Los grupos de Whatsapp me tienen loco, porque la gente crea grupos para conversar colectivamente sobre todo tipos de temas, y cuando vas a ver tu celular, has “estado” presente en más de 10 conversaciones, que llevan un buen tiempo, y que debes leerlas, o de lo contrario, los demás asumirán que lo hiciste y que estás enterado de lo que se dijo, lo cual es irrelevante si es un grupo de amigos que están tomando del pelo, pero es fundamental si es un grupo de trabajo o de los papás de los hijos del colegio.
Las redes sociales han cambiado muchas de las interacciones de las personas. En Facebook la gente publica sus cotidianidades, noticias, viajes, logros y se ha convertido en el mejor mecanismo de acordarse de los cumpleaños de la gente, lo que hace que nuestra memoria continúe delegando funciones, como lo hicimos con los números de teléfono en el celular o la agenda de papel.
Facebook es la red social más importante del mundo, porque la gente se puede conectar uno a uno, por medio de grupos y estar pendiente de lo que pasa y es un buen mecanismo para decirle a sus “amigos” qué le está pasando o contar algún que otro chisme. Otros sistemas como Twitter, Snapchat, Instagram y Pinterest son un poco más ambiguos, porque no necesariamente funcionan como mecanismo de interacción social, pero sí como redes de información colectiva impresionantes.
El Whatsapp es diferente. Es un mecanismo de comunicación escrita, oral y visual entre personas, que comenzó como la variación de una sala de chat, a un sistema de comunicación de textos uno a uno, que evolucionó hasta tener mecanismo de control de lectura, grabaciones, movimiento de fotos y videos, e incluso sirve para hacer llamadas, redefiniendo completamente su precepto de ser un chat, llegando al punto de los grupos.
Estos ambientes son muy complicados, porque “alguien” crea el grupo, causando dos problemas iniciales: la incomodidad de estar allí y no poder salirte por “el qué dirán”, y la molestia por no haber sido incluido en él. Estando en el grupo, rápidamente se puede comprender que la gente escribe mientras otros escriben y las continuidades de las conversaciones quedan en una aleatoriedad tal, que al final nadie sabe a quién le respondió, ni mucho menos el sentido mismo de la conversación. A lo que se suma, que en algunos casos, las conversaciones pueden ser muy largas y con muchas personas involucradas, e incluso con discusiones realmente complejas entre algunas personas, que causan que la gente quede paralizada en el proceso.
Esto ha permitido que las familias se puedan comunicar colectivamente, generando un efecto curioso: en Facebook le escribimos a quien esté cumpliendo años, y sentimos que ya lo felicitamos, y que la gente se dio cuenta de eso, y en Whatsapp pasa lo mismo, con la total certeza que toda la familia se enteró que felicitaste al homenajeado, pero al final, casi nadie lo llama y tiene una grata conversación con él. Se cumple con el deber social, cambiando completamente el relacionamiento entre las personas.
Si a esto se le suma que cada mensaje que entra, tiene una señal sonora o visual, los celulares parecen hoy maquinitas intermitentes, que reciben muchos mensajes continuamente, causando la imperiosa necesidad en las personas de ver qué se ha escrito, quién lo ha escrito, quién respondió algo y qué deberes nos generan esas conversaciones; lo que hace que estemos aún más pendientes del celular, y que nuestra omnipresencia sea enorme, porque podemos estar en una reunión familiar, en un comité de gerencia, en una reunión de amigos, en una asamblea de padres, en un comité del edificio y con los exalumnos del colegio al mismo tiempo, mientras estamos con nuestros hijos jugando, generando un problema enorme de manejo de tiempo, prioridades y necesidades de información.
Algunos saben quitarle las alertas a estos grupos y nos liberan de los constantes sonidos o vibraciones, pero otros no lo hacen porque no saben o no quieren hacerlo, y su celular parece un adminiculo histérico que pita y vibra continuamente, como un perro pequeño de esos que no hacen sino ladra chillonamente.
Así, el Whatsapp ha servido para muchas cosas, pero también está transformando profundamente otras, como nuestra relación de familia, el tiempo de descanso, la pila del celular y las evidencias de la cotidianidad, porque el enorme diferencial de este sistema, es que todo queda escrito y se puede volver a leer, grabar pantallazos, mostrarle al otro que él “sí había dicho eso”, con la tozudez de una prueba legal.
Antes las palabras se las llevaba el viento, ahora quedan grabadas y son reproducibles, más aún si usted mandó un audio o video en la conversación, y por más que usted diga que “no quería decir eso, que lo interpretaron mal”, todos pueden leer y releer lo que usted escribió, dijo o mandó; con el enorme problema, que a diferencia del Facebook, Twitter, Word, Excel y Power Point, usted no puede poner Ctrl+Z y deshacer; a veces, escribimos tan rápido en los chat, que oprimimos “enviar” sin leer calmadamente lo que escribimos, mandando a veces duras frases, errores ortográficos, o somos víctimas del autocorrector y decimos cosas completamente incoherentes, quedando como unos pendejos o diciendo cosas que no necesariamente se debían decir.
Esto está cambiando el juego, las relaciones, las conversaciones e incluso nos llena de ansiedad, por estar pendientes de múltiples conversaciones al mismo tiempo, o solo de la respuesta de una, que esperamos impacientemente. Ahora recuerdo con nostalgia cuando para hablar con la familia, había que esperar al sábado para el almuerzo donde mi mamá.