Ante la reciente publicación del Latinobarómetro sobre la felicidad de los latinoamericanos reflexionaba sobre el falso dilema de la necesidad de estar felices todo el tiempo y de la búsqueda continua de lo que nos gusta y nos da placer.

Es claro que somos una sociedad hedónica, que busca el placer, y esto puede ser un mecanismo para evadir nuestra realidad o bien para soportarla; sin embargo, es claro que la búsqueda de la felicidad es una mentira conceptual que surgió en la declaración de independencia de los Estados Unidos, pero si definimos nuestra vida en la búsqueda de la felicidad, simplemente no lo lograremos porque la mayoría de las cosas cotidianas no nos dan felicidad, y si bien algunas lo hacen al comienzo, al ser parte de nuestra cotidianidad dejan de aportar este placer.

No debemos ser felices todo el tiempo, y por esto la felicidad en sí misma no es la meta de la vida, ya que inevitablemente siempre haremos cosas que no nos hacen felices pero deben hacerse.

Esta búsqueda continua del placer nos limita a vivir real y plenamente. Walt Disney decía que por cada sonrisa en la vida hay una lágrima, mostrándonos que la vida no es un estado continuo de felicidad, y que los momentos difíciles son parte de lo que debemos vivir pese a que no nos gusta. Esto es difícil de entender para un niño y un joven, pero si no lo hacen cuando sean adultos la frustración será mayor.

A nadie le gusta el dolor de una cirugía, la muerte de un amigo, las órdenes de un jefe, las normas que nos favorecen y mucho menos los impuestos, pero son parte de la vida al igual que el sabor de un helado, un abrazo cálido y hacer lo que nos apasiona.

Hoy la búsqueda de lo que se quiere debe incluir que se debe cruzar por lo que se debe hacer, así nos guste o no. Casi siempre las decisiones correctas que debemos tomar no son las más fáciles o las más simples, pero son aquellas que realmente permiten solucionar el problema.

La felicidad como tal es una explosión de un momento que debemos aprender a disfrutar y compartir, porque ese momento es irrepetible e irrecuperable. El resto de nuestra vida es un espacio donde debemos comprender que lo más común es que debamos hacer cosas que no nos gustan, que nos molestan y que quizá haríamos de manera diferente, pero haciendo esto es como podemos lograr momentos de felicidad según la definición que le dé cada uno de nosotros.

Por eso es claro que la felicidad declarada por el latinoamericano tiene por lo menos dos componentes que hacen difícil comprender de qué sensación hablamos: hemos reducido nuestras expectativas de casi todas las situaciones y moderado nuestras metas en la vida, logrando así que obtener resultados sea mucho más fácil, y consideramos correcto decir que somos felices porque es lo que nuestra cultura nos exige. Por esto la autodeclaración de la felicidad latinoamericana es más parecida a una medición de frustración social o de mediocridad personal, porque la búsqueda del placer por el hedonismo como estilo de vida ha causado una enorme frustración en la población y sobre todo en la juventud, que solo está dispuesta a hacer y estar donde le guste y no lo que se deba hacer, y esto ha causado una serie de rompimientos emocionales y sociales. Simplemente todos hacemos cosas que no nos gustan hacer y gracias a eso podemos hacer las que de verdad queremos.

Ser felices no es hacer siempre lo que se desea, sino hacer las cosas que nos tocan para ser felices cuando hay que serlo.

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