Hay dos enormes confusiones: ni a las FARC debemos perdonarlas, ni el tema de las FARC es el narcotráfico. Una cosa es firmar un acuerdo para el fin del conflicto y otra cosa muy distinta es que los colombianos debamos dejar atrás nuestra historia y mucho menos desconocer que el tema de las drogas va mucho más allá de la guerrilla.
Poner fin al conflicto no significa que los colombianos vayamos a olvidar y perdonar lo que ha pasado. Por muchas razones, consideramos que el perdón es una condición implícita en el acuerdo de paz, y esto es una mentira gigantesca, porque las personas no perdonan, lo que hacen es que siguen adelante y dejan atrás el dolor y la miseria causada por un acto de violencia de la guerra. Lo que sí debemos asegurar –y es casi imposible– es que no haya venganza, que es el descontrol del rencor causado por la sensación de impunidad ante el crimen, y donde las personas se toman la justicia por cuenta propia.
Este es el enorme riesgo de todo proceso de paz: que las víctimas o personas cercanas, se las cobren personalmente a los victimarios. Algunos han dicho que eso pasó con la UP y que podría volver a pasar, porque la gente tiene un rencor tan grande, que si ven en la calle a su victimario, es posible que reaccionen violentamente contra él.
El perdón es un acto muy complejo en el ser humano, y por más que la justicia castigue a un criminal, esto no asegura que la víctima o sus familiares perdonen; por el contrario, se ha demostrado continuamente que no pasa. ¿Por qué? Porque nada repara realmente un crimen, y mucho menos si se habla de homicidio, ya que no existe forma real de reparación: simplemente los muertos, muertos quedan, y nadie perdona a la persona que mató a su ser amado, mas sí aprende a vivir sin el rencor y sin pensar en la venganza, porque comprende que eso no le devolverá a su ser querido y lo pone al mismo nivel que el criminal. Eso es lo único que contiene la violencia de las víctimas del postconflicto.
Los colombianos no perdonamos a las FARC por lo que ha hecho, por el contrario, tenemos presente lo que pasó, como un recuerdo imborrable en nuestra conciencia del valor de la guerra, del dolor de la muerte, de vivir con temor, que evitará que esto vuelva a pasar, y es eso lo que permitirá que sigamos adelante.
Otra gran mentira, que incluso se ve en columnas de renombrados personajes, es la confusión que se quiere crear con que las FARC no se acaban hasta que no se acabe el negocio de las drogas. Esto es falso: una cosa son las guerrillas y otra cosa son las drogas ilícitas.
Las guerrillas comienzan cerca de los sesentas y, la siembra y tráfico de marihuana a finales de los setenta. Si bien es cierto que la guerrilla se financia con esto, no es cierto que la guerrilla sea narcotráfico. Una cosa es ser una organización subversiva, insurgente, alzada en armas contra el estado, con un discurso político, y otra cosa sembrar, producir y transportar drogas. Este el juego central del debate en La Habana: el tema es acabar el conflicto con la guerrilla, con el discurso, con la insurgencia, con el riesgo político-militar de la toma el poder, y la violencia que esto genera; básicamente, es más importante desmovilizar el nombre o la marca “FARC”, y todos los contenidos e imaginarios que esto significa en el país y para el mundo, que la misma desmovilización de sus tropas.
El acuerdo en La Habana logrará acabar el mito guerrillero del pueblo alzado en armas, no la violencia causada por el poder del narcotráfico, que seguirá mientras en Colombia se siembren drogas, en Estados Unidos haya consumidores y el tema sea ilegal. No son las guerrillas las que tienen el negocio del narcotráfico, ellas se lucran de eso porque existe, y si la guerrilla se sale del negocio, llegará otro a tomarlo, como bien lo dijo Carlos Castaño en una entrevista a RCN hace muchos años: “nosotros no estábamos en ese negocio, pero al ir ganando territorio, nos lo encontramos y nos quedamos con eso”. Siempre habrá alguien que se lucre de los mercados negros, ilegales, ilícitos, pero lo que se debe acabar es que eso sirva para financiar una lucha contra el estado, el país y su gente.
La guerrilla es el mal más grande que ha tenido la historia de Colombia, porque es una mentira gigantesca, donde un grupo de personas creen que porque sus ideologías son diferentes a las de la mayoría de población, pueden imponer sus convicciones con las armas, y llegar al poder para gobernar como ellos consideran que se debe hacer. El gran problema es que las FARC no son el ejército del pueblo, sino que ha usado a gente del pueblo como su ejército para defender ideologías, hacer que se pierdan recursos y que nos matemos salvajemente por dos pensamientos políticos encontrados. Seguramente en el pasado nos equivocamos como nación enormemente y cerramos los espacios de participación política, olvidando la inversión social en el campo, o como ayer, 20 de julio, los chocoanos reclamaban ferozmente y sin violencia que el país los tiene abandonados, pero nada de eso hace que una persona se arme contra el estado, ataque poblaciones, robe en los bancos los ahorros de la gente, ponga bombas para sembrar terror y se financie con narcotráfico para mantener ese deseo de tomar el poder por las armas.
Se firmará el acuerdo en La Habana, las FARC se reinsertarán a la vida civil, comenzará una nueva etapa en nuestra democracia, pero no olvidaremos lo que pasó, ni los perdonaremos por eso, aunque lograremos vivir con ellos en nuestra vida, como actores políticos y no como actores armados, mientras que nuestra corrupción y el narcotráfico continúan, con o sin guerrillas.