Cada día se oye más que la gente cree que las universidades son un negocio. Quizá porque algunas cobran matrículas muy altas, porque construyen y construyen edificios y sedes, o tal vez porque se ve que nacen “universidades de garaje” continuamente, dejando ver que esto tiene que ser rentable.

La verdad es que sí son un negocio rentable, pero tampoco es la mejor forma de hacerse rico, porque por su estructura legal, no tienen utilidades ni dueños, y los excedentes se deben reinvertir en la institución, lo que genera que sigan construyendo sedes e invirtiendo en tecnología; mas obviamente desde las universidades se pueden generar recursos para sus directivos y fundadores, por medio de contratos y honorarios, como desafortunadamente muchas lo hacen, pasando del deber de educar, al enriquecimiento de unos pocos a costa de la esperanza de educación de otros.

Sin embargo, creo que hay un problema más de fondo en este tema, y es que los postgrados se han convertido en una importante fuente de ingresos y prestigio para estas instituciones, y han logrado capturar un mercado con mejor capacidad de pago y con la necesidad de tener títulos más avanzados para lograr mejores puestos y sueldos. Ese sí se convirtió en un buen negocio.

La estructura de costos de dictar un postgrado está en función del pago de profesores, y los ingresos en función de cuantos estudiantes reciben; así, si un curso tiene 20 alumnos, con un matrícula de unos 10 millones por semestre y con 5 materias en ese periodo, los ingresos de 200 millones cubren fácilmente el costo de 5 profesores, y deja importantes excedentes, que sirven para cubrir los costos administrativos y de infraestructura de las universidades.

Este negocio es tan bueno que casi no tiene deserción escolar, a diferencia del pregrado, porque los que estudian allí desean hacerlo y lo ven como una inversión, lo que reduce el riesgo financiero del negocio, al punto que esto potencializa la educación no formal, ejecutiva, de extensión, o diversas formas de llamar a diplomados y cursos que la gente hace para seguir capacitándose, y lograr tener un “cartón” de una mejor universidad donde hizo su pregrado, con la enorme ventaja que ni les hacen evaluaciones.

Lo curioso, es que este mundo de los diplomados es inclusive más certero y cercano a la realidad que las especializaciones, maestrías y doctorados, porque se focaliza en trasmitir técnicas ejecutables y no teoría general, permitiendo que el profesional (que ni siquiera tiene que serlo), adquiera nuevas destrezas efectivas para su negocio o vida profesional en el corto plazo, y pueda colgar en la pared un diploma de una de las mejores universidades del país.

¿Por qué pasa esto? Porque la academia en el mundo entero se desconectó del llamado “mundo real” y continúa afincando sus procesos educativos en la teoría, en las clases tradicionales, en ejercicios teóricos y alejándose cada vez más de la cotidianidad; afortunadamente algunas instituciones ya se dieron cuenta y han logrado salir de esta trampa, pero las reglas del mercado aún los amarran torpemente.

Hoy, una maestría en Colombia, es un postgrado que busca que el estudiante sea maestro y científico de la ciencia estudiada, y por eso se le piden ensayos, investigaciones y un trabajo de grado, con las mismas condiciones de publicación de un artículo indexable en una revista científica. Lo cual es bueno si esa persona va a ser académica o busca su doctorado, pero en el mercado, nadie se fija en la tesis del estudiante ni en su calidad de investigación y redacción de documentos científicos, sino en su capacidad de ejecución, creación, liderazgo y capacidad de cumplir metas, y tristemente esto se aprende hoy más en diplomados que en maestrías.

¿Por qué pasa esto? Porque tenemos una visión idealizada de los postgrados, y en vez de formar a las personas en ser maestros en las capacidades de la ciencia, los formamos para ser maestros en teoría y formación de conocimiento. Este error, nos lleva a perder dos o tres años de capacitación de los mejores profesionales en Colombia, para convertirlos en generadores de teoría y no de soluciones, lo cual nos les aporta competitividad, pero sí un cartón muy prestigioso que les permitirá dictar clase en alguna universidad en el futuro, pero que cuando llegan a las empresas que los financiaron, lo que aprendieron es tan teórico que no logran aplicarlo fácilmente.

Así, los diplomados y programas de extensión, son como los cursos del SENA: cortos, prácticos, contundentes y ejecutables; y las especializaciones y maestrías, se volvieron escuelas teóricas y científicas alejadas de la práctica; claro que hay excepciones, y en los currículos de algunas universidades se advierte que es una maestría teórica o práctica y eso hace que el estudiante tome la mejor decisión posible, pero aún el discurso científico supera al práctico.

Europa solucionó esto hace mucho, con maestrías que se hacen en un año, enfocadas a temas completamente prácticos y sin trabajo de grado, mientras en Estados Unidos se pueden encontrar las dos escuelas; lo que nos lleva a un reto final enorme para las universidades colombianas, porque se puede hacer una maestría en línea en Europa, que confiere el título de maestro y la mayoría de las empresas lo aceptan como tal, pero no el Estado y las universidades, porque muchas de estas escuelas no están reconocidas por el Ministerio de Educación y legalizar el título es un problema.

Esto causa un problema marginal en el mercado de postgrados, porque la gran mayoría de los estudiantes no quieren ser profesores ni investigadores, o licitantes ante el Gobierno, sino ser empleados de grandes empresas, que reconocen más un título de maestría semipresencial en España, que una maestría en Colombia. Lo que se suma a que el profesional, queda con un título extranjero (que es mucho más prestigioso, así no lo sea), y viajan, conocen otro país y gente de diversas regiones del mundo, generando una propuesta de valor muy difícil de igualar con clases magistrales en las universidades tradicionales colombiana.

Esto está haciendo que el negocio de la educación superior cambie mucho en Colombia, y que el mundo de los diplomados no solo sea más rentable sino más efectivo para las empresas, pero como se le pide al profesional que tenga un postgrado formal, este lo busca en el extranjero y en una sola inversión aprende, conoce el mundo, se relaciona y se capacita mejor. Lo que hace pensar que ese famoso negocio de las universidades en Colombia se esté deteriorando, por haber perdido el rumbo y haberse vuelto más teórico que práctico.

Al final, la pregunta de una empresa no es “usted qué estudio”, sino “usted qué sabe hacer”…

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