El debate es duro y complejo, porque entran a enfrentarse dos posiciones muy radicales: la necesidad de recursos inmediatos para la economía y la necesidad de mantener el ecosistema en el largo plazo.
Muchos países han tomado la decisión de tener economías extractivas y con esto financiar el gasto público, sobretodo en la construcción de infraestructura y servicios sociales, porque desde el comienzo se ha comprendido que los recursos mineros son un activo finito, que se acabará en algún momento y que por eso se deben sustituir por otro activo: es decir, cada barril de petróleo, se debe convertir en un metro de carretera, o algo así.
Colombia tiene una muy buena opción de ser un país minero, con el carbón, el petróleo, el oro, el coltán, el ferroníquel y otros minerales, y esto haría que los ingresos de nuestra economía mejoraran mucho en el corto plazo. Mas Colombia no debe tomar la decisión de ser una economía extractiva por los problemas de corto plazo del gasto público, y ahí está el centro del debate.
El mundo necesita minerales para producir y Colombia los tiene, lo que es una oportunidad enorme para nuestra economía, calidad de vida, infraestructura y desarrollo, pero no por esto debemos caer en la tentación de acabar con el ecosistema que asegura la vida de la población.
El debate entre medioambiente y crecimiento económico es tan apasionado como hipócrita. Muchos de los que hoy defienden el extremo del ambientalismo, fueron las naciones que en el pasado contaminaron de manera inaudita y hoy castigan a las naciones que lo vayan a hacer bajo la bandera de cuidar el planeta, como bien ocurre con los alemanes e incluso los nórdicos, naciones que arrollaron con sus ecosistemas y no han compensado al mundo de ninguna manera.
Afortunadamente, existen unos ambientalistas más centrados, que saben que todo elemento del desarrollo económico afecta al medio ambiente, porque el simple hecho de cortar un árbol lo hace y mucho más si se pone una carretera sobre un montaña, pero también comprenden que es necesario afectar al ecosistema para asegurar la calidad de vida de más de 7 billones de personas, y por esto estudian y proponen continuamente salidas sensatas para equilibrar ambas cosas, ya que es inevitable que el progreso afecta al medio ambiente.
El petróleo es un buen ejemplo como industria extractiva y pecadora en el mundo. Sacar petróleo de la tierra daña el suelo inevitablemente, pero con los ingresos que genera, los gobiernos pueden invertir en recuperar lo mejor posible esa afectación ambiental, y eso ha funcionado mayormente bien; pero, del petróleo se hace el plástico, y el mundo se volvió adicto a él, y su degradación es tan lenta, que genera un nivel de contaminación y basuras inmanejable. Adicionalmente, los gobiernos de muchos países del mundo, se acostumbraron a los ingresos petroleros para mantener sus gastos corrientes, y cuando el precio de petróleo se cayó, comenzaron a caer sus economías y sus gobiernos. A lo que se suma, que la quema de combustibles fósiles está afectando la atmósfera, calentando el planeta y acelerando un cambio climático. Esa es hoy la maldición del petróleo.
Los que defienden el petróleo, dicen que han mejorado la vida de muchos por la energía y el plástico, y que la contaminación que causa es reversible y reciclable; los que lo atacan señalan como se ha sacado veneno del subsuelo para diseminarlo por la superficie y la atmósfera.
Hoy casi todas las personas del mundo se benefician del petróleo diariamente, o bien porque tengan algo de plástico, usen combustible, les llegue energía o los subsidios del estado, pero no todos lo ven así, porque en este punto de la historia de la humanidad es más fácil ver los pecados que las virtudes, porque la industria petrolera ha pecado de arrogante y de ineficiente al momento de buscar soluciones al impacto ambiental que causan, porque viven en el afán del corto plazo, para mantener gastos públicos en el mundo entero y mantener a miles de industrias moviéndose por energía e insumos de producción.
¿Qué hacer? Es muy complejo. Si el petróleo y los minerales son presionados por el gasto público, el mundo debería llegar a un consenso donde la gente debe pagar más impuestos para mantener los costos de la nación, pero esto es enormemente impopular y muchas personas creen que el estado los debe mantener, sin importar de donde vengan los recursos, siempre y cuando no vengan de su bolsillo; reducir la producción de plástico es una gran idea, buscando retornar a bienes reciclados, reutilizados o incluso biodegradables y sostenibles como el vidrio, la madera y las energías limpias, pero esto genera productos más caros y de menor calidad, y las personas no están dispuestas a pagar más y recibir menos.
Así, nos damos cuenta que hemos caído en la maldición del petróleo, que nos ha brindado calidad de vida, pero puede estar matando el planeta, y la solución evidente está en que la gente pague más impuestos y precios más altos por cosas más sanas para el planeta, pero no estamos dispuestos a hacer eso.
El petróleo logró enormes economías de escala en casi todos los sectores productivos el mundo y redujo el pago de impuestos, y devolvernos va a ser muy difícil, mas en Colombia se ve una pequeña luz de esperanza con la reducción del uso del pitillo, que ha tomado una fuerza inusitada en los últimos meses, dejando ver que quizá podemos moderar ciertos consumos de plástico que son más innecesarios que otra cosa y comenzar a causar un cambio ambiental en la población. Lo que es llamativo es cómo esto ocurrió a gran velocidad, quizás debido al fenómeno de El Niño y el posible apagón, que hizo que la gente pasará de saber que debía cuidar el medio ambiente, a sentir que, si no lo hace, las cosas serán cada vez más difícil y costosas.
Quizá ha comenzado un cambio importante en la demanda, que hará que la oferta deba ajustarse. Depende de las personas salir de la maldición del petróleo, no de los petroleros, y depende de todos seguir aprovechando los recursos del planeta, pero no aprovecharnos de él.