El Banco sigue subiendo las tasas, con la idea de desmotivar el consumo interno y frenar la economía para frenar la inflación, logrando así cumplir su mandato misional, pero poniendo a muchos sectores de la economía en un riesgo enorme.
En este momento, la inflación es generada por alimentos, los servicios públicos y el arriendo, los cuales no tienen nada que ver con la compra a crédito, y subir las tasas lo que hace es desmotivar las compras de carros, electrodomésticos, viajes y otras cosas, que han subido de precio por la devaluación, dejando ver que no es claro para que el Banco sube la tasas.
En momentos como este, es claro que la inflación tiene afectado el gasto de hogares, pero más lo tiene la incertidumbre que reina en el entorno: reforma tributaria, proceso de paz e incluso las subidas de tasas del Banco de la República, porque la gente espera a ver qué va a hacer la institución a fin de mes, para tomar decisiones de gasto.
Lo curioso es que la Junta del República se reúne a fin de mes, sin saber cuánto será la inflación, que se publica el día 5 del mes siguiente, y debe destinar muchos de sus recursos a predecir cuánto será esa inflación, en vez de cambiar la fecha de la reunión a una semana después y tomar decisiones con mejor información. No es claro por qué no lo hacen, seguramente será por una tradición que no puede ser cambiada a la luz de la costumbre, pero que debería hace mucho tiempo a la luz del sentido común.
A esto se suma, que el Banco no solo causa miedo e incertidumbre en los hogares, sino que sus comunicaciones son tan técnicas, que las mamás del país no les entienden, y solo se quedan con el mensaje que el crédito es más caro; por esto, la Junta del Banco requiere de manera urgente pensar un poco más cómo funciona el mercado interno, más allá de las tasas de interés, de los precios y los potenciales sustitutos, porque los compradores y consumidores funcionan más por las preferencias emocionales que por las decisiones racionales.
Comprendo que la primera línea de interesados en las decisiones del Banco y sus comunicados son las instituciones financieras, donde el tema de las tasas de interés es fundamental, pero eso no es el fundamento de la demanda crediticia ni de los riesgos de crecimientos de cartera; ya van dos premios nobel de economía que han demostrado ampliamente el rol del consumo y mercadeo en la toma de decisiones de todos los agentes económicos (Daniel Kahneman (2002) y Angus Deaton (2015)), pero seguimos anclados a una escuela monetarista, que le está costando billones al sector privado y calidad de vida a los colombianos.
El país clama por que le den un mensaje de calma en la tormenta, y si bien las decisiones del Banco son técnicas (ampliamente fundamentadas en la famosa Ley de Taylor), el rol de la Junta es ir más allá de las ecuaciones y comprender lo que los modelos no explican, como las preferencias y las emotividades del mercado, y no seguir asustando a los hogares.
Mientras el sector privado, los productores y comercializadores, hacen todo lo posible por aumentar sus ventas, crear más empleo y ser rentables, el Banco continúa mirando la situación como un problema monetario, cuando las causas no lo son. No estamos en 2008-2009, donde las tasas estaban lejos de la inflación y el temor de una crisis mundial deprimió la demanda; estamos en un momento, donde si la demanda interna no reacciona y es deprimida por políticas monetarias contractivas, el PIB crecerá poco, afectando a muchos sectores y creando desempleo.
El Banco de la República debe aprender de mercadeo; y debe hacerlo en dos frentes: saber cuándo y cómo decir las cosas, reduciendo la incertidumbre y trayendo la calma al mercado, y debe comenzar a estudiar la demanda interna más allá de los modelos de demanda monetarios, donde asumen que el comprador toma decisiones racionales y que tiene sustitutos perfectos, cuando ya se sabe que esto no es cierto.
Es momento que el Banco dé un paso más para cumplir su función misional: no es solo mantener la capacidad de compra de los hogares, sino su disposición mental y emocional a hacerlo, o de lo contrario, no se logra nada.