Es el presidente más impopular de la historia reciente del país, solo 2 de cada 10 personas en Colombia están de acuerdo con su trabajo, y ha llevado al país a debates intensos, creando fuertes divisiones entre los colombianos. De Juan Manuel Santos se pueden decir muchas cosas, pero lo que no se puede negar, es que es un político profundamente liberal.

Hoy se habla de izquierdas y derechas, de liberales y conservadores, de comunistas y fascistas, de terroristas y fundamentalistas con una ligereza tal, que ya nadie sabe realmente qué significan esas palabras, ni mucho menos qué importancia tienen para la sociedad.

Ser liberal es defender la necesidad del cambio, el reconocimiento del diferencia, es mover al mundo hacia algún lado diferente a su estaticidad; grandes liberales han creado la historia de la humanidad, por sus decisiones radicales que rompieron la continuidad de las sociedades, y las llevaron a nuevos rumbos al liberarlas de sus problemas cotidianos, que se habían convertido en rasgos comunes de la gente, pese a ser conceptos equivocados.

El ser humano se transforma continuamente, dejando atrás el desconocimiento y dejándose llevar por la verdad, y en este camino muchas veces se ha encontrado con nuevas verdades que redefinen la moral de los pueblos, la ciencia, las creencias e incluso la vida misma. Hoy sabemos que el mundo no es el centro del universo, que los reyes no son los representantes de Dios en la tierra y que el comercio es una forma justa de relacionamiento entre naciones, gracias a que pensamientos liberales liberaron a las personas de ideas incorrectas para el momento, y que quizá fueron fundamentales tiempo atrás.

Por eso, es grato volver a ver a un liberal, a un demócrata consumado que es capaz de enfrentarse al status quo y redefinir las verdades que fueron necesarias en el pasado y poner las que son necesarias para mañana.

No estoy de acuerdo con todo lo que ha hecho, ni mucho menos con todas sus ideas; estoy lejos de ser Santista, ni mucho menos es Santo de mi devoción, pero como Conservador que soy, le reconozco que es un liberal de pura sangre, de esos que ya no se ven: lucha por la paz, el aborto, la igualdad, los derechos de los homosexuales, la libertad de culto, de prensa, de opinión, el libre comercio, la libertad de mercado, la propiedad privada, los derechos de las víctimas y los deberes del Estado, donde respeta el derecho a la vida por encima de todo.

En algo recuerda a López Pumarejo, en incluso a Rafael Reyes, por la defensa de los derechos de las personas, y el rol del Estado como garante de ellos, y con el deber de cumplir con la Constitución; sin duda ha hecho cosas que a los colombianos no les gustan, como sentarse a hablar con la guerrilla, defender el medio ambiente sobre la fumigación de cultivos, y sobre todo, defender la frágil democracia venezolana, seguramente con la profunda esperanza que esta no caiga en una irremediable dictadura.

Voté por el las dos veces, porque creo que es un buen hombre, un zorro político, con la preparación necesaria para manejar uno de los países más complejos del mundo; sin embargo, reconozco que la dicción y el discurso no son sus fuertes, y que está lejos de los grandes oradores y letrados liberales que lo antecedieron, pero como ejecutivo y relacionista público logra contrarrestar en algo estas debilidades.

Económicamente la historia le dará muy duro, porque la economía creció a menor ritmo, la devaluación del peso, el aumento de la inflación; aumentará los impuestos, la deuda y el gasto público, en contra de todas las recomendaciones de la regla fiscal, las calificadoras de deuda e incluso sus mismos asesores, porque no hay forma de ser liberal sin ser un gobierno de gasto social, y eso requiere recursos, tributos, deuda y decisiones que no serían calificadas de prudentes en el corto plazo. Curiosamente no ha sido subsidiario como se le podría esperar, quizá porque su alma de economista sabe que eso no funciona del todo bien, y que lo que se requiere es liberar a las personas del paternalismo del Estado.

Se la jugó por la paz como todos, pero fue el único que llegó al final; un final inconcluso quizá, porque no están definidas muchas cosas, pero un final soñado para muchos y molesto para otros.

Hoy no sé si me gusta el presidente Santos y lo que hace, pero sí sé que es un liberal a carta cabal, y que por la defensa de esos ideales ha despertado en el país nuevamente las pasiones partidistas, los pensamientos políticos, los debates sobre la forma de hacer las cosas y es posible que esto nos lleve a redefinir las instituciones democráticas que están destruidas, por la mediocridad de los pensamientos políticos lentejos de los últimos años.

No sé si mañana hablemos de liberales y conservadores, de izquierdas o derechas, de Santistas y Uribistas, pero lo que es claro que hablaremos de posiciones políticas ante problemas nacionales, con una mayor profundidad y con argumentos para defender las posiciones, y no convocando a la oposición reflexiva, ni mucho menos a gabinetes a la sombra o la unidad nacional, como mecanismos de repartición del poder burocrático, sino que es posible que estemos en el comienzo del surgimiento de los nuevos pensamientos políticos en el país.

Quizá ha sido corrupto, ha dado “mermelada” a las bancadas, ha traicionado a unos y a otros, ha jugado con las alianzas e incluso no ha sido capaz de ejecutar muchas cosas que eran y son necesarias, pero este presidente le devolvió el alma liberal al país, el debate político, la ideas, las posiciones. Este liberal, cambió el país, y no solo con la firma del paz, sino la defensa de las convicciones que tiene, que redefinen muchas verdades que dábamos por sentado.

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