La política no se trata de vender unicornios azules sino de pensarlos, venderlos y hacerlos. Desafortunadamente los discursos populistas caen en esta trampa continuamente, ya que es más fácil vender sueños y esperanzas que cumplirlos.
Por diversos motivos hemos pasado de tener grandes ideas para el desarrollo de las sociedades, y las hemos llevado a discursos idealistas grandilocuentes, sin capacidad de realización. Siempre existirá la trampa de pasar de ideas a ideales, lo que deja a las soluciones en el marco de los sueños que si se cumplen, pierden su fuerza colectiva, y esto deja sin votos a sus voceros.
La política, y en particular la populista, se ha construido en el marco de hacer promesas, no sobre los problemas colectivos, sino sobre las situaciones que muchas personas desean que se den soluciones desde el Estado evitando afrontar la necesidad del esfuerzo personal para su desarrollo, y esto inevitablemente conlleva a la creación de derechos injustos con la financiación de los derechos adquiridos de otros. Es decir, que la gente quiere una vida más fácil de menos esfuerzo, a costa del esfuerzo de otros, y dejando sin recursos a los problemas colectivos reales que requieren financiamiento como la seguridad, la justicia, la infraestructura, la salud y la educación.
Esto le ha pasado a Venezuela, Argentina y Bogotá en los últimos años, y los tres de una u otra manera y deben comenzar un proceso de transición del discurso de promesas, a las ejecuciones efectivas que reconstruyan la confianza en la política y el amor propio de las personas.
Me refiero a que el populismo nos ha arrancado dos fuerzas fundamentales: la capacidad de creer en líderes políticos que prometan y cumplan, y la fuerza de comprender que muchos de nuestros problemas los debemos afrontar solos para progresar y no esperar que el Estado nos lo solucione. Este desequilibrio ha generado una enorme anemia en las bases electorales, que buscan un constructor de unicornios, que les solucione sus cotidianidades, y esto realmente no es lo que se necesita sino lo que se desea, porque es más fácil identificarse con conceptos colectivos de bienestar, que comprometerse con procesos colectivos que lo produzcan.
Estas tres sociedades requieren dar un paso emocional muy importante: comprender que los sueños son inútiles si son irrealizables y que la sociedad necesita soluciones, ejecuciones y resultados, porque de nubes de ideas los pobres solo comen un tiempo. Es fundamental que el líder inspirador comprenda que debe ser ejecutivo, y el gran ejecutor debe comprender que debe ser inspirador. La política latinoamericana requiere urgentemente que comprendamos que el debate no es de izquierdas y derechas, sino entre hacer las cosas correctas o no hacerlas, y para esto debemos vender unicornios azules realizables, que sirvan para solucionar problemas y no para adornar cómodas ideologías.
Así, El populismo latinoamericano ha llevado a la gente a pedir promesas en vez de exigir soluciones, porque es más fácil soñar que trabajar.