Los mensajes de las azafatas antes de comenzar un vuelo, son tan sencillos y prácticos, que los deberíamos aplicar a nuestra vida diaria.
Pocos entienden el rol de las azafatas, las cuales muchos las ven como “meseras” en un avión, mas ese no es su rol. El entrenamiento de una azafata no es el de servir café y repartir comida, almohadas o cobijas, ni mucho menos de evitar que la gente se las robe, como ocurre frecuentemente. El trabajo de ellas es actuar en caso de una emergencia, evacuar el avión lo más rápido posible, poder ayudar a un pasajero en riesgo médico e incluso tomar decisiones que salvan vidas en cuestiones de segundos. No son meseras, son comandos entrenados en evacuación.
Cuando los vuelos van a empezar, comienza con su protocolo de seguridad, del cual se burlan muchos por sus curiosos movimientos de brazos y continua sonrisa, pero ellas saben que al sonreír causan confianza y hacen que les presten más atención, lo que es la primera lección que nos dejan: sonría, y la gente lo escuchará.
Paso seguido, nos dicen una cosa que es contra-intuitiva y que es muy difícil para cualquier padre cuerdo: no le ponga la bolsa de aire a su hijo primero, primero póngasela usted y así podría asegurar su vida y por ende poder ayudar bien a su hijo, o de lo contrario podrían morir ambos (aunque esta parte final no la dicen). Cuando uno escucha eso, piensa “sí, como no”, “lo primero que haría sería proteger a mi hijo”, pero cuando se piensa calmadamente, el consejo es fundamental, porque al no protegerse primero usted, podría desmayarse y su hijo queda sin apoyo. Es muy importante como padre, empresario, empleado y empleador, que si uno no está bien, es imposible poder ayudar a los demás, y sobre todo a aquellos de los que somos responsables.
Finalmente nos dicen que si vamos a colaborar con la salida de las personas en caso de un accidente, debemos mirar por la ventana “si las condiciones de afuera son mejores que las de adentro”. Esa obvia frase, permite que no matemos a todo el mundo, y a nosotros mismos en el proceso; porque el avión cerrado puede ser lo más seguro en muchas situaciones y la idea de salir corriendo puede ser la peor de todas.
Adicionalmente, en el viaje, sea corto o no, nos piden que siempre usemos el cinturón de seguridad, y la mayoría de las personas no les hacen caso porque piensan que nada puede pasar (como nos pasa todos los días) y a nadie le gusta estar amarrado, pero si llega una turbulencia fuerte, el movimiento puede ser tan fuerte, que usted se pegue contra el techo del avión, por la terquedad de no hacer caso a la instrucción. Vivimos en un mundo repetitivo y sin muchas alteraciones, lo que hace que dejemos de estar atentos a muchos peligros y es por eso es que nos pueden robar o atropellar.
Las azafatas son amables, queridas y sonrientes porque deben lograr que usted les haga caso, no solo por su seguridad, sino por la de todos, incluso la de ellas mismas; así que, cada vez que una azafata le sirva un café, comprenda que está siendo atendido por un experto en rescates, auxilios médicos, comando de rápida reacción y la mujer más calmada posible.
Nota al pie: cada vez hay más hombres en este rol, más digo azafatas para que la mayoría de las personas lo entiendan.
Por si le interesa, ayer escribí por qué no quiero que mi hijo sea el mejor del colegio