Con las destitución de Ordoñez y de Petrelt, el partido conservador queda profundamente herido, pero sobre todo, nosotros los conservadores, que cada vez más vemos ese partido que representa nuestro pensamiento político se ve opacado nuevamente por la politiquería, la corrupción y la vergüenza de algunos que dicen ser sus representantes en el poder.
Hace más de 20 años, me pregunte si yo era conservador o liberal, y comencé a ir partido por partido a que me contaran que significaba ser de cada uno de ellos. En el Liberal me hablaron de la importancia de la libertad y la necesidad de luchar por la equidad, porque el desarrollo económico debía venir antes que el crecimiento económico, no porque deba ser así, sino porque había (y hay) una enorme necesidad de reducir la pobreza y la inequidad. Esto fue cerca de 1994, cuando Ernesto Samper era presidente y los escándalos del Cartel de Cali opacaban el liberalismo de manera impresionante, pese a los brillantes gobiernos anteriores.
Después fui al Partido Conservador, y aunque estoy seguro de que él no se acuerda de ese día, Jaime Arias, Presidente del Partido, me recibió en su despacho del Park Way y me habló del alma conservadora, sin entrar en temas de religión, sino de la necesidad de conservar lo que se debe conservar, y de transformar lo que debe evolucionar. Me habló de las obras sociales del partido en el pasado, como la organización del subsidio familiar, el UPAC y otras cosas más, dejándome ver que ser conservador no es ser retrógrado, sino ortodoxo, y la economía, ciencia que amo, es muy dada a esta premisa. Recuerdo salir de esa oficina con varios libros que aún conservo y con la certeza de que era un conservador.
Al llegar a mi casa, tenía serios problemas, porque mi familia es de alma liberal por ambos lados; por el lado Herrera, somos de la misma línea de Olaya Herrera, quien era primo hermano de mi abuelo paterno, y Luis Felipe Herrera llegó a ser Secretario de la Presidencia a comienzos del siglo XX; por el lado materno, mi casa es fuertemente liberal por el tesón de mi abuelo, el General Hernando Mora Angueira, quien era primo de Germán Arciniegas (quizá uno de los mejores historiadores que ha tenido Colombia) y amigo personal de Carlos Lleras Restrepo (expresidente de la República), viejos con los que yo jugaba de niño. Pero, comprendí que si bien mi casa era liberal – en particular mi mamá, yo podía ser conservador sin que esto acabara con la familia.
Años después comencé mi trabajo en política con el entonces candidato a la Alcaldía Jairo Clopatofsky, que si bien era un político independiente, claramente tenía rasgos conservadores. Gracias a esto, un día pedí una cita con Juan Pablo Uribe, director de El Nuevo Siglo, quien me dio mi primera columna de prensa y que mantuve por más de 10 años. Estando en esa casa, colaboré con Juan Gabriel Uribe en diversos temas, donde las conversaciones sobre el conservatismo eran frecuentes. Hoy por hoy, aún en mi casa, me sacan en cara esta decisión.
Para mi fortuna, el gobierno Samper fue sucedido por el de Pastrana Arango, que si bien no fue elegido por el Conservatismo, claramente sus orígenes, talante y acciones hicieron gala de la ortodoxia necesaria en un país en serios problema. Levantó la bandera de la paz de una manera increíble, y creyendo en él, lo seguí y colaboré de la mejor manera que pude. No obstante hoy, no puedo comprender por qué se opone de manera tan radical al proceso que él mismo comenzó.
Ser conservador no es ser católico, ni estar en contra del aborto, ni perseguir homosexuales; ser conservador es tener la tenacidad de mantener lo que se debe mantener para asegurar la continuidad de las sociedades, su cultura y sus instituciones, y dejar que el cambio se dé lentamente, sin afectar la buena marca de la nación. Existen conservadores progresistas, que bien pueden ser tildados de liberales o “izquierdosos”, como existen liberales como Álvaro Uribe, que son más ortodoxos que todos los conservadores juntos. Es difícil decir en Colombia que se es conservador o liberal, no sólo por el cruento pasado de estos partidos, sino por sus increíbles inconsistencias que van desde el liberalismo clerical que tenemos, hasta el conservatismo que siempre ha buscado la paz.
En los gobiernos posteriores, vimos como el Partido Conservador con la premisa “la fuerza que decide”, se convirtió en una maquinaria lenteja que servía al gobierno de turno, a cambio de cargos públicos y algunos pedazos de presupuesto, como si se hubiese agotado la vocación de poder que debía tener.
A esto se sumó la desgracia de muchos congresistas conservadores, incluso varios presidentes del Congreso de la República, terminaron en la cárcel por parapolítica y actos de corrupción, destruyeron el alma del partido, la majestad del Congreso y el buen nombre de los que aún decimos orgullosamente que somos conservadores.
Quizá por esto muchos no somos conservadores miembros del partido, porque por más que tenemos unas creencias y pensamientos cercanos, no nos veíamos representados por una clase dirigente, que ni tenía la clase para serlo, ni mucho menos la vocación de dirigir y servir a la nación. Hoy no tengo partido ni defiendo a ninguno, como la mayoría de los colombianos, y si me preguntan contesto como alguna vez Eugenio Marulanda (conservador) me dijo sabiamente: usted es un conservador progresista, y quizá tenía razón en ese momento; pero hoy soy un conservador vergonzante, porque me da pena decir que soy conservador.
Las recientes destituciones de dos juristas conservadores, que se autoproclaman “cuotas” del conservatismo en poder y que han obrado más a su parecer que desde el sentir conservador, y el tener a muchos políticos que se dicen “conservadores” y fueron electos bajo esta bandera en prisión por apoyar grupos armados, paramilitarismo, narcotráfico y corrupción, hace que la decisión que tomé de devolver mi cédula conservadora hace años tenga más sentido.
El caso de Ordoñez es aún más terrible que el de Pretelt, porque mostró realmente quien era él al tener poder y llegó al punto de hacerse reelegir a sabiendas que haría que el mismo Procurador violara la Constitución Política que debía defender. Conocía su pecado y hoy es destituido por eso.
Quizá queda algo de esperanza en el Partido Conservador con la actual dirección, que no sólo es joven, sino que en cabeza de David Barguil, ya ha comenzado a defender a los consumidores, apoya la paz y de manera inesperada dio un símbolo increíble: casarse por lo civil con la hija de un expresidente liberal.
Hoy, los conservadores somos menos del 12% de la población, muy lejos de ser más del 50% a mediados del siglo XX. Los errores que hemos cometido, gobiernos de mal recuerdo y actos deplorables como los que se han revelado en los últimos días, hacen que cada vez duela más ser conservador.
Por si le interesa, ayer escribí sobre el rol del Congreso en actual presupuesto de la Nación