Me cansé. Las empresas siempre me buscan a mí y a otros miles de millones de compradores, para vendernos cosas; es como si quisieran quitarnos el dinero que hemos logrado con nuestro trabajo, y darnos cosas que no necesitamos.

Todo comenzó cuando me encontré una cosa en mi casa que me hizo preguntarme, “¿y para qué carajos fue que yo compré esto? Después de mucho pensar, simplemente no me pude responder, y me di cuenta que en muchas ocasiones he comprado cosas sin saber por qué lo hago, como ese extraño objeto que tenía en mi mano.

Al ver ese artefacto, que la verdad no tenía sentido en mi vida, seguí pensando y no supe ni por qué lo tenía ni mucho menos por qué me lo habían vendido, porque más allá de que yo haya cometido la estupidez de comprarlo alguien tuvo la osadía de vendérmelo bajo la premisa de ofrecerme algún tipo de satisfacción, y con el objetivo de quitarme parte de mi sueldo. No obstante, estoy seguro que nunca pensó que esa compra me llevaría a tomar tan radical decisión.

No sé por qué compré eso, ni mucho menos por qué me lo vendieron; es posible que me sea útil en algún momento o para algo, porque es obvio que nada sirve para todo, pero todo sirve para algo; así, de alguna manera me autojustificaré usando una cosa que compré por compulsivo y que usaré haciéndome el feliz, para sentirme un poco mejor con mi propia estupidez.

La verdad, es que el hoy el juego se rige por las leyes de oferta y demanda. La ley de oferta es la forma de pensar del empresario, que dice que a un mayor precio él está dispuesto a vender más, porque eso lo motiva ya que recibe más dinero por su trabajo; la ley de demanda, por el contrario, dice que el mercado comprará más si el precio es más bajo, porque el comprador busca el menor precio posible por un producto, logrando así tener acceso a mucha más cosas. Esto lo aprendí mientras estudiaba de joven, y sé que muchos de ustedes también, y se dice que el choque de fuerzas entre la ambición del empresario y la tacañez del comprador causarán un precio de equilibrio, que es justo para ambas partes.

¡Esto está mal! No tiene ningún sentido que la definición del mercado sea el punto de encuentro de dos sentimientos tan deplorables. No puedo quedarme sentado y aceptar que compramos las cosas porque las vemos baratas, por un precio que un ser ambicioso está dispuesto a venderlas.

Por eso les pido que se alcen conmigo, y nos levantemos en pos de la voz correcta, la voz del consumidor; porque la ley que realmente debe importarnos es esa que dice que las personas como consumidores usarán los productos que le satisfagan sus necesidades, y no lo más barato que haya encontrado en el mercado, ni mucho menos, el producto que se vende para satisfacer la ambición de un industrial o de un comerciante.

La voz del consumidor es simple y sencilla: queremos cosas que nos mejoren la calidad de vida, queremos ir a comprar lo que añoramos y deseamos, no queremos que nos vendan pendejadas, ni que nos atraigan a las tiendas con promesas de precios o beneficios inocuos.

Sabemos que hay tres enormes trampas en nuestra esencia que son aprovechadas hace muchos años por empresarios sin escrúpulos y comerciantes avaros, y el saber más de ellas quizá nos ayude a usarlas a nuestro favor y que ellos dejen de usarlas en nuestra contra.

En la vida nos hacemos continuamente tres preguntas, que parecen sin sentido, pero son el fondo de nuestra humanidad misma. La primera es, “¿por qué nos gusta más lo que no tenemos?”, y en su respuesta está la base fundamental de nuestro deseo de compra y necesidad de acumulación; como humanos, hemos vivido momentos de escasez muy complejos en nuestro proceso evolutivo, y por eso, intentamos tener todo lo posible en caso que este fenómeno se vuelva a presentar; como lo hacen las ardillas, las hormigas e incluso los animales que invernan, que saben que deben acumular en la abundancia para los duros momentos que vienen en el futuro; por eso que nos gusta lo que tiene el otro, simplemente porque nosotros no lo tenemos. No es un tema envidia, sino un tema de sobrevivencia, que nos dice muy en lo profundo de nuestro ser, que eso que no tenemos puede ser la solución a nuestras necesidades de hoy o de un oscuro futuro donde no podremos acceder a más cosas.

¿Por qué creemos en las malas noticias?”, simplemente porque así nos protegemos. Como compramos para acumular para el fututo, el creer en las cosas malas que nos dicen nos funciona como una alerta, un mecanismo de prevención, que evita que caigamos en alguna desgracia o hagamos algo malo. Por el contrario, si nos cuentan cosas buenas, no les prestamos atención, porque las cosas buenas son buenas para todos y no debemos prepararnos para ellas. Básicamente somos neofóbicos, porque le tememos a todo lo que es nuevo para nosotros, porque lo que ya conocemos, sabemos que lo podemos controlar y que no nos va comer, y por eso cuando vemos algo nuevo, somos muy prudentes de acercarnos a él y tocar, y mucho más de comprarlo, a menos que nos digan que eso nos va a ayudar a eliminar un riesgo y protegernos. A veces, es increíble cómo nos damos cuenta de la cantidad de ideas que tenemos por dentro y no conocíamos.

Y finalmente, la más impactante de todas, y la que más me ha puesto a pensar en mi propia vida, “¿Por qué ya no somos felices?”, por qué ya no lo somos si obtenemos lo que creemos que necesitamos y estamos pendientes de qué nos puede hacer daño; por qué no somos felices si estamos protegidos y cubiertos por nuestras propias acciones, que buscan solucionar hoy lo que podría pasar mañana. Lo que pasa es que en el mundo en que hoy vivimos confundimos felicidad con diversión, y solo decimos que somos felices si nos estamos divirtiendo, gozando, disfrutando, riendo: la felicidad no es reír todo el día o vivir en un orgasmo eterno, la felicidad no es el placer, ni la abundancia, ni mucho menos un mundo sin riesgos.

Ser feliz va más allá de las sensaciones emocionantes de la vida. Ser feliz tiene que ver con estar satisfechos, con poder solucionar cada una de nuestras necesidades y las de otros; una persona feliz no es la que ríe a carcajadas, sino aquella que está tranquila, porque su vida es plena, con y sin cosas, comprando y sin comprar, con miedos y riesgos, con escases y abundancia. Una vida feliz, es una vida con las dicotomías correctas, y sin posiciones extremas. Es difícil encontrar la respuesta en los extremos de una situación, y por eso una vida de dicotomías nos permite escoger entre un sin número de soluciones a un solo problema, con la maravilla que cualquiera de ellas es la correcta, siempre y cuando nos sintamos tranquilos con la decisión que tomemos. Es como cuando vamos a tomar una decisión y lanzamos una moneda al aire, para ver si cae cara o sello, pero mientras vuela, por dentro nos decimos: que caiga cara por favor.

Por eso escribo esta carta, para que la lean quienes sientan que están cansados de comprar y comprar cosas, sin saber si las van a usar o no, dejándose llevar por impulsos profundos de nuestro proceso evolutivo y de sobrevivencia. Ser feliz no es comprar o tener, sino saber aprovechar cada cosa que tenemos para solucionar mejor nuestros problemas del día a día.

Hagamos que los empresarios y comerciantes recuerden el alma de sus negocios, que es disponer en el mercado soluciones para los consumidores y no productos para venderle a los compradores; porque el objetivo de cualquier empresa o institución en el mundo, es satisfacer necesidades, y si eso se hace bien, las utilidades serán el resultado de una cosa bien hecha.

Por eso cada vez más, el mercadeo remplaza a las ventas en el mundo entero: porque no queremos seguir comprando cosas ni que nos las vendas, sino usando productos que nos satisfagan y que nosotros vayamos a conseguir y buscar, como lo hacíamos en el pasado.

Gracias esto, hoy, este artefacto que tengo en la mano, ya tiene sentido y lo pondré en mi estudio, para que me recuerde como no debo caer en la trampa de comprar por tener, temer para vivir, y buscar solo diversión en vez de ser feliz.

Nota: esta carta es la base de la conferencia que dicté Wobi Bogotá en Junio de 2016.

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