Me levanté el lunes 29 de agosto del 2016 y no sentí que las calles estuviesen atiborradas como cuando la selección Colombia gana un partido. Pero estoy seguro de que en muchas regiones del país ya no se oyen los ruidos de los fusiles, los gritos de dolor, ni la angustia porque vienen los unos o los otros marchando.

Se callaron los fusiles. No se oyen los M-16, Ar-15, o los Galiles enfrentados a los AK47. El pasado lunes, posiblemente, no murió un solo colombiano por la guerra entre el Estado y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, porque todo se acordó, y la pregunta que queda es como las Farc sacarán la ‘A’ de su sigla.

No solo es el acontecimiento político más grande la historia de Colombia, sino también el punto de inflexión de la economía colombiana. Desde la firma del acuerdo, el país comenzará a cambiar de manera profunda. Seguiremos con el narcotráfico, porque eso no tiene nada que ver con el conflicto, porque estaba desde antes, y seguirá con otros encargados, pero el miedo al secuestro extorsivo para financiar las guerrillas, la extorsión a las empresa para entrar a ciertas zonas el país, las voladuras de la infraestructura y los oleoductos dejará de resaltar en los titulares, los presupuestos y las preocupaciones del empresariado. Podremos hacer negocios más fácil, llegaremos a más consumidores, y con el esfuerzo de cada empresa la calidad de vida millones de colombianos mejorará significativamente.

El silencio de los fusiles, es el silencio del grito de los muertos. Colombia oirá los gritos de gol de sus equipos de fútbol (masculinos y femeninos), celebraremos más de 8 medallas en los próximos olímpicos; disfrutaremos el triunfo de nuestros artistas en cine, televisión, música, literatura, entre otros; porque en cada listado siempre hay un colombiano, incluso en las mejores misiones de la Nasa.

Desde mi ventana, en el cómodo norte de Bogotá, no oí estos fusiles que tronaban en la selva y las llanuras de mi país; pero de niño una bomba explotó a cuadras de mi casa, y mis padres se salvaron cuando pasaban cerca del DAS, el día que explotó la bomba. De estudiante escuché que muchas empresas del mundo no entraban a Colombia por la guerra que vivíamos, y como viajero internacional, fui tratado como sospechoso narcotraficante en muchos aeropuertos. En mi último viaje a México, todos me hablaban admirados de nuestro país, y la felicidad que les daba que íbamos a callar las armas.

Gracias a todos los que callan los fusiles, pero, sobre todo, a las Fuerzas Armadas que hoy las callan para protegernos, para estar para sus hijos y sus familias. Ahora, ellos serán la clave del futuro económico de este país, y lo pagaron con más sangre que todos nosotros.

El problema hoy es que nos queda más fácil callar las armas que las voces de algunos que, por algún motivo, prefieren que la historia supere al futuro. Colombia ha crecido de manera enorme desde la Constitución del 91, y vimos morir a miles de compatriotas por diferencias ideológicas, sobre cómo debe ser el país. Pero, todos están de acuerdo en que Colombia debe ser grande como ha estado destinada.

Nota al pie: no se si debí hacer esto o no, porque este texto es mi columna de hoy en Portafolio, pero creo que debía ser leída en más canales. Ver Cesó el Fuego en Portafolio

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Por si le interesa, ayer escribí sobre por qué el PIB creció tan poco