un enorme mercado frágil a los precios mundiales, y su aparato productivo no genera el valor suficiente para aguantar la caída de los precios de los commodities. Situación que se suma a un escándalo de corrupción enorme, que desdibuja toda la moral que habían construido.
La posible salida de Nicolás Maduro es la consecuencia del fracaso del socialismo del Siglo XXI. El llamado gobierno Bolivariano, financió la vida de muchos venezolanos por medio de los increíbles ingresos petroleros de la década pasada y el enorme carisma de Hugo Chávez, que se paró sobre los actos de corrupción de los políticos venezolanos para subir al poder, y que se quedó comprando los votos a punta de subsidios, destruyendo el aparato económico de uno de los mejores países del mundo. Hoy, la economía decrece a tasas del 5% anual, reduciendo la capacidad de compra de sus habitantes, con inflaciones superiores al 100% cada año y con una devaluación incontrolable, porque confiaron que el precio del petróleo seguiría alto y crearon un esquema económico que desmotiva la inversión y la competencia, llegando al punto de acabar con mucho del aparato productivo, sus empleos, rentabilidades y generación de bienestar.
Ante esto, señalan a los empresarios de estar haciendo una “guerra económica” contra el pueblo, cuando la verdad es que el gobierno quebró a los empresarios, que terminaron cerrando sus plantas y comercios porque tienen como producir más. Hoy, los venezolanos saben que esto no es culpa de las empresas, sino del gobierno y su incapacidad de manejo económico, y por eso en las elecciones de la Asamblea votaron en su contra y en menos de una semana recolectaron más de 2 millones de firmas para pedir la revocatoria del Presidente Maduro, al cual no lo van a tumbar por ser de “izquierda” o populista, sino por corrupto e incompetente, quedando el mismo punto de esos políticos de antaño contra los que luchaban. La Revolución le enseñó a los venezolanos que deben luchar contra la corrupción, la pobreza y el mal gobierno, y por eso van a tumbar a Maduro.