El problema no es que el gobierno no cumple lo que promete, sino que promete pendejadas que no se pueden cumplir. Hoy vivimos paros por los chocoanos, los U’wa y los camioneros, que a simple vista son injustos con los colombianos y que con medidas de unos pocos afectan a la totalidad del país de manera importante.
Esto deja ver que el poder de las minorías en el país es enorme y que los hechos de facto son un mecanismo funcional para arrodillar a un gobierno democrático, que ante los reflectores de los medios, la presión de las consecuencias de los paros en electorado y el impacto en la imagen y popularidad del gobierno, hace que el mecanismo de presión funcione, simplemente aplazando los problemas, por no asumirlos realmente.
El mayor temor de un gobernante es que la gente deje de creer en él, porque pierde gobernabilidad y el ejercicio de sus funciones se va complicando. Si un paro como el de camioneros, aumenta aún más la inflación en Colombia, causa que todos los colombiano se vean afectados por los “injustos” reclamos de unos cuantos transportadores, que con actos violentos evitan que la comida llegue a los mercados, aumentando los precios y causando pérdidas por billones de pesos, generando que sea noticia en todos los medios de comunicación, que muestran la impotencia del gobierno de manejar el tema.
La pregunta de fondo es más compleja: ¿por qué los camioneros pierden dinero al hacer el paro y pese a eso lo hacen?, y comprender eso es la clave de todo. Hoy el sector de los transportadores está pasando de un esquema de informalidad tradicional a un esquema moderno regulado, y toda transición causa crisis y afecta profundamente a quienes por años han tenido el control del mercado. Un camionero de Boyacá, que tiene 60 años y su camión 40 años de trabajo, no comprende por qué le piden que chatarrice su vehículo y que deba comprar uno nuevo, porque por años esa ha sido su fuente de ingreso y nunca pensó en actualizar su camión, porque nunca lo sintió necesario y al no ahorrar para hacer el cambio, tuvo más dinero para gastar, e incluso pudo cobrarle más barato a sus clientes. Al entrar más camiones al mercado, porque muchas personas vieron que era una buena inversión, sobre todo con los carro-tanques, la oferta creció mucho y ante un freno de la economía como el que vivimos donde se importa y exporta menos, la demanda se redujo y se están quedando sin trabajo, viendo cómo algunos están dispuestos a cobrar menos por cada flete, afectando claramente el negocio.
Ante esto, los camioneros por años han defendido la tabla de fletes, que es una aberración económica, porque lo que hace es regular un mercado, que causa mayores costos para los productores y por ende precios más altos para los productos, reduciendo la competitividad y aumentando los precios en el mercado. A esto se suma, que los camiones viejos son más inseguros y contaminantes, y es mejor tener un parque automotor más joven, para asegurar inclusive costos más bajos, pero los pequeños camioneros no tienen el dinero para comprar nuevas máquinas y tampoco están dispuestos a hacerlo por muchas razones, válidas para ellos. La defensa de la tabla de fletes se fundamenta no solo en el exceso de oferta, sino en los costos del transporte en Colombia, como malas carreteras, peajes, gasolina, seguros y demás, que son problemas muy grandes que el país no ha sabido solucionar. La verdad es un lío muy complejo, que desde el computador de un economista tiene una lógica simple, pero desde la realidad política, no es tan fácil de desenredar.
En campaña, los políticos les ofrecen a estos sectores el cielo y la tierra, y cuando llegan al poder, se dan cuenta que no pueden cumplir con lo prometido y comienza el gran lío. En campaña, se reunían con el presidente, y en el momento de solucionar los temas los reciben grandes ténicos, que no saben manejar el tema político y que les dicen que simplemente las promesas no se pueden cumplir, y que por el contrario, les proponen el escenario que ellos más temen. Eso lleva a los camioneros a paro, y cuando los medios muestran el problema, se dan cuenta que la presión funciona, y se firman acuerdos que hacen que las cosas queden en papel y se puedan exigir. Desafortunadamente no se cumplen, y vuelve el paro, aún más agresivo.
Con el Chocó, el tema no es diferente, pero los medios, los analistas y la misma clase política, tienen un argumento más fuerte: la clase política del Choco se ha robado el departamento y los tiene atrasados. Lo cual es verdad en ciertos casos, pero no es el tema de fondo, y eso hay que aceptarlo.
El Chocó es un departamento con muchos problemas históricos, culturales, ambientales y económicos, que no permiten que las cosas fluyan fácilmente. El vivir en la selva con más lluvias del mundo, hace que sean la reserva de agua más poderosa del planeta, lo que le interesa a muchas personas. Esta situación se ve limitada por estar en un espacio ambientalmente protegido, que no ha permitido la construcción de la vía panamericana, que conecte a Suramérica con Centroamérica, causando un enorme desarrollo en la zona. Hoy, Panamá vive de esa capacidad de lluvia de la zona, porque es lo que permite que el Canal exista y funcione, y nosotros no hemos podido aprovechar el poder de la lluvia de esta región, porque el tema ambiental, las minorías y los grupos armados ilegales evitan que las cosas pasen.
El gran problema del Choco es su riqueza, que al sumarse al abandono de la clase política nacional, causó que muchos negocios ilegales se desarrollarán y que dominaran su territorio: drogas, madera, minería, contrabando y otros delitos viven en su selva, y estos grupos no permiten que las cosas puedan mejorar. La hermosa bahía donde queda Nuquí, no pude desarrollarse, porque es la “sala cuna” de las ballenas del mundo, y está protegida y vigilada por todos, causando que el desarrollo sea mucho más costoso, limitando que ocurra, y dejando a sus pobladores con un tesoro turístico maravilloso, manejado como un proceso manual y sin valor.
Para sacar al Chocó del hueco hay que tomar decisiones duras e incomodas. Se requiere un equipo gubernamental de choque, que llegue a administrar y ejecutar las obras, sin pensar en los temas políticos y las posiciones de las minorías, que al defender sus derechos, afectan los derechos y beneficios de todos. En muchos casos, se deberán hacer decretos especiales de emergencia, que afecten el medio ambiente, que cambie las condiciones de producción del departamento y que permitan que sea productivo y competitivo; pero eso no es fácil, porque su comunidad –y con toda razón– lo que quieren es que les dejen “hacer las cosas a la chocoana”, y eso significa pasar recursos al departamento, para que ellos los ejecuten sobre un plan definido y logren su desarrollo. Así, chocan nuevamente muchas cosas: la descentralización, con la falta de recursos del departamento, que lo que genera es que el Chocó le pida a la Nación plata para hacer cosas, porque no tiene recursos para hacerlo, y la Nación al hacer eso debe sacrificar otros programas de desarrollo en otras regiones, que sí son productivas y generan ingresos al tesoro nacional, con la enorme dificultad, que no será el gobierno quien ejecute, sino los mismo chocoanos, que por muchas razones, nunca han podido ejecutar bien sus presupuestos, como el acueducto de Quibdó. El lío es muy complejo: el gobierno debe subsidiar y dejar que hagan las cosas como ellos creen que se deben hacer, y quitarle recursos a otros que lo hacen bien y generan más recursos.
A esto se debe sumar el tema de la afrocolombianidad, en un país que es racista y que por razones de torpes imaginarios, no tiene aún la capacidad de comprender que los negros* tienen los mismos derechos y deberes que todos; incluyendo que algunos negros piensan que tienen más derechos, por al abandono al que han sido sometidos en la historia nacional.
Finalmente, los U’was. Un pueblo indígena, que pide que sus tierras ancestrales estén bajo su control, y por motivos no culturales, el gas que cubre la demanda de los Santanderes, queda bajo sus tierras. En 1999, el mismo gobierno reconoció que esas tierras serían parte de su resguardo, y que les darían esos títulos, cosa que no ha pasado aún, y cuando ellos exigen sus tierras, nadie los escucha, y han comprendido que las medidas de hecho, como la toma no violenta de planta, hace que el tema sea noticia y cause inflación, presionando al gobierno a tomar acciones.
Los tres temas son muy complejos y caen en la trampa de las particularidades. El lío de los grandes números, es que esconde a las personas y los problemas particulares puntuales, como el del camionero viejo, el negro que nunca ha tenido las oportunidades de los blancos y el del indígena que quiere vivir en la tierra de sus ancestros, y que les piden al gobierno nacional que los trate especialmente, como si fueran ciudadanos especiales, porque sus condiciones están mal, exigiendo derechos y condiciones particulares, que el gobierno no puede cumplir por el mismo marco constitucional, que al mismo tiempo dice que todos somos iguales pero también somos diferentes.
Después de años de errores, promesas y desatenciones, muchos problemas que antes teníamos comienzan a aflorar, y el gobierno no tiene la capacidad de darle gusto a todos, porque si ayuda a unos, lo harán no ayudando a otros. Eso se convierte en un debate muy complejo entre deberes y privilegios, completamente enturbiado por el modelo electoral, que hace que se prometa de todo y al final no se pueda hacer nada, y más aún con un gobierno que negocia de todo con una guerrilla, que ha afectado históricamente al país, y que hace que la gente comience a pedir el mismo trato especial que ellos.
¿Qué hacer? Educar a la gente en lo que se puede y no se puede hacer, revisar qué normas debemos cambiar para solucionar los desequilibrios del desarrollo, el medio ambiente y las culturas, y demostrarle al colombiano que debe ser legal, y no seguir viviendo de la informalidad, y esperar que el gobierno les arregle todo. Básicamente, esperar una utopía.
*Nota al pie: digo negros, porque siempre les he dicho así. Por favor no lo consideren como despectivo, porque no es mi intención; si me equivoco es solo un mal manejo mío del lenguaje.