Ayer se acabó la guerra con las autodenominadas FARC, y se logró gracias a que miles de soldados y policías nos defendieron de esa amenaza y que cerca de 15.000 de ellos dieron su vida por nosotros. No podemos decir que esta paz la logró el gobierno de Santos, sino las Fuerzas Armadas que por más de 50 años, pusieron su vida por nosotros, para que tuviéramos la vida que tenemos.
Es fácil decir que la paz se logró en un acuerdo político, pero no debemos olvidar que gracias a nuestras grandes Fuerzas Armadas, esa guerrilla no se tomó el poder y no destruyó más de nuestro país.
Llegó la paz, el fin del conflicto, cerca de 50 años y 250.000 muertos después, y las Fuerzas militares siguen ahí, prestas a obedecer las órdenes que la paz le pedirá para defender las instituciones y el orden democrático, la vida de nuestros hijos y nuestros derechos.
Por eso, más allá de agradecer y reconocer a todos los políticos que lograron la firma de ese acuerdo, desde las conversaciones de los gobiernos de Betancur, Gaviria, Samper, Pastrana, Uribe y Santos, con la única excepción de Turbay, debemos agradecer pública, sonora y humildemente a nuestra Policía, Aviación, Armada y Ejército, que sin importar el color político del país, el momento histórico, las oportunidades que no los dejaron actuar, las órdenes e incluso el ordenamiento jurídico impuesto, defendieron día a día a nuestra nación.
Hoy debemos aplaudir a cada uniformado en esta historia de Colombia, que pueden ser cerca de 2 millones de colombianos, que se vistieron con nuestra bandera, con diferentes colores y armas, para defendernos de un enemigo interno, que fue vencido por ellos y llevado a una mesa de negociación, donde finalmente dejaron las armas y devolvieron el monopolio de fuerza a su dueño constitucional.
Mientras nosotros trabajamos 8 horas al día, y nos quejamos por los trancones de la ciudad, los problemas políticos, las venturas y desventuras de la Selección Colombia, esquivando los huecos de la malla vial y quejándonos porque el sistema de salud no es perfecto, ellos estaban en la selva, en el aire, en el mar, en los desiertos y ríos, defendiéndonos de los ataques de un grupo de personas que querían imponernos sus ideas con el miedo, el temor, la zozobra y la sombra de las armas; y fueron muchas las veces que mientras ellos ponían el pecho por nosotros, nosotros les dimos la espalda.
La Colombia de hoy sería imposible sin el esfuerzo de esos 2 millones de compatriotas y sobre todo por la sangre de esos 15.000 que dejaron su alma, para que sus hijos, mis hijos, tuvieran una vida, una ciudad, un parque donde jugar, una escuela donde estudiar, un hospital donde sanar, un país donde crecer.
La definición de paz nos la enseñaron esas 2 millones de personas, al defendernos cada día y seguir las ordenes que se les daban, sin importar si estaban de acuerdo o no, porque respetan más la Constitución y su uniforme, que sus propios pensamientos y opiniones; son soldados, policías, marinos, pilotos, oficiales, suboficiales, técnicos, profesionales que dan su vida al servicio del país poniendo por encima sus convicciones y juramentos, a sus opiniones.
Estos héroes, son más héroes que todos, y nos faltarán palabras para decirles gracias, porque ahora pasarán de ser los guerreros que nos defendieron de la guerra, a los héroes que mantendrán los acuerdos de paz, incluso defendiendo la vida de sus enemigos históricos, porque comprenden que ese deber es con Colombia, con los colombianos, con sus hijos y con los nuestros.
En nombre mío, de mi esposa, de mis hijos Valentina y Enrique, y de toda mi familia, les digo GRACIAS a cada persona que anónimamente vistió y viste un uniforme de nuestras honorables las Fuerzas Armadas, porque fue por ellos que llegó la paz y nunca nos derrotaron. Gracias desde el fondo de mi corazón.
Nota al pie: Después de publicada la columna, he recibido maravillosos mensajes de diversos miembros de las FFMM, que me emocionaron, de los cuales les comparto dos.
El de una capitana del Ejercito…
El del Comandante del Ejército Nacional…