Uno de los actos más poderosos del mundo es la irresponsabilidad, porque delega en terceros el problema de cada uno logrando que alguien más lo solucione, sin costarle nada a la persona que debía asumir esa responsabilidad. Básicamente, un acto de irresponsabilidad es aquel en el que otro asume las responsabilidades suyas.
Esto lo vemos todos los días. La gente que llega a urgencias a las clínicas por hacer cosas estúpidas, o pese a estar medicados y con bala de oxígeno, siguen fumando. Los peatones que son atropellados, por pasar por debajo del puente peatonal, e incluso, esos que no pagan los impuestos pero piden que el Estado les dé todo.
No sé cómo se puede acabar con este poder, porque en muchos casos no es fácil individualizarlo, pero es propio de muchas personas, echarle la culpa a los demás y no asumir sus propias responsabilidades. Casos como madres cabeza de familia, la basura en la calle, los drogadictos y muchos otros fenómenos sociales, que son decisiones individuales que terminamos pagando todos.
El primer paso es obvio: asuma cada quien su responsabilidad y deje de echarle la culpa a los demás, o delegar su deberes en otros y menos en el estado. Pero nuestra cultura, nos ancla con pensamientos como “Dios proveerá” y “mijito, si ese trabajo no salió, es porque Dios no quiso”.
Seamos responsables, que si lo somos, el país cambiara mucho más que con un acuerdo de paz.
Por si le interesa, ayer escribí que la dictadura del Correo Electrónico