Ayer le dije a mi hija que Messi había renunciado, y ella me miró sorprendida y se quedó callada; al rato me buscó y me dio una carta para él, donde le decía que no renunciará, que ella lo admiraba, que era su ídolo, y que los ídolos no pueden renunciar.
Yo quedé en silencio. El ídolo se había rendido y ella no lo entendía, no comprendía que él es humano, que tiene sentimientos, frustraciones, presiones, señalamientos y que el mundo entero solo esperaba la perfección de su parte, y que le diera al mundo miles de alegrías y genialidades, pero él estaba agotado, vencido, aplastado por la presión y las duras pruebas que nos da la vida.
Él no escogió el futbol para ser el mejor el mundo, él simplemente juega lo que gusta, lo que su corazón le dice. Se ha entrenado para mejorar cada día, para prepararse a competir, a disfrutar, a sonreír, no para ser la imagen de las marcas de un país o de un equipo; él es un jugador, que ha cumplido su sueño de jugar futbol, con unos costos impresionantes.
Me senté con mi hija y le dije: Vale, él sí se puede rendir, él puede dejar de jugar con la selección de su país, y no por eso traicionar a nadie; él no es superman ni el hombre araña, porque esos superhéroes que ves en la televisión, son inventados y por eso son invencibles. Él no lo es, es frágil, es humano, tiene sentimientos, y al ver que por más que te esfuerzas y das todo de ti, sin lograr lo que quieres, es un momento muy difícil, mucho más cuando todos te señalan y critican por no ser perfecto, ideal, invencible.
Al oírme, no sé si le hablaba a mi hija de Messi o de mí mismo; no sé si le hablaba a mi hija del fútbol o de la vida misma; mas creo que la renuncia de este jugador de fútbol, es quizá una de las lecciones de vida más hermosas que un ídolo nos ha dado, porque nos mostró que se puede fallar, pese a ser el mejor, y que hay momentos en la vida, en que debemos comprender que está bien dejar ir las cosas que no dependen solo de nosotros, sino de un grupo de personas que nos rodean y que lo que los demás piensen o digan de tu vida es irrelevante, porque no estamos en el mundo para darle placer y alegría a los demás, sino para cumplir nuestros sueños, pero si estos dependen de otros, debemos saber cuándo dejarlos ir.
Más hermoso aún, darnos cuenta, que el mundo entero lo ha rodeado, sus amigos no solo lo apoyaron en su decisión, sino que siguieron su mismo camino, e inclusive sus más acérrimos críticos, le han pedido que no se vaya, porque es fundamental, que sin él, la albiceleste no será lo mismo, porque al final, las cosas son del color de las personas que las componen, y desde el domingo el sol de la bandera argentina de fútbol es diferente.
Él ha oído esto, ha leído las cartas de los niños, los videos que se han grabado, las imágenes en el mundo entero, que le dicen al ídolo que no se vaya, que no se rinda, que no es un tema de fútbol, sino de un principio fundamental: no podemos dejar los sueños atrás, y así dependan no solo de nuestra tenacidad, debemos encontrar la forma de lograrlos.
Ser ídolo es pesado, cansado, agotador; ser esa imagen que todos critican cuando las cosas no salen según lo esperado, y que nadie reconoce cuando salen bien. Esta renuncia es un mensaje a todas las personas del mundo, recordándonos que debemos dar todo de nosotros por cumplir nuestros sueños, pero sobre todo, que debemos dejar de criticar a los demás por sus fallos, porque no los tienen porque quieran, sino porque son humanos y no máquinas, porque se cansan, porque la presión los aplasta, porque los sentimientos los abruman. Los futbolistas no son dioses infalibles, tampoco los amigos, los jefes, los padres de familia.
Aprendamos de este momento, que nos dice que la búsqueda de la perfección no significa ganar siempre, sino mejorar cada día gracias a nuestros errores.