En 1991 el país no cambió, pero 25 años después las cifras son impresionantes. La Constitución de 1991, vista a los ojos de hoy tiene muchos problemas y falencias, y muchos que saben (y otros que no) le quieren meter mano para modificarla, pero es innegable que en un cuarto de siglo este país se transformó profundamente, dejando ver que esa decisión que tomaron nuestros padres, de aceptar una nueva constitución, ayudó mucho a cumplir su promesa de dejarnos un mejor país, a nosotros, sus hijos.
El país hoy tiene una cobertura en salud y educación impresionante; la pobreza se redujo, la inflación se controló, la diversidad política es enorme, el reconocimiento a las minorías es mucho mayor que hace años y existe un respeto más profundo por los derechos humanos y por el medio ambiente.
Gracias a lo que paso hace 25 años, he trabajado y tenido socios negros, blancos, judíos, musulmanes, homosexuales, mujeres, jóvenes y viejos, con la tranquilidad de verlos como profesionales y no como minorías ni mucho menos como el sexo débil. Esto es solo un ejemplo de una generación que está mucho más abierta a comprender la diversidad y vivir con ella sin mayor problema, cosa que no hubiese sido posible en el marco de la Constitución de 1886.
Sin duda, la Colombia de 2016 es mucho mejor que la de 1991. Mas no faltarán los que comiencen a señalar los problemas del país, lo que falta avanzar en pobreza, desigualdad, violencia, reconocimiento de derechos y otros problemas que tenemos, porque es más fácil hablar de lo que falta hacer, que de lo que ya se hizo, de lo que se ha avanzado y de lo que se ha construido.
Por alguno motivo, los colombianos somos críticos excesivos de nuestra realidad y tenemos esa desagradable costumbre de criticar todo y buscarle un “pero” a toda situación, como si los logros debiesen ser perfectos para ser exitosos. Si se firma la paz, algunos dirán que no se dio como debía ser; si la Selección Colombia juega y gana, no jugó como nos gusta; si el gobierno inaugura una carretera, debió haber hecho otra. Esta criticadera nos debe poner a pensar en el cambio que debemos tener para mejorar como nación, como país, como sociedad, como ciudadanos.
El país va por un buen rumbo de crecimiento y desarrollo económico, y con la firma de la paz, muchas cosas cambiarán, y nos daremos cuenta que una buena parte del problema, no es el gobierno ni la guerrilla, sino nuestro comportamiento cotidiano.
Por esto hago un llamado público a comenzar a cambiar. Nuestros padres nos dijeron que nuestra misión era dejar un mejor país para nuestros hijos, pero debemos aumentar esa meta, y dejar mejores hijos para nuestro país.
¿De qué nos sirve un país sin pobreza ni violencia, si seguimos desconfiando de la persona de al lado? De nada. Debemos recomponer nuestro tejido social, buscar la forma de recuperar la confianza en el otro, y eso solo comienza, al recuperar la confianza en nosotros mismos.
El país va a entrar en una senda diferente, donde no son las carreteras las que nos darán el desarrollo, será la forma de actuar de los colombianos, que debemos de salir del temor de la violencia, y las costumbres del dinero fácil, para consolidar una sociedad sin excusas ni desconfianza.
Hay tres situaciones a las que nos hemos acostumbrado que nos hacen mucho daño. La primera es a no creer en las buenas noticias, porque consideramos que alguien nos está mintiendo, quizá porque lo han hecho y nos han manipulado de maneras innombrables, pero si continuamos pensando que toda buena noticia es una mentira, nunca podremos ver las cosas buenas que nos pasan a nosotros mismos.
La segunda es la desconfianza, porque la hemos fundamentado como parte de nuestra cotidianidad, como un mecanismo de seguridad para nuestras vidas, no solo porque nos engañado, sino robado, secuestrado, defraudado y negado miles de cosas que no debían ser, y terminamos pensando como ladrones, secuestradores, estafadores y asesinos, porque cada acto que hacemos buscamos la forma de validar cómo alguien nos podría hacer daño al hacerlo, dejando que la frase “el ladrón juzga por su condición”, sea el filtro de nuestro actuar, llevándonos incluso, a cometer pequeños crímenes, porque aprendimos a ver la oportunidad del delito, al buscar cómo evitarlo.
La tercera es la capacidad continua de encontrar excusas para fundamentar nuestro actuar, que sin duda se fundamenta en la manipulación y desconfianza que he mencionado, pero la hemos transformado en un argumento continuo de nuestra cotidianidad. Hemos construido discursos en nuestra cabeza que nos dicen que mejor no paguemos impuestos porque se los van a robar, que el Estado debe pagar por todo, que se pueden incumplir las normas de tránsito si no hay policía y si algún oficial nos atrapa cometiendo una infracción, lo regañamos por no estar capturando verdaderos delincuentes o buscamos la forma de sobornarlo.
La Constitución del 91 es letra muerta si no somos ciudadanos, y esa es la gran deuda que tenemos con ella. Ella nos ha dado una mejor economía, un mejor Estado, más derechos, más servicios sociales, y nosotros nos hemos acostumbrado a que esa carta es la garante de nuestros derechos, y nos hemos olvidado de nuestros deberes. Debemos cumplir la ley, así no estemos de acuerdo con ella, porque las leyes existen por algún motivo colectivo y no particular, pero pedimos que las normas nos sirvan cuando están a nuestro favor y las negamos cuando están en nuestra contra.
Por eso, en los próximos años, debemos mejorar de manera profunda nuestro rol como ciudadanos, dejando de pensar que “el vivo vive del bobo”, “que eso se debería poder hacer”, “son solo 5 minutos mientras espero a alguien”, porque seguir buscando el camino más corto para hacer las cosas y encontrar siempre una excusa para nuestros actos es negar nuestro rol como ciudadanos de un país, que lo ha dado todo por nosotros, y que nosotros solo lo damos por sentado, porque creemos que como en la Constitución dice que tenemos derecho a muchas cosas, deberíamos tener derecho a no tener deberes.
Dejemos la criticadera y comencemos a cumplir con nuestros deberes, y a darnos cuenta que muchos de los derechos que hoy tenemos son privilegios que nos costó mucho lograr. Por eso les pido que sigamos dejando un mejor país para nuestros hijos, pero sobre todo mejores hijos para nuestro país.