Es una odisea montarse en un taxi en Bogotá, conseguirlo, tomar el riesgo, meterse al trancón y sobrevivir la experiencia.
Llevo usando taxi más de 20 años, y la verdad nunca me ha pasado nada malo. Pero la turba grita desaforadamente que los taxistas son seres perversos que no tienen un buen servicio y que hacen las cosas mal, en particular en Bogotá, donde parece que este tema es mucho más sensible que para cualquier otra ciudad.
No se sabe cuántos taxis hay en Bogotá, pero se habla de un número entre 50.000 y 100.000, de los cuales más de la mitad son personas que tienen su taxi, su brutalmente costoso cupo y hacen su tarea todos los días con un tarifa regulada, en una ciudad caótica y para unos clientes, que a decir verdad, dejan mucho que desear.
Digámonos la verdad: somos pésimos pasajeros. Creemos que el taxista puede llevarnos en 10 minutos de un punto de la ciudad a otro completamente extremo, a medio día y al pagarle, le damos un billete de $50.000.
De los más de 20 años que he usado el servicio he aprendido una serie de normas simples de convivencia con los taxistas, que me han servido y quizá sean el motivo por el que casi siempre me va bien con ellos:
El taxista odia el trancón. Si al montarse a un taxi usted termina en un trancón, debe estar completamente seguro que él no se quería meter en él, porque eso para ellos es perder plata; esto es tan claro que hoy la gran mayoría usa Waze.
El taxista es una persona, salúdelo. En todos los taxis de Bogotá está la tarjeta esa que les dan, donde está el nombre del taxista; cuando se suba, lea el nombre rápido y salúdelo, y eso hace que la gente se comporte mejor con usted; dicen que si uno se vincula emocionalmente con la gente, es menos probable que le hagan daño.
El taxista no es un banco. Si va a tomar un taxi y pagar con un billete de $50.000, por lo menos tenga la decencia de avisarle cuando se monte, o de lo contrario, va a tener un problema al momento de pagar, porque es imposible que un taxista pueda tener vueltas de billetes grandes, porque mucha gente le paga con ellos. Esto puede ser culpa de los cajeros electrónicos, o de quien sea, pero en muchas ciudades del mundo esto está regulado con una denominación de billete máxima como de 20 dólares, que en Bogotá bien podría ser de $20.000.
Usted va tarde, el taxista no. Si se monta a un taxi porque va tarde para alguna cita, recuerde que el taxi es un vehículo de transporte no una máquina del tiempo, y que no vuela. El que va tarde es usted y en la mayoría de los casos por su culpa; por eso, no presione al taxista para que haga un milagro. Si va a tarde a su cita, avísele a quien lo espera, seguro entenderá.
El taxista no se las sabe todas. Nadie se conoce Bogotá completamente, es imposible. Uno conoce las cosas cerca a su casa, colegio, oficina, amigos, bares y centros comerciales, pero eso no da ni el 5% de la ciudad. Un taxista conoce un poco más por todo lo que anda, pero por mucho conoce el 20%, así que ayúdelo a llegar a esos sitios desconocidos o nuevos. Muchas veces me he subido a un taxi y le he dicho “vamos a tal lugar”, y pone cara de perdido, pero contándole donde queda él llega sin lío, y ese día usted le enseñará una cosa como reciprocidad a las muchas veces que los taxistas nos han enseñado nuevas rutas para ir de un lugar a otro.
Sin duda hay taxistas que manejan espantoso, sobre todo si son jóvenes y en taxi pequeños, porque más manejan como motociclistas que como taxistas; pero piense un momento cómo se sentiría usted si manejara 12 horas, aguantándose gente que lo maltrata y que cree que usted es un violador pervertido, ladrón, usurero, descarado y asesino, que es el culpable del trancón, el aguacero, los huecos, los escoltas de los políticos y de que usted vaya tarde.
Manejar taxi es uno de los oficios más complejos de la ciudad, y pese a que usted fue atendido bien, lo llevaron en buen tiempo, le cambiaron la emisora, el carro estaba limpio y le dieron las vueltas amablemente, usted no le da una propina a ese señor, porque es un servicio público, pero no tiene ningún problema en darle el 10% o más del valor de la cuenta de un bar, en el que se divirtió y salió a montarse en un taxi.
Hay muchos taxistas buenos, decentes, dedicados y sin duda unos realmente perversos y enloquecidos, como los que actúan de manera violenta para atacar a Uber, como si fueran un grupo paramilitar; eso es verdad. Pero yo por muchos años he montado en taxi, y nunca me ha pasado nada distinto a estar con un señor que va molesto por alguna razón, o con alguien que maneja como si debiera romper el récord de cometer infracciones de tránsito.
Nunca me han robado o insultado, y a cada rato tomo taxis en la calle, y sé que al carro amarillo lo va manejando un ser humano con alegrías y problemas, cansancio y vitalidad, que hará lo mejor que pueda para llevarme a donde le pido. Quizá los hemos estigmatizado mucho y por eso de entrada los odiamos y los consideramos un mal necesario, porque son un servicio público que deben hacer lo que les pidamos, pero vale la pena pensar que gracias a ese señor llegamos a donde tenemos que llegar, pese al caos de la ciudad, nuestro pésimo manejo del tiempo y la forma en que los tratamos.
Sí, defiendo a los taxistas, y con esto no digo que todos sean buenos, ni que no haya cosas que se deban mejorar, ni mucho menos que no esté de acuerdo con la entrada de Uber al mercado, porque se me hace un servicio espectacular y lo apoyo públicamente; y los defiendo, porque gracias a ellos he cumplido con mi trabajo, con mi familia, como mis amigos, y porque mientras ellos manejan, en muchos casos yo voy trabajando, haciendo llamadas o pensando, en una ciudad caótica que ellos manejan todos los días.