Cumplí el deseo sexual de muchos hombres, de estar en la cama con dos mujeres al tiempo, y la verdad es que fue un momento muy diferente a lo que me esperaba.

Esto ocurrió hace más de 15 años. Mi vida sexual, comenzó como la de muchos de mi generación, antes de cumplir los 20 años y, más con la emotividad que la curiosidad y el deseo. Creo en el amor, en el romance, en la poesía y la prosa, en la música de fondo, el tono tenue de las velas, los olores correctos y las palabras precisas. Soy un romántico, pero no se confundan, me encanta el sexo inesperado, en lugares prohibidos, donde la ansiedad supera la razón, como nos pasa a la gran mayoría de nosotros.

El sexo es una delicia. Es un momento mágico, donde la razón y el deseo se unen para dar placer, para vivir los sentimientos, que pueden ir desde la ternura máxima, hasta la arrechera más salvaje. Es una hermosa complicidad, donde nuestra racionalidad acepta ser secuaz de la pasión, y desbocar en la piel, sensaciones increíbles, que se mezclan con sonidos únicos e impronunciables, de un baile sin par de los amantes.

Dicen que las mujeres no tienen pasado y los caballeros no tienen memoria, pero qué sería de la vida sin el pasado de ellas y las memorias que llegan a nuestra mente, cuando cerramos los ojos y los recuerdos se tornan en blanco y negro, con respiraciones entrecortadas, gemidos mudos y esas miradas de ojos cerrados, profundas de ojos enrojecidos, que miran profundamente al alma, como queriendo tomar hasta el último anhelo que nos queda. Esos momentos quedan para siempre, en la memoria, en la piel, en la esperanza.

En ese momento, algunos buscan el máximo placer, donde su pareja les dé todo lo que les pida, que sean para ellos su amante perfecta y ellos se emborrachen de placer. Otros ven el momento de una manera diferente: lo ven como una batalla sin cuartel, donde el objetivo no es recibir del otro todo lo que tenga acumulado en los poros de su piel y en las perversiones de su alma, sino en darle al otro todo el placer que se tiene contenido, la fuerza desmesurada del deseo que se siente por el otro, las emociones amarradas de días de espera, de recreaciones fantásticas que la mente ha tenido para cuando se llegará ese momento; cumpliendo todas las fantasías y deseos que la pareja tiene, y que al hacerlos realidad, se construyen nuevos mundos de deseo para la siguiente; así, cuando ambos se meten en esta lucha descomunal de darle todo al otro, sin tabúes ni miramientos, sin preguntas sino con respuestas, no hay perdedores, sino dos amantes que se funden en un momento que es eterno de unos pocos minutos. Esa es la verdadera guerra de los sexos, o por lo menos, la que debería contar.

No soy de aquellos que espera que su pareja los drogue de placer, soy más bien de esos, que quieren darlo todo, y dejar el alma vacía de la ansiedad del deseo, y colmar sus poros con poemas de palabras impronunciables; sí, soy cursi, apasionado, romántico, algo rosado, pero sobre todo un amante entregado.

Por eso es quizá, que cuando llegué esa tarde a estar en la situación de vivir ese momento de placer racional desmedido con dos mujeres al mismo tiempo, la sorpresa que me esperaba era inevitable: básicamente, se me hizo el encarte más complejo que había vivido en toda mi vida.

Eran dos mujeres maravillosas y con una forma de pensar increíble de la vida, más allá de la sumisión del pecado y los estándares que la vida les quiso imponer; eran libres, conscientes, responsables, porque que una mujer – o dos en este caso – decida vivir esto, no es porque sea una libertina, ni una pecadora, ni un ser impúdico, por el contrario, es una mujer que comprende que desea, que quiere conocer de sí misma, lo que ha aprendido de ella; sabe cuándo hacer lo que quiere hacer, y cómo callar con la mirada secretos enormes, en la presencia de multitudes; por eso se dice que la mujer no tiene pasado, porque ha aprendido a no contar esos momentos, donde ha permitido que su cuerpo le enseñe quién es ella misma y se pueda desatar completamente. La mujer calla estos recuerdos, pero en ellos, se expresa plenamente.

Ambas son bellas, inteligentes, pícaras, hábiles y completamente diáfanas, al punto que las cosas se dieron de manera natural; no fue un momento de copas y hasta donde sé no fue un momento planeado, o por lo menos no conmigo. Nunca supe por qué me dieron ese momento, porque algo bueno se debe hacer para merecer el enorme regalo de vivir un trío, donde se le permite al hombre ser parte del deseo de un par de mujeres, en el que casi nunca el objeto del deseo es ese hombre en particular, sino que tres cuerpos se fundan en un almizcle de pasión sin control, bajo la premisa del silencio posterior y la entrega completa en esos segundos.

Vi sus miradas y comprendí que allí pasaba algo que yo no comprendía del todo, pero que sin duda sería enormemente intenso. No entraré en los detalles del momento, porque este no es el espacio, ni mucho menos debo yo romper la promesa del silencio tácito que se hizo. Lo que sí les puedo contar es que fue impresionantemente intenso, pero me perdí en sus aguas.

Si viviese cada uno de los momentos que viví por separado, podría decir que fueron instantes maravillosos, pero en cada momento me sentí inconforme, enredado, encartado, limitado, abrumado, superado. Para mí, fue imposible darle todo lo que podía a las dos al mismo tiempo, porque el solo hecho de pensar y ver que una de ellas quedaba temporalmente excluida de la situación, me frustraba agudamente, porque sentía que debía darles a ellas todo el placer posible y arrancarles de su piel, sus deseos y ansiedades. El momento me superó, y sin duda pudo ser porque yo no soy un buen amante, o no comprendí que cuando uno es superado en número, está condenado a perder la guerra, – sobre todo esa, en la que queremos complacer al otro y no a nosotros mismos.

En pocas palabras, no me sentí capaz de hacer el amor, tener sexo, vivir un polvo con dos mujeres al mismo tiempo, porque en mi forma de ser, ese espacio en donde puedo concentrarme en dar todo, y no tener que estar pensando en lo que no estoy haciendo. Seguramente, algunos que lean esto pensarán que soy un pendejo, o bien por lo que digo o por decirlo; otros recordarán lo que ellos vivieron y, quizá ellos sí se sintieron completamente cómodos en ese mágico universo del placer abundante; otros pueden pensar que simplemente yo soy un pésimo amante y que dejé pasar una enorme oportunidad. Todo puede ser verdad.

La verdad, lo que hoy yo pienso, es que en ese momento, esas maravillosas mujeres, no solo me regalaron uno de sus tesoros más valiosos de sus silenciosos deseos profundos, sino que me hicieron comprender que para mí –no para usted-, el encuentro de las pieles, solo lo puedo vivir con alguien al que ame profundamente, que desee locamente y que haga todo lo racionalmente posible para estar con ella, y en ese momento darlo todo sin cuartel, bajo la premisa de comenzar con palabras, miradas, insinuaciones, chistes y pequeños detalles, desde días atrás; porque un momento inolvidable, nunca comienza en el momento mismo, sino mucho antes, y no termina con su ocaso, sino que queda en la memoria de la piel por siempre.

Así pues, hice un trío y no me gustó, no porque no hubiese sido placentero, sino porque no fui capaz ser completamente yo en un momento tan complejo.

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